Y bajó de los cielos y se hizo hombre
Para mi
sorpresa, puede ver que el tipo no era un émulo de George Clooney ni tenía el cuerpo
de Ricky Martin; ni siquiera parecía una versión criolla de Brad Pitt ni lucía
como algún galán de telenovela. Nada, era común y silvestre (más bien feíto
para ser honestos). Pero los coros de alabanzas no disminuían y la mujer que lo
acompañaba sonreía con un aire de sobradez digno de la realeza británica.
A la euforia
inicial dio paso un momento de calma y eso me llevó a pensar cuál era la causa
de tan desproporcionado recibimiento para el hombrecillo aquel. Cometí entonces la
torpeza de preguntar el porqué de tanto alboroto. ¡Y, para colmo,lo pregunté en
voz alta!
La primera
respuesta vino, para mi sorpresa, de mi acompañante, quien casi deliraba, quejándose
del largo tiempo que tenía de no verlo:
- ¡Pues que él no es un borracho
y es capaz de pasar un rato alegre y divertido sin tomar una gota de licor!
A lo que otra
agregó:
- De hecho, él siempre es el
conductor elegido y nos reparte a todas, a la hora que sea, a nuestras casas.
Y muchas
voces femeninas exclamaban detrás mío:
- A mí una de las cosas que más
me gusta es lo rico que cocina.
- Le prepara a Amelia unos platos
de rechupete.
- Un día llegué de sorpresa a
visitarlos y lo encontré planchando.
- ¡Tan divino!
Cada frase
que exaltaba las virtudes del recién llegado era rematada con una furiosa mirada
para el varón que acompañaba a quien la pronunciaba e incluso, a veces, con un
disimulado codazo.
- Este hombre es el compañero
ideal cuando una va de compras, dijo Amelia con voz serena mientras, zalamera,
se colgaba de su brazo: Recorre los almacenes sin protestar, carga todos los
paquetes, te regala sin reparos su opinión sincera y casi siempre, paga él.
Hubo aplausos
de las concurrentes y al fondo una pareja, que yo tampoco había visto antes,
inició una discreta discusión entre ellos.
- Hay que verlo en la escuela de
padres, expresó una que de seguro tiene sus hijos en el mismo colegio que los
de este hombre fabuloso: Siempre llega puntual, participa en todo y hasta es
miembro de la junta de padres.
- ¡Ayyyy!!, es que es un amor,
terminó sentenciando otra fulana.
El primer
señor que se atrevió a intervenir, dijo en voz baja, con cierto dejo de
sarcasmo:
- Algún vicio debe tener. Al menos
fuma o le gusta el fútbol….
- ¡Cómo se te ocurre! Le
interpeló su compañera. Y luego sentenció, ladeando la cabeza hacia el nuevo
dueño de la reunión, con un dejo de coquetería: Tú nunca fumas, ¿verdad?
- No, nunca, ni siquiera lo he
probado. Respondió, con una sonrisa de oreja a oreja, la celestial figura.
- Y sí, le gusta el fútbol, pero le
gusta más respetar mis gustos, intervino levantando su voz Amelia. Jamás hemos
peleado porque él quiera ver un partido. El prefiere ver los goles en el
noticiero de las once, antes que pedirme que yo deje de ver un programa que me
gusta.
En este punto
hubo recriminaciones de todo tipo hacia sus acompañantes, por parte de las
concurrentes, ya no con miradas o gestos sino de viva voz.
Un hombre
bajito y callado pretendió hacerse el chistoso y le comentó con sorna a su
pareja, casi en secreto:
- Pero seguro que,de aquello,
nada de nada.
Para su
desgracia, lo dijo en un momento de inesperado silencio y la frase se oyó en
todo el recinto.
- ¡Tienen cuatro hijos! Le
respondió su propia mujer casi gritando y obligando al señor a permanecer
cabizbajo y a guardar un respetuoso silencio durante los diez minutos que pasaron
antes de que salieran discretamente, sin despedirse de nadie.
