La tecnología de la cadena de bloques o Block Chain, como les gusta a los millenials llamarla, ya está tocando a todas las puertas.
Por ejemplo, una importante compañía productora de alimentos cárnicos derivados del cerdo ha incorporado el Block Chain (seamos modernos) para asegurar la trazabilidad de su proceso de producción, ofreciéndole al consumidor toda la información relevante, con lo cual este va a estar tranquilo pues ahora puede saber de antemano qué es lo que se comerá y estar consciente de las consecuencias; esto evita que alguien salga después con babosadas como "yo no sabía", "a mí no me dijeron", "en la etiqueta no decía eso", "yo no pensé que me fuera afectar a mí" y otras del mismo corte que deben soportar la industria y la superintendencia del ramo.
Basta con escanear con su teléfono inteligente el código QR incluido en la etiqueta y listo: podrá leer no sólo los acostumbrados datos de fecha de elaboración y de vencimiento sino también un montón de información relativa a todo el proceso de producción y varias recetas para disfrutar mejor el producto.
El equipo de investigación de campo de Pídase la otra visitó un almacén de cadena (de este modo ya nos íbamos metiendo en el tema) y le solicitó al carnicero una libra de tocino carnudo, más bien magro, cortado en trozos, para sazonar los fríjoles del domingo. El experto pesó la carne, realizó los cortes, metió el producto en una bolsa y le pegó un adhesivo con el código QR. Eso fue todo.
Al escanear el código supimos que el sacrificado aportante de la carne se llamaba Mango, era oriundo de Sora, Boyacá y su piel era de color cobrizo, pesó 285 Kg en el momento del sacrificio, cuando tenía tres años y medio de edad cumplidos. Sus alimentos favoritos eran las acelgas y el yogurt con feijoa. Tuvo 70 hijos con cuatro parejas distintas, pero fue con Guayaba, una marrana de piel marrón claro, con quien pasó sus días más felices. Tal vez su momento más aciago ocurrió cuando se enteró de que al menor de sus hijitos, uno de los de Matilda, se lo llevaron para un lujoso restaurante cuya especialidad es el cochinillo asado.
Mango vivió siempre encerrado en una marranera de 3x4 metros y en el último semestre de su existencia pudo galantear a su casi rubia compañera sólo dos veces; aunque sus orgasmos duraban 38 minutos en promedio, se le diagnosticó depresión aguda, quizás por abstinencia y encierro (al parecer, algo muy común entre los marranos por esta época), así que para evitar que se afectara el sabor de su carne, sus últimos días los disfrutó en la zona social de la planta, departiendo alegremente con otros 20 machos, programados también para el sacrificio.
Parte del cuero de Mango se usó para fabricar media docena de cinturones para hombre y veinticinco casquillos para igual número de tacos de billar. El resto de su ser fue a parar a las neveras del supermercado, debidamente despiezado.
Después de recibir toda esta información, alguno que otro miembro de nuestro equipo dejó escurrir unas cuantas lágrimas, por lo cual le dimos cristiana sepultura al tocino y el domingo terminamos almorzando con un arroz con pollo acompañado de una ensalada de acelgas bañada en yogurt, como homenaje póstumo a Mango. Eso sí, ¡tragamos como cerdos!