èchele muela, pero despacito
Cada cambio importante que ha tenido la evolución humana,
desde los homínidos que se irguieron para caminar en dos patas hasta los
sapiens de hoy, ha requerido una gran cantidad de años. Se estima que procesos
como la pérdida del
vello corporal nos tomaron como diez mil
años, aunque hay algunos rezagados que siguen aún sin evolucionar en esta parte
o en algunas partes.
Lo cierto es que nuestro sistema digestivo no ha cambiado
mucho y seguimos teniendo el metabolismo del hombre de las cavernas, que era recolector
de frutos y comía la carroña que dejaban los grandes depredadores. Eso se
mantiene igual. Cuando salía de su cueva no sabía si iba a regresar, porque su
mundo estaba lleno de peligros; tampoco sabía si iba a encontrar alimento, así
que nuestro antepasado vivía con niveles muy altos de estrés y hambre
permanente. Eso tampoco ha cambiado.
Por estas circunstancias, nuestro organismo se acostumbró a
guardar provisiones y como ya no trepamos árboles ni corremos huyendo de grandes
depredadores, engordamos. Lo peor, nos faltan como
nueve mil años para que nuestro organismo evolucione y dejemos de guardar
comida.
La solución: el ayuno intermitente, que era lo que hacía el
cavernícola; un día comía y otro no. El lunes una banana, dos días después unas
costillitas y el fin de semana a punta de semillas y cereales. Ya lo hemos
hecho, es cuestión de recordar.
El asunto nos viene como anillo al dedo en estos tiempos
pandémicos y muchos ya lo están practicando, a las malas, porque esa es otra
característica nuestra que tampoco ha evolucionado: aprendemos a los golpes.
Ésta, presentada ahora como novedosa técnica para adelgazar, se basa en el principio de
la autofagia que comentamos recientemente y consiste en obligar a nuestro
cuerpo, a las malas como sabemos, a gastar las reservas que ha acumulado
durante todos estos años de gula y vacas gordas, que es como nos vemos.
Entonces, el desayuno, promocionado por mucho tiempo como la
comida más importante del día, ya no lo es. Levántese con hambre, haga
ejercicio (es decir, gaste lo que sobrò de ayer, para que no engorde hoy), haga
que su hígado consuma sus reservas, queme grasa acumulada y empiece a mirar con
ánimo canibalesco a un riñón y entonces, como a las once casi doce, métase un
brunch y calme los ánimos. Y hacia las seis o siete, las galletas de soda, el
maní, la fruta, algo ligero y rápido y con eso, hasta mañana, como dicen en el
orfanato.
Lo bueno de este método es que no hay restricciones para lo
que se quiera comer, todo se vale, no importa si está prohibido por otras
dietas, los nutricionistas, el cardiólogo, el entrenador personal o la
publicidad de la faja liporreductora. Hágale a lo que quiera durante su brunch
que no va a necesitar a ninguno de ellos.
Lo que no tenía el antepasado y nosotros sí son las grasas
trans, el gluten, los betacarotenos y el azúcar refinada, eso sí evolucionó y
en menos de lo que cantó el gallo.
¿No será que podemos alterarnos transgénicamente a nosotros
mismos para que no nos engordemos o para que nuestro organismo abandone esa
manía de fondo de pensiones, guarde y guarde sin gastar?
Ojalá podamos , sobre todo, acortar los tiempos de los
procesos evolutivos porque si no, estos maravillosos sueños de cambio
progresista no los verán ni los nietos de los nietos de los nietos de sus tataranietos.
No se si será cierto.o no que los cavernícolas aguantaron hambre,pero si hay mucha tentación para el glotón. así como hay gente que aguanta hambre hey otros que la comida los persigue y los atrapa.
Voy a valorar el concepto, ahora estoy como un nevecón, cuadrado y lleno de comida !!! ja ja ja. Dificil tarea y buen abordaje.