- Bueno, señoras, por favor,
vamos ya a relajarnos y divertirnos un poco, dijo el petardo fantoche ese con un
aire de magnificencia sencillamente despreciable.
Quién podría
divertirse ahora cuando estábamos frente al arcángel San Gabriel en persona,
repartiendo bendiciones y sonrisas a todas las presentes y maldiciones a todos
los pecadores que, con humildad y resignación, rezábamos mentalmente el
pedacito ese de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” de no sé qué
oración, que de seguro el querubín se sabía de memoria.
Otro
condenado de los presentes, queriendo desviar la atención hacia otro asunto,
propuso alegremente que jugáramos unas cartas, pero de nuevo una voz femenina
desde algún rincón dijo:
- Él no juega ni apuesta, ¡es que
es un dechado de virtudes!
En este punto
se había producido una extraña conexión entre todos los hombres del lugar
(excepto el celestial prohombre, obviamente) y mentalmente fraguábamos una
conspiración para asesinar al susodicho, arriesgando incluso la estabilidad
conyugal y el futuro de cada cual. Secretamente, cada quien empezó a maquinar sobre
cuál sería el defecto de este ser superior, si es que tenía alguno, que pudiera
ser expuesto para su vergüenza y la reivindicación de los demás.
Un hombre
alto y bien parecido, cuya voz resonó entre la concurrencia, preguntó decidido:
- ¿A qué te dedicas?
“Buen punto”,
pensamos todos al unísono, esperando una respuesta mediocre relativa a un ser
de bajo intelecto (tenía que ser) a quien su mujer mantenía, junto con sus cuatro
hijos, trabajando como una bestia.
- Él es el decano de … (la facultad de no sé qué carajos en no sé qué
antro superreputado del país), tiene … (más
cartones que un tugurio: Summa cum laude, MSc, PhD y cuanta carajada,
benemérito, supermérito, distinguido, laureado, premiado y exaltado por un montón
de instituciones con nombre extranjero) y es asesor de… (no sé qué ministerio).
En fin, algo
así fue lo que Amelia se apresuró a contestar, recitando todo ese ininteligible
currículo, dejándolas a todas con la boca muy abierta y a todos los señores perplejos,
ante la presencia de semejante eminencia.
Buscando
explorar alguna otra posible arista por dónde resquebrajar a este colosal
exponente de la raza humana pregunté:
- ¿Practicas algún deporte?
Esta vez quien salió
al quite fue una cuñada de él:
- Él es campeón nacional de
regatas y practica el hockey sobre hielo cuando viene a visitarnos (de paso nos
restregó que era canadiense o que al menos ella sí vivía en un país civilizado).
Todos nos
miramos y pensamos en lo difícil que resulta atravesar el lago del parque Sopó
en la porquería esa de lancha de pedales, cuando nos visita la suegra y hay que
sacarla a pasear y la vieja, que pesa como una tonelada, ni siquiera ayuda a
pedalear.
Algún otro
ingenuo se atrevió a insinuar algo relativo a infidelidades o deslices y fue
aplastado inmisericordemente por la horda femenina, que
ya enfurecida, había entendido que queríamos hacer quedar mal al serafín y
ellas no iban a permitir tal despropósito. Entonces decidí que lo más prudente,
para no terminar linchado o preso por homicidio, era retirarme, lo cual hice
apresuradamente y casi sin despedirme (del arcángel no me despedí, por
supuesto) arrastrando a mi pareja que, claro, no quería salir de allí.
Todo lo que
comenté durante el largo y aburridor trayecto de regreso fue:
- Debe ser gay. O bisexual.
El resto del
viaje sólo escuché un sermón similar al de las siete palabras, en el cual se
ponían en evidencia todos mis defectos, incluyendo la envidia, que no me
permitía aceptar que hay hombres buenos, íntegros y pulcros que por fortuna aún
habitan este mundo.
Después me
enteré que el dichoso santo no baila muy bien, pero que eso no tiene la menor
importancia pues es algo que dizque sí se perdona, tanto en la tierra como en el
cielo, cuando te adornan las virtudes suficientes.
Por favor!!!! Maten a ese hp!!!