Karanidash era un joven babilónico, hijo menor de una familia acomodada sin ser rica, que había logrado un nombre gracias a sus actividades comerciales en el puerto con productos textiles.
Cierto día, mientras manoseaba unos melones en la plaza de mercado, Karanidash vio a Zalsarum, una joven muy rica que muy acomodada paseaba por el lugar y quedó prendado de ella.
Entonces, el joven puso en juego sus habilidades conspiratorias y se dio maña para provocar una serie de encuentros en diferentes lugares, hasta que ella por fin se fijó en él y empezó a sentir más o menos lo mismo, en diferentes lugares, es decir, logró provocarla.
En aquella época había unas costumbres de tipo sexual que se debían respetar so pena de que si el infractor era un hombre sufriría castración y, si se trataba de una infractora, era amarrada y luego arrojada al río
La primera de tales costumbres era que cuando una chica llegaba a la edad de merecer, debía internarse en el templo de la diosa Ishtar y permanecer allí hasta que un extranjero la eligiera (las menos agraciadas solían durar meses o años en el lugar), les pagara por sus favores y les hiciera el favor, lo cual sucedía una única vez y con una sola virgen, sin que la volviera a ver y sin que mirara a otra nena, hasta la siguiente temporada. De esta manera las babilónicas aprendían que el amor sin dinero no funciona y de rebote, a apreciar y apostar por el producto interno, por más bruto que fuera, sin dejar de comparar con lo que había por fuera. Ya con este conocimiento, las mujeres eran llevadas unos meses después a una subasta donde conocerían a su futuro marido.
Zalsarum debía internarse pronto en el templo, así que elaboraron con su amado un ingenioso plan para burlar al sistema, según el cual el joven se disfrazaría de extranjero, entraría al templo y pagaría la vacuna exigida y así podrían consumar su amor hasta consumirlo.
Su estratagema tuvo un éxito total y llevó a los muchachos, no solo a que se les ahondara el amor, sino que se les aumentaran las ganas de seguir jugando a la babilónica y el extranjero. Pero, esto no podría continuar durante un tiempo muy largo, ya que Zalsarum había salido del templo y ya estaba lista para la subasta.
La siguiente etapa del plan era mucho más complicada ya que las mujeres de la ciudad, unos meses después de salir del templo, eran llevadas a una subasta pública en la cual los pretendientes se empujaban y pujaban por la que les gustara más y, obviamente, las mujeres más bellas quedaban en poder de los más pudientes, pues tenían el músculo financiero más grande, mientras que, por lo general, a los vaciados terminaban pagándoles para que se quedaran con las más feas.
Zalsarum era bastante agraciada, así que había un alto riesgo de que se la quedara uno de los competidores adinerados de la ciudad y ahí sí no había tu tía, pues era claro que el asunto se resolvía con plata y Karanidash, después de gastar una buena porción de sus ahorros en el templo, no iba a poder aguantar ni un pujido. Así que hizo un nuevo acopio de ingenio y logró el compromiso de su combo de amigos, con los cuales pudo reunir una cierta suma de dinero, que no le aseguraba nada, pero que al menos lo metía en la pelea.
El proceso se surtía así: la chica era presentada a los asistentes a la subasta, un tanto ligera de ropas y se anunciaba un precio base, definido por su padre de ella, proporcional a su peso corporal, el de ella. Por lo general, el asunto arrancaba con uno a dos talentos, la moneda local, cada uno de los cuales equivalía aproximadamente a 30 kg de carne. Cuando un interesado levantaba su mano derecha, le agregaba un talento al precio base. Con cada lance la niña hacía un giro o una reverencia, levantaba una pierna o descubría un hombro, motivando así a los oferentes a escarbar sus bolsas y a que aumentaran sus talentos a medida que descubrían los de ella. Los lances permitidos se limitaban a un cierto número, que era anunciado también al principio de la puja y el oferente que llegara a la última instancia era el feliz ganador de la talentosa chica. A continuación, debía entregar el dinero de inmediato, so pena de ser encarcelado por tramposo y que la nena le fuera adjudicada al segundo participante en disputa.
Karanidash encaró la subasta con ocho talentos: dos de su propio peculio y seis de los de sus amigos. El precio base por Zalsarum fue fijado en dos talentos y se definió que se atenderían siete lances, así que, aunque tenía cierto juego, el riesgo de perderla era alto. La estrategia consistió entonces en que, con el poco contenido de su bolsa, entraría a la puja en el penúltimo lance y uno de sus amigos iría en el último, confesaría luego no tener el dinero y pagaría un año de cárcel, pero Zalsarum le quedaría a su verdadero dueño. El joven no tenía dinero, pero sí buenos amigos.
La subasta empezó y los tres primeros lances fueron tramitados por acaudalados competidores que mostraron su interés y muy pronto subieron a 5 talentos el valor de la chica. Se anunció un nuevo lance y un oferente misterioso, cubierto de pies a cabeza con una túnica, se apresuró a adjudicárselo. Quedaban tres oportunidades y ahora, seis interesados: los tres primeros, el desconocido, Karanidash y el amigo regalado. El valor de la chica ya estaba en 6 talentos, lo cual representaba una suma muy gorda.
Para el antepenúltimo lance, sólo uno de los adinerados ofertó y para el penúltimo, que era el de Karanidash, este apartó su mirada de la nena, se volteó y se dirigió a otro lugar de la sala. Esta situación generó bastante tensión entre los amigos de nuestro protagonista, ya que todo el plan se derrumbaba aquí.
Se anunció la última oportunidad. Hubo un silencio prolongado, en el que nadie se atrevía a pronunciarse ni a ofertar; la tensión crecía en el salón, hasta que el desconocido levantó, como único oferente, su mano y la chica le fue adjudicada. Después de las comprobaciones y los protocolos de rigor, el pago fue recibido y el misterioso hombre retiró su túnica, con lo cual se pudo ver que era un tipo tan feo como el que le tocaría siglos después a Francesca, excepto que no era jorobado, pero sí tenía más verrugas.
Los amigos de Karanidash y la propia Zalsarum se llevaron una enorme sorpresa cuando lo vieron a aquel, minutos más tarde, en otra subasta, pujando por otra mujer.
Zalsarum, completamente desilusionada de su amante y bastante preocupada por su nueva condición, se dispuso a partir con su próximo marido. Tan pronto como cuatro fornidos esclavos la transportaron en una cómoda litera y la subieron a un elegante carruaje, se le pasó la rabieta y empezó a notar que el hombre que se la había ganado, después de todo no estaba tan feo.
Karanidash por su parte, se hizo a una joven, no tan bella, pero sí más robusta (su puja empezó con tres talentos y sólo contempló dos lances), una especie de promoción de temporada, más ajustada a las posibilidades económicas del muchacho y con más relleno cárnico, distribuido selectivamente en algunas partes nobles de su cuerpo. Además, al no ser tan linda, se esperaría, según los cánones de la época, que fuera hacendosa, dedicada y fiel.
Como saben hoy en día los expertos en mercadotecnia, la decisión de compra suele darse, en un alto porcentaje de los casos, frente al producto. Por eso es tan importante desarrollar las estrategias POP más adecuadas. Y, como sabe cualquier parroquiano, aunque billetera mata pinta, labia mata billetera, al final la pinta es lo de menos.