26 de junio de 2020

Auto de fe

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ni mucho que queme al santo....

El auto de fe fue una ceremonia pública de la Santa inquisición destinada a reafirmar la fe pero sobre todo, a infundirle miedo y escarmiento a la población para que tomara ejemplo de lo que podía pasarle si renegaba de las creencias universalmente aceptadas.

Solía practicársele a un apóstata por contrariar verdades absolutas e irrefutables como, por ejemplo, cuestionar la potestad legislativa de la Iglesia, leer libros prohibidos, negar la causa sobrenatural de los milagros, dudar sobre la existencia del infierno, renunciar a la vida eterna, afirmar que no es la Tierra creada por Dios el centro del universo o dudar de la santidad de la virgen.

Pero también se utilizaba para retirar del camino a personajes fastidiosos que se interponían entre el designio divino que, por ejemplo, le asignaba a un obispo la posesión de la tierra o del oro de alguien y el deseo de éste de llevarlo a cabo.

El problema surgía si el incómodo personaje era un piadoso creyente reconocido, porque en tal caso los cargos por apostasía no aplicaban y tocaba echar mano de artilugios más rebuscados como que el acusado practicaba brujería, sacrilegio, simonía o herejía, como resultó siendo sentenciado el último gran maestre de los templarios, Jacques de Molay.

Normalmente el reo confesaba todo, luego de ser sometido a tortura y  si admitía su culpa, abrazaba la cruz, besaba el anillo del obispo, se declaraba a sí mismo persona no grata y se encomendada a Dios, entonces le ponían muchas hojas a la pila de madera en que lo quemaban para que muriera de asfixia antes que quemado vivo.

Ahora, si los cargos eran tan rebuscados que ni el propio inquisidor estaba seguro de ellos, se hacía un autillo de fe, ceremonia privada de imputación y sentencia, para evitar suspicacias del público y pensamientos retorcidos como que se quería quemar a un inocente y eso generara actos indeseados contra los verdugos.

Aquí cabían toda clase de cosas, como que el acusado afirmara que la hoja que cubría a Eva no era de parra o que la quijada que usó Caín no era de un burro, que Jacob no estaba comiendo lentejas o que la aguja por la que debía pasar el camello era capotera. Pero si el santo o la santa no cuestionaban nada de eso, se les acusaba de mirar con lascivia a la mujer del próximo, evitar el contacto purísimo con el padre confesor o hasta acumular riquezas propiciando el pecado de avaricia.

El caso era que una vez subido al auto, solo se salía de él ardido, como le suele pasar a los malos pilotos de fórmula uno.

Y en efecto, la Fe resultó moviendo montañas, porque había que echarle tierrita al asunto, como solían afirmar los paramilitares.



1 comentários:

  • 18 de agosto de 2020, 9:37 a.m.
    Rudolf says:

    Es un acto de fe esperar está publicación,algunas veces divertidas otras menos,está quedó como mocha..sigan trabajando escritores y traten de buscar patrocinio para que la publicación se venda,que tal coger las ya publicadas animarlas con arte de plastilina y subirlas a You tube?

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