“El enemigo de Dios, más
grande aún en ambición, astucia y acciones que Satán.
Un demonio más maldito, un
hipócrita más profundo"
Robert Silverberg
A
Adramelech se le podría considerar oficialmente como el primer político de
carrera que haya sido reconocido en la historia. Y, al repasar su fantástica y
sorprendente trayectoria, hay que concluir que sí, que definitivamente así fue.
El joven Adra (como le decían sus amigos) tuvo una educación muy particular, pues a su papá, que fue rey de Asiria durante el Siglo VIII antes de nuestra era y se lo pasaba arrasando los pueblos vecinos, le parecía muy formativo llevarse a sus hijos para el trabajo. Cuando Adramelech, que se consideraba un gran batallador, supo que su papi pensaba nombrar como sucesor a uno de sus hermanos, menor que él, pensó que no valía la pena entrar en desavenencias ni en discusiones con un hombre del talante de su guerrero padre. Entonces, decidió tomarse el poder mediante una arriesgada maniobra que incluyó convencer a otro de sus hermanos para que asesinaran al monarca.
Pero como no falta el sapo, la cosa salió mal, los dos muchachos fueron descubiertos y señalados como asesinos por la oposición, así que tuvieron que exiliarse, dejando, como todo buen político, un crimen tras de sí.
Durante un oscuro periodo, la historia le pierde el rastro a este fallido gobernante, pero luego se le vuelve a encontrar, esta vez en la extinta ciudad de Sefarvaim, donde los moradores entregaban todas sus riquezas en honor a su deidad y, para asegurar su dominio sobre la tierra, incineraban a sus hijos, como ofrenda, en un horno de bronce con la efigie del dios, que ¡oh sorpresa! se llamaba Adramelech, quien había ascendido a la categoría de deidad, mediante la técnica de quemar a otros durante su ascenso, otra inigualable característica de todo buen político.
El joven Adra (como le decían sus amigos) tuvo una educación muy particular, pues a su papá, que fue rey de Asiria durante el Siglo VIII antes de nuestra era y se lo pasaba arrasando los pueblos vecinos, le parecía muy formativo llevarse a sus hijos para el trabajo. Cuando Adramelech, que se consideraba un gran batallador, supo que su papi pensaba nombrar como sucesor a uno de sus hermanos, menor que él, pensó que no valía la pena entrar en desavenencias ni en discusiones con un hombre del talante de su guerrero padre. Entonces, decidió tomarse el poder mediante una arriesgada maniobra que incluyó convencer a otro de sus hermanos para que asesinaran al monarca.
Pero como no falta el sapo, la cosa salió mal, los dos muchachos fueron descubiertos y señalados como asesinos por la oposición, así que tuvieron que exiliarse, dejando, como todo buen político, un crimen tras de sí.
Durante un oscuro periodo, la historia le pierde el rastro a este fallido gobernante, pero luego se le vuelve a encontrar, esta vez en la extinta ciudad de Sefarvaim, donde los moradores entregaban todas sus riquezas en honor a su deidad y, para asegurar su dominio sobre la tierra, incineraban a sus hijos, como ofrenda, en un horno de bronce con la efigie del dios, que ¡oh sorpresa! se llamaba Adramelech, quien había ascendido a la categoría de deidad, mediante la técnica de quemar a otros durante su ascenso, otra inigualable característica de todo buen político.
No se
ha establecido si fue el desquite por su reinado desbaratado, el hartazgo de
tesoros y niños recién cocidos o el desespero de la población lo que lo llevó,
ya convertido en un gobernante canchero, a la siguiente etapa de su existencia,
pues pasó a convertirse de deidad en demonio.
Adramelech, obligado a acomodarse a esta nueva condición, exhibió toda la capacidad de adaptación propia de un político de alto desempeño y, en una jugada magistral, se cambió de bando y continuó su carrera jugando ahora en los dominios de sus antes supuestos adversarios.
Tuvo que empezar de nuevo desde abajo, pero pronto logró ubicarse como Supervisor del guardarropa del mismísimo Satanás. Claro, Adra venía de una cuna noble, así que sabía cómo es que se viste un rey. Aprovechó su gran habilidad innata y fácilmente pudo ganarse el favor de don Sata al procurarle un ropero que generaba la envidia de los ministros y senadores infernales, especialmente de Leviatán (más detalles en Del señor y otros demonios).
Adramelech, obligado a acomodarse a esta nueva condición, exhibió toda la capacidad de adaptación propia de un político de alto desempeño y, en una jugada magistral, se cambió de bando y continuó su carrera jugando ahora en los dominios de sus antes supuestos adversarios.
Tuvo que empezar de nuevo desde abajo, pero pronto logró ubicarse como Supervisor del guardarropa del mismísimo Satanás. Claro, Adra venía de una cuna noble, así que sabía cómo es que se viste un rey. Aprovechó su gran habilidad innata y fácilmente pudo ganarse el favor de don Sata al procurarle un ropero que generaba la envidia de los ministros y senadores infernales, especialmente de Leviatán (más detalles en Del señor y otros demonios).
Luego
de un tiempo, se hizo nombrar Presidente del Senado de los demonios. Siguiendo
sus viejas costumbres y como fundador de la hoy muy famosa Apostasía, trató de correrle
la butaca a Satán, pero ante los constantes rifirrafes que se vio obligado a sostener
con Leviatán y con Asmodeo, estableció astutamente una alianza con el demonio
mayor y terminó como Canciller del Infierno.
Ya más relajado, sin tener que demostrar sus ambiciones de poder ilimitado, ha reinado durante siglos como Canciller, ganándose el respeto de sus colegas, la admiración de sus copartidarios, la envidia de sus pares y la devoción de sus vasallos. Hasta sus detractores siguen admirando sus dotes de estadista y su inigualable labor política. Incluso se le ha descrito como “El enemigo de Dios, más grande aún en ambición, astucia y acciones que Satán. Un demonio más maldito – un hipócrita más profundo".
Solo restaría decir, para reforzar la especulación histórica que sitúa a Adramelech como el primer político reconocido como tal, que generalmente se le representa pavoneándose con torso y cabeza humanos y el resto del cuerpo de una mula. O viceversa, da igual.
Ya más relajado, sin tener que demostrar sus ambiciones de poder ilimitado, ha reinado durante siglos como Canciller, ganándose el respeto de sus colegas, la admiración de sus copartidarios, la envidia de sus pares y la devoción de sus vasallos. Hasta sus detractores siguen admirando sus dotes de estadista y su inigualable labor política. Incluso se le ha descrito como “El enemigo de Dios, más grande aún en ambición, astucia y acciones que Satán. Un demonio más maldito – un hipócrita más profundo".
Solo restaría decir, para reforzar la especulación histórica que sitúa a Adramelech como el primer político reconocido como tal, que generalmente se le representa pavoneándose con torso y cabeza humanos y el resto del cuerpo de una mula. O viceversa, da igual.
La comparación del demonio en mención,me recuerda un ex ...ahora congresista.mas malo que satán y director del cd centro demoníaco en mi pais