Cuando usted se sienta
sobre Platón y Arquímedes lo saca a flote.
Pero para la actualidad lo fundamental e imperecedero de su legado
proviene, en esencia, de su nombre. Empecemos por aclarar que un platón es un
plato grande. Un plato hondo grande, para ser más exactos. Un plato como el de
la sopa, pero más grande. Sin embargo, y aquí viene la primera contradicción,
la palabra proviene del griego “platos”,
que significa “ancho y plano” y por eso le hacían burling con ese apodo, aunque él en realidad no era así, como un
plato, sino redondo y profundo (filosóficamente hablando), como un platón.
Platón fue el primero en plantear (en su Teoría de las ideas) la dualidad del ser y postularla como una
dicotomía yuxtapuesta entre el alma y el cuerpo. La primera, depositaria de los
sentimientos y el segundo, de todo lo material. Los primeros, incomparables y
lo segundo, defectuoso. Esto, en palabras comunes, significa que los seres
humanos estamos constituidos por materia y energía, la primera imperfecta, una
realidad distorsionada y la segunda, sublime, la realidad perfecta. El cuerpo
viene siendo entonces, la cárcel del alma, como bien lo expresó el filósofo
español del siglo pasado, Braulio, en su difundida obra “En la cárcel de tu piel”.
Uno de los logros más apreciados de este filósofo fue que
convirtió la mayéutica de su maestro Sócrates en dialéctica, lo que significa
convertir un interrogatorio, la primera, en un diálogo, la segunda. Platón
conceptuaba que acceder al conocimiento no se trataba sólo de someter a la otra
parte a un cuestionario(que se iniciaba con algo sencillo pero que
luego se iba calentando, tanto en los argumentos como en su complejidad y en el
tono de la voz), como proponía su maestro, sino que era mejor charlarlo, así
que expuso todas sus ideas por medio de diálogos (ergo, Los diálogos platónicos). Muy probablemente, deduce uno, la mujer
de Platón debía ser una verdadera ladilla.
Entre las ideas más difundidas y populares de Platón está la del
amor, al cual él consideraba como la búsqueda de la perfección, pero que por lo
mismo sólo es posible en el mundo inmaterial de las ideas, ya que, en el mundo
material, como la carne es débil y el diablo es puerco, los errores se
multiplican, la tentación nos persigue y caemos en pecado fácil y
constantemente. Por tanto, el amor perfecto, que es sublime, ideal, glorioso y
nada mundano, es el amor platónico, inalcanzable, ese que habita siempre el
corazón del hombre, pero movido por el majestuoso amor a la perfección (el
alma) y no por el execrable deseo carnal (aunque tenemos que reconocer que este
tiene su encanto). Sin embargo, el término se ha generalizado para referirse al
amor de cualquier tipo o tipa por la estrella de cine, la profesora de kínder
(cuando uno está en kínder o cuando va al kínder a recoger a su hijito), el
rico vástago de un millonario o, en definitiva, alguien inalcanzable. Estos
amores, equivocadamente han sido llamados platónicos, pero dado que no tienen
nada de sublimes y sí bastante de morbosos, debieran ser llamados más bien
baceníllicos.
Una mujer de Cincinnati, bastante celosa ella, quien deseaba tener
la certeza de que su marido no le era infiel ni sostenía relaciones sexuales
extramatrimoniales, llevó a cabo todo un proceso filosófico: para comenzar,
logró concatenar todos estos pensamientos platónicos y luego, basándose en el
hecho de que somos dos en uno (el alma y el cuerpo) y que el cuerpo es una
porquería que aprisiona, limita y deforma las más bellas intenciones y los
mejores sentimientos, buscó diversas formas de emplear, en primer término la
mayéutica y luego la dialéctica. Pero en vista de que ni con ella ni con la
otra se lograba encontrar la anhelada verdad sobre la fidelidad de su marido,
decidió, por último, inventar (sartén en mano) la conocida “prueba del platón”,
misma que cumple por estas fechas sus primeros cincuenta años.
Como ya se dijo, a la referida doña no le fue posible lograr su
satisfacción con la mayéutica pues, como es bien trillado los hombres no saben
mentir y en los interrogatorios usualmente se confunden y se contradicen. Así
que la señora, que solía iniciar su pesquisa con preguntas sencillas como “¿Con
quién andaba?”, “Qué son estas horas de llegar”, “¿Desde cuándo usa
pantimedias?” y otras por el estilo, solo podía lograr que el fulano balbuceara
frases incoherentes, sobre todo después del quinto o sexto golpe propinado con
una cacerola o (con mayor razón, aun) con la tapa de la olla a presión.
