1 de septiembre de 2018

Ese, seca hasta un papayo

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No hay que dar tanta papaya…
¿Por qué se ha tomado esta planta como ejemplo de alguien que acaba con la resistencia del más estoico?

Una acuciosa investigación bibliográfica nos permitió encontrar la historia que dio origen a esta popular creencia y que muestra que sólo quien ha vivido con un papayo sembrado en la intimidad del hogar puede entender a cabalidad a qué se refiere esa famosa frase. Acá la transcribimos:

Durante mi infancia, teníamos un papayo. Se veía muy pintoresco en el patio de la casa, pero el asunto fue que su carnoso, suave y dulce producto resultó incorporado a la dieta familiar, de forma inmisericorde: TODOS y cada uno de los días de nuestras vidas, a toda hora y en todas las versiones y recetas, habidas y por haber, aparecía en la mesa, porque “sería pecado dejar que se dañe”, según solía decir mi mamá como argumento principal para justificar su inclusión cotidiana y eterna, como tajada, jugo, compota, mermelada, dulce o lo que fuera en el desayuno o picadito y escondido en un salpicón a media mañana o revuelto con hojas en una dietética ensalada o cocido y almibarado como postre del almuerzo o como refrescante líquido para la tarde o como remplazo de la cena o como una alimenticia tajada para ayudar con las tareas durante la noche o como acompañante o sustituto del café para atender a las visitas o en mil y un inventos domésticos, presentados como joyas gastronómicas o como especialidades farmacéuticas contra el estreñimiento, la gripa, la roséola, las paperas o el sarampión. ¡Cómo comíamos papaya!!!

El resultado fue que terminé por cuestionar si realmente la dichosa fruta era tan rica y si el bendito árbol algún día se iba a cansar de producirla.

Porque, sí: el papayo daba sus tiernos frutos TODO el tiempo, sin importar el mes del año ni el clima imperante ni si había sido bañado con las supuestas agresiones fisiológicas con urea durante los concursos de mayor pared ni si alguien se le había trepado y le había partido una que otra rama, no solo por divertirse viendo brotar su lechosa savia, sino con la secreta esperanza de que las heridas no sanaran y el mugroso árbol culminara su existencia.

Pues, no: no solo no se moría, sino que seguía produciendo su alargado fruto, tupido de pepas y no les fue posible impedirlo, ni a las hormigas que busqué anidar a la fuerza entre sus hendiduras ni a mi conejo blanco y gordo (acusado con justicia de ser el terror de los jardines porque literalmente destrozó cuanto vegetal quedara a su alcance), que ni siquiera le hizo cosquillas a la mole papayera, la cual parecía que se burlaba del animalito cuando lo veía tratar infructuosamente de escalarlo para devorar sus hojas. Y ni aún los profundos cortes realizados a las raíces, accidentalmente, mientras jugaba a los piratas que escondían un tesoro en una isla remota, le hicieron mella alguna. Así aprendí que secar un papayo es una labor solo al alcance de los espías de misión imposible.

Yo imaginaba que ese monstruo solo podría ser provocativo para algún pájaro hambriento en busca de algo dulce para comer. ¡Pero las pepas internas alejan a los aficionados a los frutos! Y tampoco hubo plaga, hongo, maleza, babosa, bicho, sanguijuela ni depredador alguno capaz de derrotarlo pues su celosa savia detiene a los amantes de las hojas que pretendan arrastrarse por su tronco. Y las raíces encuentran agua como sea y donde sea, de modo que nunca nadie lo pudo secar de ninguna forma ni impedir su cosecha sin final.

Pero un árbol solitario no da los frutos necesarios para montar una frutería ni para organizar un contenedor con destino a lejanas tierras sino solo los suficientes para torturar día tras día a una familia normal. Y las incontables pepas de sus frutos NO producen más árboles, así que no hay lugar para la competencia: es un árbol por patio, por casa, por familia. Punto.

Y ¡a ver quién es tan varón para que lo seque, una vez crece!



2 comentários to “Ese, seca hasta un papayo”

  • 1 de septiembre de 2018, 5:10 a.m.

    Ahora tambien logré saber la razón !!! Que buen escrito.

  • 2 de julio de 2020, 8:15 a.m.
    Rudolf says:

    Me gustó por ser real,cuando se meten con la ficción pueden perderse en la fantasía de la mente de su autor

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