Siempre hemos tenido claro que los desechos, tanto los
nuestros como los de los animales que nos comemos o que conviven con nosotros,
son precisamente eso: desechos, que una vez expulsados por el organismo vivo,
son procesados por las cucarachas, escarabajos, moscas, bacterias y demás
especies despreciables del planeta, las cuales se encargan de limpiarlos y de
recoger todo el reguero.
No deja de ser fascinante, por consiguiente, la historia
del café preparado con el excremento de un animal asiático llamado civeta, que,
visto de rapidez, parece un gato grande. Esta supervalorada categoría de café
se obtiene luego que el animal, ahora criado en cautiverio, consume los granos
maduros, los procesa en su intestino, les agrega una serie de enzimas, que en
esencia retiran ciertos compuestos que agrian el café y luego defeca los
granos, con la parte interna intacta. Una vez expulsado, este residuo se limpia
y procesa como si no hubiese pasado nada. El resultado: un café muy valorado y
de muy alto precio, que ya viene endulzado.
Desde cuando nos
enteramos de esta novedad, conocimos del valor de una libra de este grano en el
mercado internacional y lo probamos, hemos estado alimentando a un gato
doméstico (es lo más parecido a una Civeta por estas tierras) con deliciosos y
muy cuidadosamente seleccionados granos maduros de café. Para nuestro
infortunio, luego de múltiples intentos para lograr que se los tragara y
después de terminar con arañazos por todo el cuerpo, porque a los gatos no les
gusta el café, el cometido tuvo éxito: se tragó unos cuantos granos, pero el
resultado, una vez procesados en su intestino, fue más que asqueroso.
Seguiremos tomando café amargo y barato.
Ahora que el mundo se ha abierto y vivimos en una
aldea global, nos enteramos que los chinos y algunos de sus vecinos valoran
mucho y pagan muy bien por una sopa hecha con nidos de golondrina. La referida ave
elabora su nido con sus babas, que se cristalizan al secarse. Ha resultado un
poco aparatoso seguir a este pájaro: se requiere amor por las alturas, ojos de
halcón, habilidades trepadoras y mucha paciencia para encontrar el nido
deseado, que usualmente aparece en lo más escarpado de una roca. Y sí, se
requiere más de una golondrina para que haya un nido; específicamente, hacen
falta dos: hembra y macho. Ahora, eso de dejar a una familia sin hogar y
desplazada no nos gustó. Además, considerando el maldito lugar donde se le dio
por hacer su nido, si lográsemos subir hasta allá y encontrásemos un huevito
(su bebé en proceso) seríamos incapaces de tomarlo, más aun, sabiendo por lo
que hemos averiguado, que el huevo de golondrina frito es asqueroso. Tarea
abortada.
Supimos también que un humilde pescador de una alejada
y árida región de África, se hizo millonario al recolectar alrededor de
veintisiete kilos del vómito de una ballena jorobada, después de que, debido a
un malestar estomacal (suceso bastante extraño y poco frecuente en estos
animales), ésta los dejara en el océano, cerca de donde se encontraba el
referido pescador. No deja uno de sorprenderse por lo extraño que parece este
relato, pero sorprende más cuando se conoce que el pútrido desperdicio que
arroja este animal es extremadamente valorado en la industria de los perfumes.
Considerando lo valioso que resulta el desperdicio de
las ballenas, estamos organizando una excursión a la isla de Gorgona o a las
Playas de Nuquí, desde donde es común avistar a estas inmensas moles, que no
son otra cosa que un potosí de vómito. Considerando que cuando arriban a esta
zona han recorrido cerca de 8.500 kilómetros, alguna de ellas tendrá que estar
mareada. Incluso, con un poco de arrojo puede uno intentar meterles el dedo o,
mejor dicho, el brazo completo (inclusive tal vez sea necesario hacer la de
Jonás e introducirse de cuerpo entero) en la garganta del cetáceo, para
inducirle el vómito. Hicimos una prueba piloto con una amiga que parece una
ballena, se marea en un viaje de 100 Kilómetros en carro y nos llenó una bolsa
de cinco litros con el fruto de su mareo, pero no logramos hacer ni una loción
barata con eso. Parece ser que solo funciona con las ballenas marinas.
No debería sorprendernos que en unos años descubramos
novedades como que las lágrimas de cocodrilo sirven para fabricar prótesis dentales
o que las babas de las babosas comunes (suena redundante, pero no lo es), se
constituyan como materia prima esencial para la elaboración de supositorios o
de juguetes eróticos. Ni qué decir del vómito de la mosca, que de seguro tendrá
vital importancia en la elaboración de aparatos electrónicos chinos o el sudor
de los rinocerontes como coadyuvante de los principios activos de los futuros
fármacos antidiarreicos.
A propósito, ¿qué misterios se esconden en la diarrea,
la pecueca[1],
el moco o la bromhidrosis[2]?
¿Estaremos cometiendo un error hoy en día al utilizar champú para evitar o
combatir la pitiriasis[3]
en lugar de recolectarla? ¿Estará en la halitosis[4]
la solución a los problemas económicos del tercer mundo y aún no lo sabemos? Si
no logramos el cometido con las ballenas, vamos a dedicarnos al estudio serio y
juicioso del malcachupe[5].