¿Existe el paraíso en la tierrita?
Si usted ha hablado con alguien del departamento de Caldas, es posible que haya escuchado algo como esto:
El paraíso en la tierra sí existe y está ubicado exactamente en Salamina, Caldas. Es un poblado hermoso, tranquilo, rodeado de flora exuberante y fauna variada, pero, lo mejor de todo, es que allí habitan las más bellas mujeres que ojos mortales hayan visto. Y, es algo inigualable, pues la relación de mujeres a hombres es aproximadamente de 80 a 20.
Lo que resulta irónico es que, quién creyera, el pueblo más cercano, Aranzazu, tiene la mayor población gay del país, en proporción al número de habitantes.
Tanto de aquello y tan bueno despierta múltiples sospechas: ¿Por qué si hay tantas mujeres hermosas, es tan reducido el número de hombres allá? ¿Son todas unas brujas y ahuyentaron a sus posibles novios y maridos? ¿Será un capricho de la genética y en aquel lugar nacen niñas preferentemente? ¿Quizás la situación es tan peluda que los hombres del lugar se hartaron de tanta bellosidad y como vimos en calvo brillante, entre más lampiño más cariño? ¿Es posible que los machos se hayan perdido entre tanta bellezura y hayan escapado al pueblo vecino a colonizar y probar suerte por otro lado? Algún malpensado puede suponer que aquellas mujeres, de belleza tan reputada, tienen un carácter tan endemoniado (como el de Lilith) que sus eventuales compañeros, con todo y sus cuernos huyeron espantados (Casualmente, la fiesta más importante del lugar es la de la inmaculada concepción).
Aunque ninguna de estas suposiciones tiene un respaldo de peso, sí es cierto que ninguno de los narradores ha sabido rebatirlas con alguna explicación convincente. Ante asunto tan peliagudo, Pídase la otra creó, gestionó y puso a trabajar un comité, con el fin de ventilarlo. El comité generó una hipótesis, según la cual, como los habitantes de esta región suelen exagerar y magnificarlo todo, la historia en cuestión podría estar plagada de fantasía y tratarse solo de un lugar común y silvestre.
La revisión sistemática de la literatura mostró que Wikipedia registra el sitio, pero no proporciona mayores detalles, solo que es monumento nacional y patrimonio de Colombia, así que, intrigados con lo del monumento y el patrimonio, el comité decidió verificar sobre el terreno la veracidad de esa historia, para lo cual nombró un subcomité y le encargó la misión de desplazarse hasta allá y, sin más, ¡meter el dedo en la llaga!
Para mi fortuna, he sido escogido como parte activa de ese subcomité, en compañía de otros prestantes, reconocidos y rectos miembros, que se han erguido con devoción e interés con la meta de esclarecer los misterios que rodean esas versiones y establecer, de una vez por todas, si de verdad es tan idílico ese lugar, si son ciertas tantas bellezas y, si se confirman las sospechas enunciadas, llevarle una luz de esperanza a aquella población desolada y abatida por tan terribles circunstancias.
Desde el instante mismo de mi nombramiento como miembro de número, he estado diseñando la estrategia y los planes para el exitoso desarrollo de la misión. ¿Y si fueran ciertas esas versiones tan difundidas y en efecto ese pueblo está abarrotado de bellas, candorosas, deseosas e insatisfechas damiselas, ávidas de caer en los brazos de un hombre de verdad? Me imagino nuestra llegada, en una soleada mañana (dicen que el clima es templado, así que creo que es cálido pero agradable, como corresponde a un lugar de ensueño) y que luego nos adentramos por estrechas y amables callejuelas, rodeadas de casas solariegas de paredes blancas, portones coloridos y balcones floridos.
Por supuesto espero que, como ocurre en cualquier pueblo, se habrá esparcido cual reguero de pólvora la noticia de nuestro arribo y las lindas señoritas, con recato y timidez se ocultarán para vernos furtivamente, corriendo disimuladamente el velo de su ventana, pero pronto, ante la galanura de la comitiva, una que otra se atreverá a pisar su balcón y nos enviará un saludo con su nívea mano y otra más avezada, nos ofrecerá un refresco desde su puerta abierta, invitándonos a degustarlo adentro.
Les insisto a mis compañeros que no vamos a ponernos de remilgados y que, como nuestra visita tiene entre otros el objetivo de ayudar a calmar las ansias insatisfechas de aquellas hermosas lugareñas, tenemos el deber de aceptar sus invitaciones, sin despreciar a ninguna.
No piense usted, querido lector, que se trata de un grupo hedonista buscando solo placer, ¡de ningún modo! Se trata únicamente de un sencillo acto de humanidad, sin ningún ánimo, ya que solo nos mueve el deseo de servir… para algo.
Es posible que surja alguna fiesta improvisada donde, sin ganas de partir, podamos departir, compartir y complacer de manera eficiente al mayor número posible (dentro de nuestras escasas posibilidades), así que muy seguramente tendremos que coordinar acciones con la alcaldesa del lugar, aprovechando las instalaciones del coliseo del pueblo o de la plaza de ferias, eso sí, respetando todas las normas preservativas del orden público.
Como los citadinos somos tan propensos al mal de vereda, hasta el punto que nos resulta imposible librarnos de él, hemos acudido a terapias sicológicas de manejo de las carencias, de modo que podremos evitar a toda costa terminar enamorándonos por allá. De paso, hemos definido claramente que, por ningún motivo, vamos a recalar en Aranzazu.
Como ven, no ha sido un tema cualquiera, pues estamos tomando todas las previsiones y las precauciones para garantizar el éxito y asegurarnos de entregarles a nuestros lectores el segundo capítulo de esta historia, con los resultados de la misión y para contarles con cuál de las suposiciones nos casamos.
Pero, definitivamente, no podemos comprometernos con una fecha para esa siguiente entrega, pues eso dependerá de nuestras anfitrionas y de lo que, cual vaporosas musas, nos inspiren.