29 de enero de 2021

El hilo de la niñera

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Cómo depilarse a lo indio


El hilo es la materia prima con la cual se tejen las historias, que tendrán su tinte dependiendo del tamaño del ovillo, del grosor de la madeja y de dónde venga y para dónde vaya el hilo.


Así, hay historias como la del hilo de Ariadna, que salvó a su amado de perderse en el laberinto, la del sabio de la luna y su hilo rojo, el hilo de plata que une el cuerpo y el espíritu de quienes logran desdoblarse, los hilos de tweeter, los hilos invisibles del traje del emperador del cuento de Andersen, los hilos invencibles de la telaraña, que le sirven de Transmilenio al hombre araña y, el muy común y frecuentado hilo dental que puede ir desde las encías hasta las playas internacionales más placenteras.


Del extenso tejido de historias de hilos, un amigo, recién llegado de Cúcuta, nos contó esta perla:


En diciembre pasado me fui de vacaciones a las playas caribeñas, que como indica su nombre, resultan bastante caribeñas, así que me vi obligado a emprender el viaje por vía terrestre en compañía de mi suegra, su hija y la mía.


Andábamos felices los cuatro recorriendo las 4G cuando sobrevino la necesidad de una parada técnica para estirar las piernas uno y encogerlas otras, así que busqué el lugar apropiado para ello, que por desgracia no es fácil de encontrar en tan excelsa ruta soleada, máxime cuando uno tiene presentes las necesidades sanitarias femeninas, que son muy diferentes a las de los varones (véase la miona tour para entender mejor esta observación).


Por fin apareció un sitio que ofrecía los servicios completos de cafetería, estación de gasolina, montallantas y restaurante para camioneros que nos permitía liberarnos de la premura ureica. Como cabía esperar que las damas se demorarían más tiempo, pensé en aprovechar para hacer varias tareas de un solo guamazo.


Mientras hacía un recorrido por las variadas instalaciones del lugar e ingería algo frío, reflexionaba satisfecho sobre el tamaño de mi vejiga y el tiempo requerido entre una parada y otra. De repente, me quedé pasmado al percatarme de que había dejado la llave del carro puesta en el encendido. Corrí a reparar mi error, pero ya era tarde: el vehículo, él solito, se había cerrado herméticamente.


Vaya uno intente abrir su carro como lo hacen los jaladores profesionales, que parece que compitieran constantemente, porque cada vez les toma menos tiempo hacer de las suyas. Me dirigí entonces donde el bombero, que de seguro sabía más que yo del asunto, pero sólo se limitó a remitirme donde los montallanteros, indicándome que ellos sí podrían ayudarme.


Nosotros sabemos de llantas, no de chapas, pero si quiere le rompo un vidrio, dijo amablemente un mugriento muchacho, opción que no me pareció ni siquiera digna de ser considerada. Un adulto más sensato, emergió detrás de una volqueta y mientras se acomodaba el pantalón sentenció con tono grave: busque al burro, ese le hace la vuelta, debe andar en el restaurante.


Me dirigí hacia el lugar indicado, pensando si el señor había entendido que lo que yo quería era que me abrieran una puerta del carro, no otra cosa, por aquello de la vuelta. Allí había diversas personas departiendo, pero ninguna cara me pareció la de un burro y entonces deduje que el apodo seguramente no era por la cara. ¿Cómo iba a saber cuál era mi salvador pentípedo?


Un señor que salía, masajeándose las encías con un palillo, me preguntó si me podía ayudar. Yo le pregunté si él era el burro, pero sólo me miró despectivamente sin contestar y se alejó. En esas llegaron mis pasajeras y, luego de enterarse de la situación empezaron a observar a los hombres del recinto, seguras de que ellas sí podían identificar a un burro tan solo con una mirada fugaz; por fortuna para mi ego, tampoco pudieron identificar a esa bestia, así que una de ellas se dirigió al dueño (siempre es el que está detrás de la registradora) y él le dijo que el burro había salido hacía unos cinco minutos, carretera abajo, con destino a donde doña Pola, la señora de la caseta de cerveza que estaba al otro lado de la vía, como medio kilómetro más abajo. Todas se ofrecieron muy gustosas a ir a buscar al animal ese, pero yo les dije que se quedaran, que yo iba a traerlo, amarrado si fuera necesario.


Doña Pola me contó que el señor burro se había echado una de sus tocayas y había seguido rumbo al pueblo, así que decidí volver sobre mis pasos, porque no me iba a matar persiguiendo un burro del cual no estaba seguro quién era, ni si me iba a solucionar el problema o quizás me lo fuera a agrandar. Cuando regresé al lugar del infortunio, encontré a un conductor de niñera, hilo en mano, introduciéndolo por mi ventana. “¿Qué está haciendo?”, pregunté asombrado, pues hasta donde alcanzaban mis estudios realizados en YouTube, lo indicado es meter un alambre retorcido o espichar una pelota de tenis, adminículos que no tenía.



“Como nunca te has depilado con hilo hindú, no tienes ni idea de lo que está haciendo, pero así abre todas las puertas el señor”, dijo mi mujer. Lo miré y tampoco me pareció que fuera de los que se depilan con hilo. Es más, me pareció que no se depilaba nada con nada y por el aspecto de su dentadura y de su panza, de seguro tampoco era del tipo hilo dental, así que no era claro de dónde provenía su destreza con el hilo, pero sí, abrir puertas sí sabía, porque su técnica hindú funcionó y subió el seguro, atado por una coqueta argolla que el hombre había armado en la mitad de la cuerda. 




Después de darle miles de gracias a nuestro salvador y contribuir a financiar su almuerzo, reemprendimos el viaje. Nadie dijo nada durante la siguiente media hora y estoy seguro de que fue porque, igual que cuando salía de paseo con mis papás, todos estábamos pendientes de encontrar un burro en la carretera para anotarse un punto. Yo no vi ninguno y si alguna de mis pasajeras lo vio, guardó un respetuoso silencio.


Esta experiencia me llevó a pensar en incluir para mi próximo viaje un hilo, pero no para que estuviera dentro del carro sino como prenda de vestir que debería llevar de forma permanente, pero sé que despertaría las sospechas de mi mujer y presumo que debe ser muy incómodo y que, además, no me quede bien, así que deseché la idea.


1 comentários:

  • 7 de febrero de 2021, 7:15 p.m.
    Rudolf says:

    El autor me es conocido y el amigo de cucuta lo saco de cuentos de juventud.donde el original achacaba actos impropios al amigo de esa ciudad nortesantandereana pero todos sabíamos que era el

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