11 de mayo de 2018

La vergüenza del gremio

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Y bajó de los cielos y se hizo hombre 
La otra noche, mientras estaba en una reunión de esas donde se busca departir alegremente con amigos y olvidar los problemas cotidianos, llegó una pareja que yo no conocía, pero que fue recibida con gran algarabía. Casi todas las mujeres que había en el recinto se volcaron a su encuentro y se despacharon en elogios hacia el caballero, con un júbilo parecido solo a los episodios de histeria que se veían durante las presentaciones de Los Beatles.

Para mi sorpresa, puede ver que el tipo no era un émulo de George Clooney ni tenía el cuerpo de Ricky Martin; ni siquiera parecía una versión criolla de Brad Pitt ni lucía como algún galán de telenovela. Nada, era común y silvestre (más bien feíto para ser honestos). Pero los coros de alabanzas no disminuían y la mujer que lo acompañaba sonreía con un aire de sobradez digno de la realeza británica.

A la euforia inicial dio paso un momento de calma y eso me llevó a pensar cuál era la causa de tan desproporcionado recibimiento para el hombrecillo aquel. Cometí entonces la torpeza de preguntar el porqué de tanto alboroto. ¡Y, para colmo,lo pregunté en voz alta!

La primera respuesta vino, para mi sorpresa, de mi acompañante, quien casi deliraba, quejándose del largo tiempo que tenía de no verlo:
-   ¡Pues que él no es un borracho y es capaz de pasar un rato alegre y divertido sin tomar una gota de licor!
A lo que otra agregó:
-  De hecho, él siempre es el conductor elegido y nos reparte a todas, a la hora que sea, a nuestras casas.
Y muchas voces femeninas exclamaban detrás mío:
-   A mí una de las cosas que más me gusta es lo rico que cocina.
-   Le prepara a Amelia unos platos de rechupete.
-  Un día llegué de sorpresa a visitarlos y lo encontré planchando.
-  ¡Tan divino!

Cada frase que exaltaba las virtudes del recién llegado era rematada con una furiosa mirada para el varón que acompañaba a quien la pronunciaba e incluso, a veces, con un disimulado codazo.

-  Este hombre es el compañero ideal cuando una va de compras, dijo Amelia con voz serena mientras, zalamera, se colgaba de su brazo: Recorre los almacenes sin protestar, carga todos los paquetes, te regala sin reparos su opinión sincera y casi siempre, paga él.
Hubo aplausos de las concurrentes y al fondo una pareja, que yo tampoco había visto antes, inició una discreta discusión entre ellos.

-  Hay que verlo en la escuela de padres, expresó una que de seguro tiene sus hijos en el mismo colegio que los de este hombre fabuloso: Siempre llega puntual, participa en todo y hasta es miembro de la junta de padres.
-  ¡Ayyyy!!, es que es un amor, terminó sentenciando otra fulana.

El primer señor que se atrevió a intervenir, dijo en voz baja, con cierto dejo de sarcasmo:
-  Algún vicio debe tener. Al menos fuma o le gusta el fútbol….
- ¡Cómo se te ocurre! Le interpeló su compañera. Y luego sentenció, ladeando la cabeza hacia el nuevo dueño de la reunión, con un dejo de coquetería: Tú nunca fumas, ¿verdad?
-  No, nunca, ni siquiera lo he probado. Respondió, con una sonrisa de oreja a oreja, la celestial figura.
- Y sí, le gusta el fútbol, pero le gusta más respetar mis gustos, intervino levantando su voz Amelia. Jamás hemos peleado porque él quiera ver un partido. El prefiere ver los goles en el noticiero de las once, antes que pedirme que yo deje de ver un programa que me gusta.

En este punto hubo recriminaciones de todo tipo hacia sus acompañantes, por parte de las concurrentes, ya no con miradas o gestos sino de viva voz.

Un hombre bajito y callado pretendió hacerse el chistoso y le comentó con sorna a su pareja, casi en secreto:
-  Pero seguro que,de aquello, nada de nada.
Para su desgracia, lo dijo en un momento de inesperado silencio y la frase se oyó en todo el recinto.
-  ¡Tienen cuatro hijos! Le respondió su propia mujer casi gritando y obligando al señor a permanecer cabizbajo y a guardar un respetuoso silencio durante los diez minutos que pasaron antes de que salieran discretamente, sin despedirse de nadie.

