La señora Samantha White es una superviviente del cáncer de mama, aunque sus senos no lo sean. Esto le ha reportado una doble, amarga y dolorosa experiencia, que la motivó para realizar una investigación sobre el origen de esa enfermedad y cómo hacer para evitarles ese terrible sufrimiento a las potenciales víctimas de ella.
Luego de conocer que la Universidad de Loma Linda en California, Estados Unidos, realizaba un estudio sobre la relación entre la leche de vaca y el cáncer de mama, ella se propuso demostrar que el aumento del número de casos de esta patología está relacionado con el consumo de la leche de cualquier tipo, por parte de las mujeres.
En efecto, mientras que consumirla aumenta el riesgo de sufrir cáncer de mama hasta en un 80 %, las menores tasas de incidencia de ese mal se presentan en los países donde no se tiene el hábito de tomar leche, ni de vaca ni de ningún otro semoviente. Cabe recordar que los humanos son los únicos mamíferos que esclavizan a otras especies para robarles su leche, los únicos que ingieren leche después de la etapa de lactancia y los únicos que siguen explorando en la fuente, sin importar si ya se ha secado, con fines meramente recreativos.
A su vez, los dos países más poblados del planeta no son consumidores de leche ni sus derivados y a pesar de la cantidad de mujeres que los habitan (casi la mitad de las del planeta vive allí), el número de casos de ese tipo de cáncer es muy bajo con respecto al cúmulo de senos que puebla esa región.
El estudio llevó a Samantha a pensar que se deben hacer dos cosas: irse a vivir al sudeste asiático y dejar de consumir lácteos y sus derivados. Pero, igual, ya era tarde para ella, así que, para bajar costos, conformó una asociación comunitaria, exclusiva de mujeres, la YBMN (Yeah Breast No Milk), para realizar con ellas un estudio doble ciego cruzado, en busca de pruebas para documentar la medicina basada en la evidencia.
La señora White, realizó un experimento con mujeres sanas, sin historial mamario familiar, es decir, más bien plancheticas, que durante dos años le hicieron el feo a cualquier líquido que fuera blancuzco o lácteo. El resultado fue asombroso: ninguna extrañó el requesón, ninguna se antojó de nada probiótico y ninguna desarrolló ni cáncer ni mamas. De este experimento surgieron el famoso libro, la serie de televisión, el mito urbano y la creencia arraigada en el acervo popular de que “Sin tetas no hay paraíso”.
Una vez terminado el estudio, el porcentaje más adinerado de las participantes desarrolló senos gracias al uso de implantes y el que desarrolló la enfermedad fue despreciable, pues no se logró establecer si abandonaron su blanca abstinencia y eso las llevó a tirarse las estadísticas o si al tirárselas se produjo el consumo de cosas prohibidas. De todas maneras, al dejarlas por fuera, ya no contaron.
Aún es motivo de debate y arduas discusiones lo demostrado por Samantha, pues muchos detractores del estudio dicen que se debió incluir el consumo de curry, cúrcuma y romero, así como de algunas clases de anfibios y reptiles que es usual entre las asiáticas, antes de echarle la culpa del mal a la leche y sus derivados y coinciden en que es imposible que el cáncer se desarrolle donde no hay mamas para invadir y que fue eso lo que llevó a los consistentes números que arrojó el estudio. Los defensores y ahora creyentes, en cambio, solo admiten el blanco y el negro y aseguran que es la leche lo que produce tan oscura desgracia.
Parecía interesante ,algo de cierto tiene,pero se le salio el pevertido y se lo tiro