24 de enero de 2020

Hágalo usted mismo

,
Y frito el pollo



Seguramente no es muy factible descubrir a alguien que sea bueno para todo, pero sí es fácil encontrarse a cada tiro a un bueno para nada, como en esta historia que nos contó un amigo de Cúcuta:

El sonido continuo y repetido que hace una gotera al caer es tan desesperante, que ha sido utilizado como método de tortura. No es posible descansar ni conciliar el sueño cuando usted tiene algo que le gotea, porque se siente como si estuviera con un gota a gota.

En mi cuarto de baño, cualquiera de estas noches arrancó la ducha (que es de esas tradicionales y antiguas, con dos pomos plásticos independientes) a administrarme un tormento con su “ploc, ploc, ploc …” Una gotera. Qué contrariedad.

Durante el consecuente desvelo fui armando mi plan para resolver tan irritante situación. No iba a dejarme arrancar una pequeña fortuna solo por ver a un plomero cambiar en cinco minutos un simple empaque ni a soportar la humillación de que me mirara con cierta sorna, al cobrar por su trabajo.

Aunque no soy nada ducho en reparaciones locativas ni en duchas, hice acopio de valor y decidí asumir yo mismo la reparación. Hice un inventario del completo arsenal que poseo en mi caja de herramientas, los guantes industriales y las botas y el overol de trabajo (la verdad, todo eso sin estrenar) con los cuales puedo dedicarme a arreglar casi cualquier cosa. Casco no tengo, pero no lo iba a necesitar.

El sábado, muy temprano y aprovechando que estaba solo en mi casa (ahora que lo pienso, siempre me quedo solo cuando anuncio algún arreglo locativo, desde cambiar un bombillo hasta pegar un cuadro), inicié mi labor. Sería cuestión de unos minutos. Corté el agua, aflojé con mi destornillador eléctrico de puntas múltiples el pomo del problema y lo extraje junto con el vástago y el empaque.

Una hora después, en un enorme almacén repleto de cosas maravillosas, de esas que uno no conoce y no necesita, logré por fin acorralar a un funcionario de servicio al cliente (ellos huyen o se ocupan cuando uno se les acerca con cara de pregunta), para que me indicara cuál era la referencia que yo necesitaba y pude regresar a mi casa con dos relucientes juegos de repuesto, con los cuales conservaría la simetría y armonía de la instalación original. Con lo que no contaba era conque una inesperada muesca no coincidía con la tubería empotrada en la pared y era imposible lograr la instalación.

Luego de tres viajes al gran centro proveedor y ya energúmeno, logré que simplemente me devolvieran mi dinero, los maldije, me olvidé de ellos y, contra mi idea inicial, recurrí a la ferretería de la esquina, atendida por su propietario, un plomero, quien muy atento me sugirió que no cambiara todo el conjunto, porque “además de que está en buen estado, ya no se consigue, pues es obsoleto”. Separó el vástago, cambió el empaque gastado y me envió, ya más tranquilo, a hacer mi reparación, con los dos empaques nuevos, porque yo insistí en que, aunque la otra llave estaba bien, era mejor cambiarle el empaque de una vez, “por prevención y para aprovechar que estoy en esas y como cuesta poquito…”.

Instalé la primera llave en su hueco, restablecí el agua y… cierre perfecto, cero gotas, ¡éxito total! Envalentonado, procedí entonces con la otra, pero, por el entusiasmo con mi logro, olvidé cortar antes el agua y al retirarla me sorprendió un poderoso chorro que me dejó empapado y con el área de la ducha convertida en un gran pozo. Al tratar de corregir el error, salí apurado y llené de barro todo el trayecto hasta el registro del agua, o sea, medio apartamento.

Me cambié de ropa, pensando además en la trapeada que me esperaba al final. Para tristeza mía, el entrenamiento que había tenido con la primera llave no me sirvió de nada para la segunda: inexplicablemente, el destornillador no fue suficiente. Tuve ocasión de estrenar el hombre solo (y, bien solo que sí me sentía), la llave inglesa, la llave de expansión, la llave de copas, los alicates, las pinzas, las tenazas y otras, bien raras, que no sabía que tenía y que no sé ni cómo se llaman ni para qué sirven, pero con ninguna de ellas pude separar el maldito conjunto de pomo y vástago.