-  Bueno, señoras, por favor, vamos ya a relajarnos y divertirnos un poco, dijo el petardo fantoche ese con un aire de magnificencia sencillamente despreciable.

Quién podría divertirse ahora cuando estábamos frente al arcángel San Gabriel en persona, repartiendo bendiciones y sonrisas a todas las presentes y maldiciones a todos los pecadores que, con humildad y resignación, rezábamos mentalmente el pedacito ese de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” de no sé qué oración, que de seguro el querubín se sabía de memoria.

Otro condenado de los presentes, queriendo desviar la atención hacia otro asunto, propuso alegremente que jugáramos unas cartas, pero de nuevo una voz femenina desde algún rincón dijo:
-  Él no juega ni apuesta, ¡es que es un dechado de virtudes!

En este punto se había producido una extraña conexión entre todos los hombres del lugar (excepto el celestial prohombre, obviamente) y mentalmente fraguábamos una conspiración para asesinar al susodicho, arriesgando incluso la estabilidad conyugal y el futuro de cada cual. Secretamente, cada quien empezó a maquinar sobre cuál sería el defecto de este ser superior, si es que tenía alguno, que pudiera ser expuesto para su vergüenza y la reivindicación de los demás.

Un hombre alto y bien parecido, cuya voz resonó entre la concurrencia, preguntó decidido:
- ¿A qué te dedicas?
“Buen punto”, pensamos todos al unísono, esperando una respuesta mediocre relativa a un ser de bajo intelecto (tenía que ser) a quien su mujer mantenía, junto con sus cuatro hijos, trabajando como una bestia.
-  Él es el decano de … (la facultad de no sé qué carajos en no sé qué antro superreputado del país), tiene … (más cartones que un tugurio: Summa cum laude, MSc, PhD y cuanta carajada, benemérito, supermérito, distinguido, laureado, premiado y exaltado por un montón de instituciones con nombre extranjero) y es asesor de… (no sé qué ministerio).

En fin, algo así fue lo que Amelia se apresuró a contestar, recitando todo ese ininteligible currículo, dejándolas a todas con la boca muy abierta y a todos los señores perplejos, ante la presencia de semejante eminencia.

Buscando explorar alguna otra posible arista por dónde resquebrajar a este colosal exponente de la raza humana pregunté:
-  ¿Practicas algún deporte?

Esta vez quien salió al quite fue una cuñada de él:
-  Él es campeón nacional de regatas y practica el hockey sobre hielo cuando viene a visitarnos (de paso nos restregó que era canadiense o que al menos ella sí vivía en un país civilizado).

Todos nos miramos y pensamos en lo difícil que resulta atravesar el lago del parque Sopó en la porquería esa de lancha de pedales, cuando nos visita la suegra y hay que sacarla a pasear y la vieja, que pesa como una tonelada, ni siquiera ayuda a pedalear.

Algún otro ingenuo se atrevió a insinuar algo relativo a infidelidades o deslices y fue aplastado inmisericordemente por la horda femenina, que ya enfurecida, había entendido que queríamos hacer quedar mal al serafín y ellas no iban a permitir tal despropósito. Entonces decidí que lo más prudente, para no terminar linchado o preso por homicidio, era retirarme, lo cual hice apresuradamente y casi sin despedirme (del arcángel no me despedí, por supuesto) arrastrando a mi pareja que, claro, no quería salir de allí.

Todo lo que comenté durante el largo y aburridor trayecto de regreso fue:
-  Debe ser gay. O bisexual.

El resto del viaje sólo escuché un sermón similar al de las siete palabras, en el cual se ponían en evidencia todos mis defectos, incluyendo la envidia, que no me permitía aceptar que hay hombres buenos, íntegros y pulcros que por fortuna aún habitan este mundo.

Después me enteré que el dichoso santo no baila muy bien, pero que eso no tiene la menor importancia pues es algo que dizque sí se perdona, tanto en la tierra como en el cielo, cuando te adornan las virtudes suficientes.

1 comentários:

  • 12 de mayo de 2018, 10:02 a.m.
    Darayam2 says:

    Por favor!!!! Maten a ese hp!!!

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