1 de mayo de 2020

Indulgenciario

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     Cómo ganar indulgencias con avemarías compradas 
 Cuando los tiempos se ponen difíciles y el dinero escasea es necesario aguzar el ingenio para sobrellevar con éxito la crisis. Sobre todo si los gastos, que no dan espera, están disparados y en muchas ocasiones, disparatados.

Esto fue lo que le sucedió, para recoger fondos, al pontífice León X, quien, como toda una fiera que era para eso del billete, no solo elevó de 200 a 700 el número de cardenales, cuyos puestos vendía, sino que lanzó lo que hoy se denominaría una audaz reforma tributaria estructural con el fin de financiar la construcción de la ahora afamada catedral de San Pedro de Roma (de ahí lo de estructural).

Se inventó un modelo muy sencillo, pero muy efectivo para conseguir efectivo para las arcas oficiales (hasta el punto de que hoy sigue inspirando muchas normas): para obtener el perdón por los pecados terrenales y salvarse así de llegar a arder en el infierno, cualquier cristiano pudiente podía, por una única vez, acogerse a un indulto papal a cambio de una módica suma, proporcional a las faltas que quisiera redimir.

El padre santo envió entonces a tentar a los fieles a un ejército de santos recaudadores armados, a manera de catálogo, con la bula papal Taxa Camarae: que no era otra cosa que una lista de precios de la absolutoria promoción, donde se detallaba cuánto debía pagar un interesado, según que hubiese cometido una o varias veces pecadillos tales como (en términos actuales) violación, estupro, incesto, acceso carnal violento, sexo grupal, pedofilia, sodomía, zoofilia, robo, atraco simple o complicado, estafa, tráfico de estupefacientes, tierras o personas, concierto para delinquir, robo continuado, deterioro patrimonial, asesinato, homicidio culposo… en fin, la lista es muy conocida pues la repiten ahora a cada rato en cualquier medio noticioso donde hable un fiscal, procurador, contralor, alcalde, ministro….

Lo que sí hay que anotar como una absoluta innovación es que la bula incluía en el tarifario las mismas opciones pero, con cierto recargo, para ser aplicado en el caso de que el fulano no hubiese cometido las faltas, pero sí pensase hacerlo en el futuro y se quisiese “vacunar” para cuando infringiera la ley divina.

Pero, toda moneda tiene sus dos caras: Mientras que la Taxa Camarae condujo al párroco Martín Lutero a crear el protestantismo: "Si hay infierno, Roma está construida encima", dijo, al fraile dominico Johann Tetzel, lo llevó a sentenciar: “Tan pronto caiga la moneda a la cajuela, el alma del difunto al cielo vuela”. Y este último se dedicó, bula en mano, a cubrir sin descanso su territorio de ventas asignado (la provincia de Sajonia).

El mercado objetivo eran los más acaudalados de la cristiandad, ya que se podía esperar que ellos, al tener con qué, serían los más pecadores (como los aforados, de hoy). Pues, el fraile Tetzel encontró que esos cristianos que, por distraídos habían pecado, compraban y pagaban sin chistar, muy contentos, pero todos aquellos que, aun teniendo con qué, no se atrevían a pecar por temor al fuego eterno y aquellos, los más, que se esforzaban en mantener ocultas sus faltas para evitar el señalamiento de la sociedad (algo de pudor les quedaba), estaban felices de obtener vía libre para pecar. “Un papayazo de esos que no se pueden dejar pasar”, apuntaban muchos de quienes terminaron financiando la magna obra del gran León.

El bueno de Tetzel sabía aprovechar al límite herramientas adicionales como la escala de descuentos para las compras de mayor volumen (“Un gangazo”, les decía a sus clientes) y no paraba de vender y enviar cofres con miles de ducados a Roma, hasta que sufrió un chasco, que demuestra que el diablo es puerco y está en todas partes.

La cosa sucedió luego de su visita de ventas a un codiciado prospecto, un conocido contrabandista, a quien injustamente le endilgaban toda suerte de delitos, sin que se le hubiera podido probar nada, quizás porque en esa época no había fiscalías, pruebas materiales, falsos testigos ni huellas dactilares ni, mucho menos, interceptaciones ilegales, videos ni cosas así, sino solo recursos probatorios como la mano de Dios (Véase Ordalía) y eso no era algo que se le fuera a hacer a tan ilustre señor.

El sagaz vendedor logró coronar el gordo pues le armó a este personaje un paquete de indulgencias y descuentos que incluía varios supuestos crímenes cometidos (solo falsas imputaciones) y, en eso si fue muy consciente aquel piadoso varón, algunos que pensaba que podría llegar a cometer, incluyendo un par de homicidios, enriquecimiento ilícito, venta ilegal de predios, prevaricato, un desplazamiento forzado, compra de votos y algunos robos. Para todos ellos adquirió el indulto a posteriori et a anteriori a cambio de una gruesa suma de dinero, que el noble Johan recibió en dos pesados cofres de madera, luego de entregar el documento legal correspondiente, debidamente firmado y sellado, con su respectivo Imprimátur.

El feliz negociante se apresuró a enviarle al jefe un emisario (curiosamente, se llamaba Emilio di Worden) para contarle la buena nueva, con el fin de que fuera ingresando la cifra a la contabilidad. Aun no había llegado el enviado a su destino cuando el pecador redimido hizo uso de uno de sus indultos y en la oscuridad de la noche, luego de propinarle una espantosa paliza a Johan, le robó los dos cofres.

El burlado fraile quedó entonces sometido al descrédito, al desarraigo, al desalojo y a todos los des que le cabían, incluyendo el de desempleado, por supuesto.

Y el astuto pecador, en cambio, quedó doblemente eximido de culpa: uno por la bula papal y dos por la famosa sentencia que reza: “Ladrón que roba a ladrón”…..


1 comentários:

  • 9 de mayo de 2020, 8:41 a.m.
    Rudolf says:

    Amigo Valenzuela encontré muchos apartes que me hacen pensar que es de su autoría me güstó

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