4 de septiembre de 2021

La Campana II

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Los problemas son para resolverlos


Antes de pasarnos a nuestro nuevo apartamento, mi esposa se dedicaba a deshacerse de los bienes propios de nuestra vida anterior y yo me ocupé de contratar a un despiadado ruso que, maceta en mano, demolió el fregadero y entretanto me di a la tarea de la transformación de la campana.


Sobre el papel, convertir una recicladora en extractora me parecía tan sencillo como abrirle un hueco por un ladito, para que en lugar de darle vueltas a los aromas indeseables los expulsara lejos de sí. Pero, resultó que la campana de esta, la vivienda ideal, mostraba unos atributos geométricos y de materiales que no admitían perforación alguna. Me decidí por el sueño de quien estrena: cambiar la vieja por una nueva que trajera el hueco perfecto.


Después de mucho buscar, encontré solo dos modelos de extractora; una era de fabricación local y la otra, alemana. Tradicionalmente sabemos que en cuanto a calidad, eficiencia, durabilidad y resistencia de materiales no hay nada como una alemana, pero luego de ver que su precio equivalía a pagarle un tiquete en primera clase desde Europa hasta acá, decidí apoyar la industria nacional y comprar la aborigen, que, aparte de que hace y sirve para lo mismo, no demerita y también es muy bonita. La pedí por Internet.


Cuando llegó esa belleza, procedí inmediatamente, muy entusiasmado, a revisarla, pero no le encontré el dichoso orificio. Energúmeno llamé a #servicioalcliente del fabricante y una amable señorita, con voz muy dulce, atendió mi reclamo y me dijo que lo iba a escalar. No entendí claramente si pretendía irse tubo arriba, para evadirme, pero cerró la llamada diciendo “mi supervisor sí sabe de esos aparatos y se pondrá en contacto con usted, aunque no sé para qué quiere ese roto, si eso ya no se usa”.


Al día siguiente me llamó el supervisor y finalmente me dijo más o menos lo mismo que la chica en su última frase, pero con términos técnicos. A él si lo vacié de frente (su voz no era dulce) y le exigí que revisara el manual de su modelo, que yo había descargado de su página web, donde aparecían instrucciones precisas de cómo acoplarle a esa referencia un tubo de escape. El señor no sabía que había manuales en su página (me pareció que tampoco sabía que tenían página) y prometió ponerme en contacto con la jefe de servicio técnico para que habláramos ahí sí de tú a tú.


Al día siguiente me llamó una señora, con voz no tan dulce como la de la chica y con términos no tan técnicos como los del señor, pero se le notaba que sí conocía el producto y me dijo que sí, que el manual mencionaba lo del hueco, pero que, como nadie la pedía así, las áreas de producción y mercadeo habían decidido dejar de hacerle el hueco a esa y que solo me quedaban dos opciones: “perfórela usted mismo o devuelva el producto”. Sonaba aceptable, pero “si quiere devolverla, tiene que llegar acá con la caja intacta y todo, sin estrenar y, además, tiene que pagar el transporte de regreso a la fábrica, según lo estipula el acuerdo de términos y condiciones que aceptó cuando la compró” (el pasaje de la alemana, pero doméstico, pensé). Me fui por la opción uno, porque la dos era una pelea de tigre con burro amarrado y a todas estas yo ya me sentía maniatado.


Al cabo, pensé, ¿Qué tan difícil puede ser abrirle un hueco a una lata? La cruda realidad me enseñó que, si uno es tornero, perforador, remachador o ayudante de taller metalmecánico y si tiene la herramienta adecuada, es muy fácil hacer un hueco, pero si se es un ciudadano de a pie, como yo, no.


Ya me han pasado cosas como las narradas en hágalo usted mismo, así que decidí que ese hoyo le correspondía a un profesional de las hendiduras y no dudé en salir a buscar uno. Un experto en rotos se ocupó del adminículo que le llevé, pero una vez que el respectivo orificio estuvo al aire, surgió un nuevo requerimiento: “necesita un hosto para acoplarle el tubo de escape y eso si no lo hago yo”, me dijo el metalmecánico que solícito me había ayudado con la dichosa perforación.


Yo sabía acerca del exhosto, pero solo entonces vine a enterarme de la existencia de un dizque hosto. Pues, es un tubo rígido pero corto que sirve de guía para que el tubo grande se acople y así conseguir el ansiado desfogue. Haciendo una analogía, es como el marido en ejercicio, antes del divorcio.


Una vez con el orificio, el hosto y el tubo de escape acoplados a la campana, bastaba con abrir con el taladro y una copa de 3 pulgadas para madera, los huecos correspondientes en el mueble. Sólo encontré dos inconvenientes: yo no tengo taladro y no existen copas para madera de ese tamaño.


Comprar un taladro fue una idea que descarté de una pues, con eso del tamaño estábamos en plan de deshacernos de los objetos inútiles antes de pasarnos al nuevo apartamento y el taladro es, sin duda, una maravillosa, aparatosa y costosa herramienta que se usa solo excepcionalmente, así que un amigo que vive en una casa grande, me prestó uno. Claro que descubrí que muchos de mis amigos tienen de eso, pero como casi nunca lo usan, lo prestan sin reparo; incluso algunos están dispuestos a darlo a cambio de nada. Así conseguí el taladro.


Conseguir la copa sí fue imposible. Más aun, me encontré que cuando se quiere señalar con los dedos índice y pulgar el tamaño, se presta para interpretaciones equivocadas; los vendedores no entienden y al final le quieren meter a uno lo que les da la gana, con la explicación de que, si sobra, no es problema. Al final, abrí el hueco a punta de broca.


Pero al acoplar el tubo de escape a la ventana de la cocina, no me percaté que daba al vacío común interno del edificio, así que ahora tengo a todos mis vecinos increpándome en cada reunión del conjunto para que, o retire mi extractor o, al menos, aprenda a cocinar.




2 comentários to “La Campana II”

  • 4 de septiembre de 2021, 6:37 a.m.
    Rudolf says:

    Mi padre era todero y algo de el aprendí , efectivamente zapatero a tus zapatos.

  • 4 de septiembre de 2021, 7:45 a.m.
    L A says:

    ¿Ves? Con razón que no tienes pinta de alemán

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