A propósito de una serie de neflis homónima, recordé la vez que un amigo me pidió que lo acompañara a saludar a su padre, a quien hacía algún tiempo no visitaba. Yo no conocía al señor, así que le indagué a mi amigo y este me contó que era maestro, un gran lector y apasionado por el ajedrez. “Como yo” pensé e inmediatamente supe de qué tema podría conversar durante la visita.
Pues, el señor resultó ser un conversador muy animado y al poco rato de nuestra llegada me dijo: “Conque tú juegas ajedrez”, acompañando la frase con una gran sonrisa. “Si, algo le jalo”, dije para no parecer pretencioso. Entonces, me invitó a seguirlo a su biblioteca, donde me mostró su enorme colección de libros ¡de ajedrez! “Ah carachas”, dije para mis adentros, “el hombre no le jala, juega en serio”. Cuando reparé en que se ocupaba en buscar un libro en particular, pensé que me iba a mostrar uno escrito por él. Pero no, sólo quería mostrarme un estudio sobre la defensa Nimzo-India, su favorita.
En algún momento me preguntó ¿Cuál es tu ELO? y me miró a los ojos para asegurarse de que no le iba a mentir ni a cañar. Yo francamente el único ELO que conocía hasta ese momento era la Electric Light Orchestra, que muy seguramente no entra en las preferencias musicales del señor, así que no lograba entender a qué se refería.
“Hace rato no me lo mido”, dije tratando de salir del paso, pero caí en la cuenta de que no sabía si era el o la ELO ni si uno se lo automedía o lo hacía alguien más y para completar, el gesto del hombre me dejó intuir que por ahí no era, así que terminé la frase con aquello de que hace rato no toco un tablero, es que no queda tiempo, con tantas preocupaciones actuales y lo difícil que está la situación, en fin, me salí por la ramas y terminé en el clima, del cual nadie sabe nada, sólo que es impredecible (véase los datos inútiles para no saber más del asunto).
Tan pronto llegué a mi casa pude averiguar que Elo en efecto es masculino, pero no es ninguna sigla, sino que un señor de apellido Elo se craneó un sistema para evaluar si alguien juega o no juega, mediante una incomprensible escala que empieza en cero y no tiene fin, aunque nadie ha llegado a los 2.900 puntos.
Contrario a lo que pasa en otras disciplinas, a un puntaje inferior a 1.000, se le considera despreciable, al igual que a quien lo ostenta, así que no hay un nombre para esta categoría, en la cual van ascendiendo aquellos que saben qué es un escaque, cómo se llaman las piezas, cómo se mueven, los que llaman zunga a la dama, seguidos de las víctimas del mate del pastor, los que juran que el objetivo es comerse lo que más puedan del adversario y los que consideran que los peones, como en la vida real, no valen nada.
La franja de 1.000 a 1.500 puntos está reservada para los aficionados que juegan en los campeonatos de barrio y de ahí hasta 2.000 van los que se lo toman más en serio y se meten a una escuela o a un club donde hay que pagar la membresía y hasta los que se dan ínfulas y se vuelven confederados de alguna asociación.
Por encima de 2.000 se es experto, luego aspirante a maestro, calidad que se logra con 2.300 puntos; a los que alcanzan 2.400 se les da el nombre de maestro internacional, a los 2.500 el de gran maestro y de ahí para arriba usted se llama Garri Kaspárov o Bobby Fisher. Y, está el caso único, de Magnus Carlsen, quien ha obtenido 2.862 puntos, la máxima cifra de todos los tiempos.
En otra ocasión que tuve, le pregunté a mi amigo qué enseñaba su padre, pero él sonrió y me dijo: “No, él no es profesor, es maestro de ajedrez”. Desde entonces el juego que practico es solo el solitario de cartas en el computador; ahí siempre gano y en ese escalafón ya ostento varios títulos y soy gran maestro, no un guámbito, como en ajedrez.