A menudo encontramos
nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo
La
Fontaine
Una antigua
leyenda oriental sostiene que cuando nace cada ser humano, el abuelo de la luna
lo ata a quien debe ser su pareja, con un invisible hilo rojo, cuyos extremos
anuda al dedo meñique de la mano izquierda de cada uno de esos dos seres, con
lo cual ellos quedan unidos entre sí para siempre. Este fino y delicado hilo es
rojo, pues simboliza la energía y el amor y se lleva en el dedo meñique porque
este dedo está conectado directamente al corazón mediante la arteria ulnar. Y
como todos sabemos, el corazón es el origen y el destino de toda energía
humana, del amor y de todos los sentimientos
Según la leyenda,
una vez que han sido conectados, esos dos seres han de encontrarse y enamorarse
en el transcurso de su vida, sin importar cuán distantes estén uno del otro ni
cuán diferente sea su condición social, racial, religiosa o cultural. El
misterioso hilo nunca se va a romper, ni carcomer, ni deshilachar, ni dividir,
ni derivar, ni nada de nada, porque está hecho de una fibra cósmica, sempiterna
e inasible que no conocemos y no podemos ver ni comprender.
El tierno
anciano, con su experiencia y su sapiencia, busca entre el innumerable montón
de las almas del mundo aquellas que sean similares o “gemelas” y une a las
parejas para siempre por medio del cordón carmesí, sellando de esta forma el
destino amoroso de cada ser humano.
Este sabio viejito, algunas veces se ha distraído y entonces ha conectado
los extremos del hilo a los dedos meñiques de personas del mismo sexo, de sexo
indefinido, asexuadas, bisexuadas, polisexuadas y demás, produciendo un
creciente aumento de la población LGBTI.
También ha ocurrido que el legendario abuelo ha conectado la
colorida fibra a personas de la misma familia e incluso a personas que son, de
plano, totalmente incompatibles entre sí, como un enano con una escandinava de
dos metros, un exmilitar ruso solitario con una bailarina chechena, un magnate
francés con una pigmea de Borneo u otros casos así.
El caprichoso
vejete, debido a su avanzada presbicia, varias veces ha unido con el vínculo de color rojo el meñique de una
persona a la cola de un animal, lo cual ha dado lugar a ese desaforado amor por
las mascotas que vemos hoy en día en ciertas personas.
Con el tiempo
este ocioso senil, ya definitivamente presa de su Parkinson, ha permitido
que algunos nudos le queden mal hechos y luego se suelten, así que quienes han
perdido sus hilos son víctimas de una total desorientación, hasta el punto de
que se ven convertidos en unos seres miserables, desalmados y sin amor,
mientras que quienes conservan atado el otro extremo, andan como vagabundos o
vagabundas, enredándose con cualquier aparecido.
En varias
ocasiones este cucho cacreco ha enlazado el meñique de alguien con el
dedo pulgar de otro ser y resulta que este dedo está conectado al estómago,
produciendo como fatales resultados el canibalismo, las demandas por alimentos
o, simplemente, que alguien quede comprometido(a) con algún muerto de hambre.
Otras veces se ha
visto que el tal vejestorio degenerado ese ha liado los meñiques de la mano con
meñiques del pie, produciendo relaciones sadomasoquistas y de mala catadura, que terminan a las patadas.
Incluso ha
llegado este decrépito matusalén a amarrar su propio meñique al de varios
humanos que luego andan prometiéndole pendejadas a la luna y buscando estrellas
para bajarlas, como si el cielo fuera un tablero mágico de luces.
El torpe
carcamal, por si fuera poco, ha conectado con su retazo de costal el meñique de
un hombre a la crin de una burra, produciendo así las mentadas y escandalosas
relaciones zoófilas con maría casquitos o la peluda.
Como si todo esto
fuera poco, esta arcaica vetustez ha amarrado la mugrosa fibra esa, no al
meñique sino al cuello de muchos fulanos a quienes ha conectado luego con distintas
partes del cuerpo de otros, provocando la aparición de una gran cantidad de
trastornos relacionales que vemos hoy en día, desde la ninfomanía hasta la
pedofilia.
El idiota viejo
ese, carcomido por el Alzheimer, también le ha anudado varias de estas hebras a
una misma persona, lo cual conduce a que encontremos a tantas zungas y a tantos
donjuanes deambulando por ahí, todos presas de su funesto destino.
Una vez el tarado
anacrónico unió el encendido filamento a los meñiques izquierdo y derecho de un
mismo ser, obteniendo como resultado una diva ególatra, octogenaria y déspota que únicamente
se quiere a sí misma.
Y como cada día
está peor el chuchumeco prehistórico ese, ha dado también en amarrar a algunas
personas a la pata de la cama, al timón del carro o al soporte del televisor,
conduciéndolas así a tener ese desproporcionado apego por las cosas que vemos
con tanta frecuencia en la sociedad actual.
Y
usted, ¿considera que su hilo está correctamente amarrado por las dos puntas?
Mi apreciado gurú del amor: no cabe duda que esta columna a sido de las mejores, si no la mejor.
Pero tengo una pregunta sobre un caso frecuente en la actualidad que usted no describió pero que con el uso frecuente del dinero y las tarjetas de crédito, ocurre que el verraco hilo que otrora unía los meñiques de los hombres con el de la fulana respectiva, se suelta y queda enredado en la billetera. En ese caso nos llevó el putas?
Apreciado Juan, lo que sucede es que en muchos casos (casi todos), en su afán de impresionar a la fulana, se usa de manera exagerada y permanente la billetera, por lo cual el nudo se afloja y el hilo termina siendo transferido a ese accesorio y el fulano resulta siendo "víctima de su propio invento". REMEDIO: Cuando te pongas romántico, piensa más en el corazón y menos en la billetera.