26 de agosto de 2017

La prueba del Platón

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Cuando usted se sienta sobre Platón y Arquímedes lo saca a flote. 
Platón, un filósofo griego de gran fama (tanto ayer como hoy), ha sido reconocido porque le entregó a la humanidad una diversidad de ideas sobre lo divino y lo humano y sobre lo real y lo irreal, hasta el punto de que aún hoy, 25 siglos después, siguen vigentes su teoría de las ideas, los diálogos platónicos, el amor platónico y la prueba del platón. Discípulo de Sócrates (el filósofo, no el futbolista del siglo pasado) y maestro de Aristóteles (el filósofo, no el millonario del siglo pasado). De este talante era el señor.

Pero para la actualidad lo fundamental e imperecedero de su legado proviene, en esencia, de su nombre. Empecemos por aclarar que un platón es un plato grande. Un plato hondo grande, para ser más exactos. Un plato como el de la sopa, pero más grande. Sin embargo, y aquí viene la primera contradicción, la palabra proviene del griego “platos”, que significa “ancho y plano” y por eso le hacían burling con ese apodo, aunque él en realidad no era así, como un plato, sino redondo y profundo (filosóficamente hablando), como un platón.

Platón fue el primero en plantear (en su Teoría de las ideas) la dualidad del ser y postularla como una dicotomía yuxtapuesta entre el alma y el cuerpo. La primera, depositaria de los sentimientos y el segundo, de todo lo material. Los primeros, incomparables y lo segundo, defectuoso. Esto, en palabras comunes, significa que los seres humanos estamos constituidos por materia y energía, la primera imperfecta, una realidad distorsionada y la segunda, sublime, la realidad perfecta. El cuerpo viene siendo entonces, la cárcel del alma, como bien lo expresó el filósofo español del siglo pasado, Braulio, en su difundida obra “En la cárcel de tu piel”.

Uno de los logros más apreciados de este filósofo fue que convirtió la mayéutica de su maestro Sócrates en dialéctica, lo que significa convertir un interrogatorio, la primera, en un diálogo, la segunda. Platón conceptuaba que acceder al conocimiento no se trataba sólo de someter a la otra parte a un cuestionario(que se iniciaba con algo sencillo pero que luego se iba calentando, tanto en los argumentos como en su complejidad y en el tono de la voz), como proponía su maestro, sino que era mejor charlarlo, así que expuso todas sus ideas por medio de diálogos (ergo, Los diálogos platónicos). Muy probablemente, deduce uno, la mujer de Platón debía ser una verdadera ladilla.

Entre las ideas más difundidas y populares de Platón está la del amor, al cual él consideraba como la búsqueda de la perfección, pero que por lo mismo sólo es posible en el mundo inmaterial de las ideas, ya que, en el mundo material, como la carne es débil y el diablo es puerco, los errores se multiplican, la tentación nos persigue y caemos en pecado fácil y constantemente. Por tanto, el amor perfecto, que es sublime, ideal, glorioso y nada mundano, es el amor platónico, inalcanzable, ese que habita siempre el corazón del hombre, pero movido por el majestuoso amor a la perfección (el alma) y no por el execrable deseo carnal (aunque tenemos que reconocer que este tiene su encanto). Sin embargo, el término se ha generalizado para referirse al amor de cualquier tipo o tipa por la estrella de cine, la profesora de kínder (cuando uno está en kínder o cuando va al kínder a recoger a su hijito), el rico vástago de un millonario o, en definitiva, alguien inalcanzable. Estos amores, equivocadamente han sido llamados platónicos, pero dado que no tienen nada de sublimes y sí bastante de morbosos, debieran ser llamados más bien baceníllicos.

Una mujer de Cincinnati, bastante celosa ella, quien deseaba tener la certeza de que su marido no le era infiel ni sostenía relaciones sexuales extramatrimoniales, llevó a cabo todo un proceso filosófico: para comenzar, logró concatenar todos estos pensamientos platónicos y luego, basándose en el hecho de que somos dos en uno (el alma y el cuerpo) y que el cuerpo es una porquería que aprisiona, limita y deforma las más bellas intenciones y los mejores sentimientos, buscó diversas formas de emplear, en primer término la mayéutica y luego la dialéctica. Pero en vista de que ni con ella ni con la otra se lograba encontrar la anhelada verdad sobre la fidelidad de su marido, decidió, por último, inventar (sartén en mano) la conocida “prueba del platón”, misma que cumple por estas fechas sus primeros cincuenta años.

