15 de mayo de 2020

Agua de mar profundo

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Entre más adentro, más rica

“Un vaso de agua no se le niega a nadie” rezaba un proverbio en siglos pasados. Se dejaron de usar, el proverbio y el vaso, cuando no solo se pasó de beber de la del pozo o del río a la del tubo, sino que los genios del mercadeo se llevaron todo el consumo para la de bolsas, botellas y vasos plásticos, que ya no eran tan baratos como para andar regalándolos a cada rato.

Aunque tanto el planeta como los seres humanos estamos constituidos por un 70 % de agua (hay algunos inundados que pueden llegar al 80 u 85%), nadie ignora que es necesario beberse hasta 10 vasos de agua al día para reponer la que se consume y la que se bota, como los dos litros de agüita amarilla que cada quien le retorna al planeta a diario.

En este escenario, empezaron a aparecer discusiones científicas sobre si había que beberse uno, dos o tres litros de agua al día, con el único requisito de que fuera debidamente aclarada, purificada y embotellada por un monopolio del agua. Cuando ya todo el mundo aprendió que era indispensable beber mucha agua durante todo el día, todos los días, aparecieron nuevos gurús sanitarios y enseñaron que el agua debe estar saborizada, coloreada y gasificada para que surta efecto. Entonces, pedir “Agua, por favor” se volvió una especie de tragicomedia, pues el solicitante debe responder a un interrogatorio casi policial antes de recibir el producto deseado (preciado líquido, le dicen a cada rato):

La quiere usted ¿De manantial o purificada? ¿Con gas o sin gas? ¿Natural o saborizada? ¿De limón, maracuyá o guayaba? ¿En envase personal o de litro? ¿En bolsa o en botella? ¿Fría o al clima? ¿Con IVA o sin factura?

Como anunciamos en Agua paso por aquí, la situación la vino a salvar el agua micelar, con untársela solo, a la espera de los saborizantes adecuados. Pero en vez de evolucionar de manera lógica, como lo preveíamos en ese artículo, toda la cosa tomó un flujo inesperado: lo que corresponde beber, y a la lata (pronto aparecerá en ese envase ecológico), es AGUA DE MAR PROFUNDO. Así, con cada una de sus letras.

Resulta, ¡Oh, sapiencia suma!, que al agua de mar no hay que agregarle nada pues ya lo tiene todo adentro. Pero, no estamos hablando de esa repugnante salmuera que llega con cada ola y no solo arrebata el traje de baño, sino que embucha, produce arcadas, irrita la garganta y hasta puede enviar a urgencias al bañista si se traga más de un sorbo. No señor, se trata de la maravillosa y por siglos ignorada agua de mar profundo.

Las bases teóricas de tan fenomenal desarrollo las suministró el Dr. Linus Pauling, padre de la medicina ortomolecular (llamada así por dedicarse a analizar los subproductos moleculares del orto y sus consecuencias), quien además de ganarse un premio Nobel de química enunció que “Cada enfermedad y cada dolencia están asociadas a la deficiencia de un mineral”.

Uno de los más dedicados estudiosos de las profundidades marinas y sus aguas, el Dr. René Quinton, luego de haber bajado al pozo de la dicha más veces que ningún otro y comprobar personalmente sus beneficios, descubrió que el agua de mar profundo contiene la bicoca de 121 elementos (casi toda la tabla periódica) y, por ser profundo, no se le atraviesan los detritus de las plantas y los animales marinos y, en cambio, sí es un agua muy rica en nutrientes y minerales.

Así que, como ahora el doctor Panakos lo sostiene firmemente, “Entre más profundo, más rico” él se ha dedicado a bajarse a casi mil metros para encontrar el agua que hay que extraer. Para que se la saquen, envía a cuatro macancanes a subírsela en un balde de plomo, quienes aprovechan para entrenarse a fondo en fisiculturismo, profundismo y berriondismo.
Pero, no se trata de que el agua de mar profundo sea nutritiva. Eso no es nada. Lo maravilloso es su poder curativo. Como la vida se originó en el mar, toda célula que viva en este planeta proviene del mar. Insistimos, del mar profundo. Así que allí están el origen, el sostén y la cura de la vida. No hay enfermedad ni dolencia gástrica, neurológica, cardíaca, sistémica, ni cáncer, artrosis u osteoporosis que se le resistan, ni sistema inmune, nervioso, cardiorrespiratorio, fisiológico o corporal que no experimente los beneficios sanitarios de la ingesta continua y regular del agua de mar profundo.

La cosa ha tomado mucha fuerza, haciendo muy felices a muchos: Los gimnasios pueden ofrecerles a sus clientes botellas de agua de mar profundo como novedoso suplemento dietario.  Los restaurantes ya no les sirven el ordinario vaso de agua de tubo, sino una elegante y costosa botella ecológica de agua medicinal. Los clientes no desperdician sus esfuerzos en añadirle cosas innecesarias al agua, ni tienen que estar consumiendo cosas aquí y allá para darle a su organismo todo lo que precisa, porque el agua de mar profundo lo tiene todo.

No faltarán quienes se quejen porque este maravilloso producto, que les aporta de un solo tirón todos esos nutrientes y les ahorra tiempo y esfuerzos, de seguro les va a calar en lo más profundo de su ser y de su bolsillo. Pero, bueno, ¿Cuánto vale la salud? ¿Cuánto hacemos por nosotros mismos?

Temas de reflexión profunda, para estos, tiempos tan superficiales.




2 comentários to “Agua de mar profundo”

  • 16 de mayo de 2020, 1:34 p.m.
    Rudolf says:

    Este artículo no es de Valenzuela, fantasía poco convincente y sosa

  • 21 de mayo de 2020, 6:04 p.m.

    No supe interpretar la palabra orto, si es correcto/recto, o si es la salida del sol o de la luna, o si es sencillamente el trasero de una persona. Mmmmm...

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