La dialéctica tampoco le resultó suficiente, ni siquiera combinada
con las amenazas de dejarlo en la calle, arruinarle su carrera o difundir algún
rumor sobre supuestas preferencias sexuales poco convencionales, pues, sin
importar cómo iniciara ella sus diálogos, el hombre siempre, aunque amoratado y
con ciertas dificultades para pronunciar claramente, seguía negándolo todo
estoicamente y respondiendo con frases salidas de tono como la consabida "solo se que nada se" y que para nada venían
al caso, según el criterio de la fémina.
Ni siquiera un detective privado, que la mujer había contratado
para recopilar evidencias que sustentaran sus hipótesis y le permitieran matar
al infeliz sin remordimientos de conciencia, pudo presentar pruebas
contundentes e irrefutables de la supuesta infidelidad, pues cada foto,
grabación, referencia o gasto no formalizado que el sabueso presentaba, tenían
una explicación del acusado, muchas veces inverosímil, pero en todo caso,
justificable bajo el amplio margen de las probabilidades. Es decir, cobijada
por lo que se llama en derecho “la duda razonable”.
Si bien la necesidad es la madre del ingenio y la desconfianza es
su tía, resulta aterrador imaginarse lo que ellas pueden producir cuando no
están solas sino con todo un clan femenino completo (hermana, sobrina, hija y
abuelita), que para el caso referido vinieron a ser la ira, la ansiedad, la
desesperanza y la tristeza, cualquier mezcla de las cuales lleva sin remedio al
desarrollo de fobias y paranoias inimaginables. De esta compleja combinación de
horrores nació la prueba del platón.
Dicha prueba se fundamenta en el principio de flotación de los
cuerpos (enunciado por Arquímedes) que, para el efecto que nos ocupa, expresa
que un cuerpo al ser colocado en un líquido, se hundirá si está denso, pero
flotará si está demasiado livianito. Aprovechando esta ley física, la dama
cincinatuna recibía a su marido cada noche con un platón lleno de agua (tibia,
como detalle de consideración y amor) y, como dijimos antes, sartén en mano,
hacía que él se sentara desnudo sobre el líquido. La observación cuidadosa de
la flotabilidad de los testículos del afectado, se constituye en una medida
irrefutable de su actividad reciente: si flotan completamente, están llenos de
aire. Si se hunden, están llenos de sus líquidos habituales. Esto ilustra lo
que va de Platón a Arquímedes y nos demuestra que la ciencia, si se emplea de
forma ingeniosa, permite siempre lograr respuestas contundentes.
Este método, además, resulta bastante eficaz para propiciar la
fidelidad conyugal, al menos la de obra, ya que no mide el pensamiento, la
palabra ni la omisión. Tampoco contempla los casos de realidad virtual, ni
aquellos en los que se involucran otras partes del cuerpo ni el uso de
dispositivos artificiales que pueden llevar al placer sin la intervención
directa de ciertos órganos externos o internos.
Dado que esta prueba permite descartar que el sujeto haya caído
víctima de las limitaciones obscenas de la carne, en los casos de amor
platónico le permitirá enfocarse en la idealización de los sentimientos, para
lo cual funciona de maravillas y le ahorra los dolores de cabeza que les
producen, a ella sus pensamientos tortuosos y a él los golpes directos. Y, de
otra parte, es un método barato, sencillo, asequible y hasta romántico (si se
llega a la prueba antes de que el agua se enfríe), para ofrecer compensaciones
sicológicas, pues le brinda a la pareja la opción de dar y recibir un premio,
cuando el resultado de la prueba sea del todo satisfactorio para la señora,
convertida entonces en juez y parte.
Genial articuli...me divertí mucho
Muchas gracias, Óscar. Esa es la idea....
Hola
La prueba del platón se la hacían a un amigo inquieto que usaba tener la mujer y una o dos novias.que no necesitaban exactamente el platón.y la prueba de aquimedes, cuando el hombre no levantaba cabeza sabían que la vitrina la había dejado en otra casa
Muy buena informacion muchas gracias. Siempre es bueno cuando se habla acerca de Platón.