Como ya se dijo, a la referida doña no le fue posible lograr su satisfacción con la mayéutica pues, como es bien trillado los hombres no saben mentir y en los interrogatorios usualmente se confunden y se contradicen. Así que la señora, que solía iniciar su pesquisa con preguntas sencillas como “¿Con quién andaba?”, “Qué son estas horas de llegar”, “¿Desde cuándo usa pantimedias?” y otras por el estilo, solo podía lograr que el fulano balbuceara frases incoherentes, sobre todo después del quinto o sexto golpe propinado con una cacerola o (con mayor razón, aun) con la tapa de la olla a presión.

La dialéctica tampoco le resultó suficiente, ni siquiera combinada con las amenazas de dejarlo en la calle, arruinarle su carrera o difundir algún rumor sobre supuestas preferencias sexuales poco convencionales, pues, sin importar cómo iniciara ella sus diálogos, el hombre siempre, aunque amoratado y con ciertas dificultades para pronunciar claramente, seguía negándolo todo estoicamente y respondiendo con frases salidas de tono como la consabida "solo se que nada se" y que para nada venían al caso, según el criterio de la fémina.

Ni siquiera un detective privado, que la mujer había contratado para recopilar evidencias que sustentaran sus hipótesis y le permitieran matar al infeliz sin remordimientos de conciencia, pudo presentar pruebas contundentes e irrefutables de la supuesta infidelidad, pues cada foto, grabación, referencia o gasto no formalizado que el sabueso presentaba, tenían una explicación del acusado, muchas veces inverosímil, pero en todo caso, justificable bajo el amplio margen de las probabilidades. Es decir, cobijada por lo que se llama en derecho “la duda razonable”.

Si bien la necesidad es la madre del ingenio y la desconfianza es su tía, resulta aterrador imaginarse lo que ellas pueden producir cuando no están solas sino con todo un clan femenino completo (hermana, sobrina, hija y abuelita), que para el caso referido vinieron a ser la ira, la ansiedad, la desesperanza y la tristeza, cualquier mezcla de las cuales lleva sin remedio al desarrollo de fobias y paranoias inimaginables. De esta compleja combinación de horrores nació la prueba del platón.


Dicha prueba se fundamenta en el principio de flotación de los cuerpos (enunciado por Arquímedes) que, para el efecto que nos ocupa, expresa que un cuerpo al ser colocado en un líquido, se hundirá si está denso, pero flotará si está demasiado livianito. Aprovechando esta ley física, la dama cincinatuna recibía a su marido cada noche con un platón lleno de agua (tibia, como detalle de consideración y amor) y, como dijimos antes, sartén en mano, hacía que él se sentara desnudo sobre el líquido. La observación cuidadosa de la flotabilidad de los testículos del afectado, se constituye en una medida irrefutable de su actividad reciente: si flotan completamente, están llenos de aire. Si se hunden, están llenos de sus líquidos habituales. Esto ilustra lo que va de Platón a Arquímedes y nos demuestra que la ciencia, si se emplea de forma ingeniosa, permite siempre lograr respuestas contundentes.

Este método, además, resulta bastante eficaz para propiciar la fidelidad conyugal, al menos la de obra, ya que no mide el pensamiento, la palabra ni la omisión. Tampoco contempla los casos de realidad virtual, ni aquellos en los que se involucran otras partes del cuerpo ni el uso de dispositivos artificiales que pueden llevar al placer sin la intervención directa de ciertos órganos externos o internos.

Dado que esta prueba permite descartar que el sujeto haya caído víctima de las limitaciones obscenas de la carne, en los casos de amor platónico le permitirá enfocarse en la idealización de los sentimientos, para lo cual funciona de maravillas y le ahorra los dolores de cabeza que les producen, a ella sus pensamientos tortuosos y a él los golpes directos. Y, de otra parte, es un método barato, sencillo, asequible y hasta romántico (si se llega a la prueba antes de que el agua se enfríe), para ofrecer compensaciones sicológicas, pues le brinda a la pareja la opción de dar y recibir un premio, cuando el resultado de la prueba sea del todo satisfactorio para la señora, convertida entonces en juez y parte.


5 comentários to “La prueba del Platón”

  • 15 de agosto de 2018, 6:01 p.m.
    Unknown says:

    Genial articuli...me divertí mucho

  • 19 de agosto de 2018, 9:40 a.m.
    PIDASE LA OTRA says:

    Muchas gracias, Óscar. Esa es la idea....

  • 7 de mayo de 2019, 3:44 p.m.

    Hola

  • 16 de noviembre de 2019, 6:54 a.m.
    Rudolf says:

    La prueba del platón se la hacían a un amigo inquieto que usaba tener la mujer y una o dos novias.que no necesitaban exactamente el platón.y la prueba de aquimedes, cuando el hombre no levantaba cabeza sabían que la vitrina la había dejado en otra casa

  • 20 de mayo de 2024, 9:48 p.m.

    Muy buena informacion muchas gracias. Siempre es bueno cuando se habla acerca de Platón.

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