Una voz interior (la de mi mujer, sería) me decía que dejara así, que esa llave no tenía problema, que podía dejar el empaque de repuesto para cuando fuera menester, que me iba a tirar ese conjunto que ya no se conseguía, que no había almorzado y debía trapear…. pero a estas alturas mi orgullo estaba más herido que mis manos (me las lesioné varias veces con mis poderosas herramientas), así que ya no podía dar marcha atrás.

Al rato volví, con el rabo entre las piernas y en una mano, el pomo, el vástago y el empaque unidos como cuerpo cierto donde el plomero de la esquina para que desarmara el conjunto. Mi vergüenza y mi humillación llegaron al límite cuando el tipo, de un solo tirón me desprendió el vástago, que no estaba atornillado sino encajado a presión. Regresé e instalé las piezas en la tubería.

A estas alturas, entre las idas y venidas, el forcejeo inútil con piezas y herramientas y las curaciones en las manos, se me había consumido casi todo el día. Pero ahora estaba por fin frente a mi obra, dispuesto a saborear el triunfo. Reconecté el agua y entonces escuché un chorro brotar impetuoso y sin control en la ducha. Corrí allí a verificar qué estaba mal y vi que el sándwich y el jugo con los que pretendía almorzar mientras trabajaba, yacían empapados en el piso, de nuevo inundado y que de la llave brotaba inmisericorde un chorro de agua que hacía todo peor que al inicio del proceso: más barro en el piso, plato partido (lo pisé cuando traté de cerrar la llave), otra vez ropa mojada, llaves esparcidas por doquier (tropecé y volteé la caja de herramientas sobre el piso) y, mientras cerraba de nuevo el registro, me inundó por dentro una miserable sensación de impotencia mezclada con rabia, recriminaciones, injurias y hasta odio hacia los fabricantes de esos estúpidos sistemas de manejo de líquidos del siglo pasado.

Estaba por romper en llanto de la ira, cuando llegó mi mujer con una caja con pollo asado que puso sobre la mesa y me ofreció una toalla para que me secara. Hizo una corta llamada por teléfono, mientras me traía una pantaloneta y unas chanclas, se llevó mis botas embarradas, secó el agua, recogió la mugre y las herramientas y finalmente le abrió la puerta al plomero de la esquina (el destinatario de la llamada) para que arreglara la llave.

Mientras almorzaba, yo solo rumiaba en silencio que ese tipo de tareas son para personas de bajo intelecto, con escaso nivel educativo y diestros solo en labores manuales, no intelectuales, como las mías. Al tipo ni lo miré durante los diez minutos que estuvo allí.

A ella no pude decirle nada, pero con la mirada le hice saber que el pollo estaba rico y que, sin ella, de seguro ya estaría muerto. Que la amo. 

5 comentários to “Hágalo usted mismo”

  • 25 de enero de 2020, 6:44 a.m.
    Rudolf says:

    En hágalo usted mismo es típico ,tratar de resolver los daños del hogar con las dificultades que la falta de experticia conllevan ,yo aprendí de mi padre y me desenvuelvo bien.hay gente menos aventajada

  • 25 de enero de 2020, 6:45 a.m.
    Rudolf says:

    Este artículo ya lo comenté sin embargo no aparecen los comentarios

  • 1 de agosto de 2020, 6:49 a.m.
    Unknown says:

    Mi Madre me decía zapatero a sus A sus zapatos ,Aprendí lo mío técnico en Autos ,me gusta la gente especializada en su rama .

  • 4 de septiembre de 2021, 7:55 a.m.
    L A says:

    Es que ese amigo cucuteño es como de malas...

  • 4 de septiembre de 2021, 7:57 a.m.
    L A says:

    Yo estoy leyendo tu comentario, Rodolfo

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