Si se lamentó, se la mentó
La
historia está llena de historias en las cuales aparecen el Gurú, el Sensei, el
Maestro, el Guía, el sabelotodo, el chacho maracho, el vuela-más-que-el viento,
el… muchos otros calificativos con los cuales se denomina a ese tipo de ser
extraordinario que se las sabe todas.
Pero, hay
otro que está por encima, pues a través de sus guías y sus enseñanzas, es capaz
de construir la historia junto a los demás. Ese es el MENTOR: un sabio, un
experto en algo, pero que no solo se las sabe todas, sino que además cuenta con
la habilidad para transmitir cómo es la cosa, para qué sirve y cómo se usa.
En
cuanto al término, proviene del nombre de Méntor,
un griego común y silvestre que fue designado para servirle al joven Telémaco
de guía y maestro y que, al ser poseído por Atenea, diosa de la sabiduría, pudo
enseñarle al novel príncipe las dos claves de la felicidad: hacer caso y hacer
el número, es decir: “haga lo que le
dijeron que hiciera”.
Pero,
no se debe confundir al mentor con el jefe, quien, aunque la suele mentar, usualmente
está lejos de ser un mentor. Ni con el mecenas, quien es el que apoya
financieramente a un prospecto pero que, con el tiempo, finalmente y con mucho
dolor, se lamenta.
Ahora
bien, con el debido respeto y sin demeritar a nadie, hay que destacar que un mentor
no es un instructor ni un profesor. No puede considerarse mentor al instructor
de zumba, al profesor que le explicó lo que es un logaritmo natural, al señor
de la academia que le enseñó a conducir auto, a la señorita Adela del jardín de
infantes, a la vecina que le dijo cómo podar el bonsái, al amigo que le mostró
algunos trucos del guazap, al aventajado que le explicó una fórmula de Excel ni
al fulano que le indicó cómo pagar en el metro. Ni a la guía que le da
instrucciones en el waze ni a la señorita que le responde todas las preguntas
en el Smartphone. Esto, que quede claro para que nadie se vaya por ahí
mentoriando a cualquiera que le haya enseñado a hacer un nudo de corbata o a
bloquear a los contactos indeseados del Face. No, señor.
Lo que
pasa es que hay muchos ofrecidos que ensalzan demasiado a quienes les apoyen en
algo, en algún momento de su vida, pero no en plan de discípulo o aprendiz (que
son los beneficiarios de la excelsa labor de un verdadero mentor), sino como un
vil sapo, regalado, lambericas, chupamedias, lambón, tapete humano o cualquiera
de los calificativos que describen a esos seres despreciables que buscan obtener
favores a cambio de elogios falsos o exagerados o de actitudes amañadas.
Una
característica, exótica y cada vez más difícil de hallar, es que el mentor
actúa ad honorem, es decir, sin
cobrar y sin buscar reconocimiento ni retribución de ninguna clase (¿ya ven por
qué salen de esta categoría los mencionados arriba?), de manera que sus
servicios son al gratín y por eso mismo, no caben contradicciones, correcciones
ni reclamos. Sus consejos son del tipo “tómelo
o déjelo” y por supuesto, lejos de relaciones contractuales, compromisorias
o leguleyatorias.
El
mentor utiliza muchas veces el método de “observen
y aprendan” y jamás se pone a proferir discursos de alabanza a las
habilidades y destrezas del alumno o entrenado, así que este debe estar atento
a comprobar sus fallas y sus éxitos y a establecer qué aprovechar para salir
adelante y cómo subir un escalón para acercarse al grado de sabiduría y
destreza de su maestro.
El
asunto, al final, es que un verdadero mentor es alguien poseído por la sabiduría,
la que ha adquirido comiendo libro y sufriendo la experiencia en carne propia y
gracias a lo cual su mente puede parir ideas originales, bien formadas y
vírgenes hasta donde sea posible, es decir, del tipo atenáico. Ateniéndonos a
esta definición es claro que son muy pocos los mentores conocidos y
probablemente usted no se haya topado con uno solo en su vida.
En
cambio, sí es posible que se haya encontrado muchas veces, no con mentores sino
con personajes de esos que ni siquiera se toman la molestia de reparar si el
ignorante pupilo que le observa ha captado algo de lo que el muy sabido le ha
querido enseñar, pues eso no es de su incumbencia. Si usted mete la pata, él no
reconocerá responsabilidad de ninguna índole y negará todo conocimiento de sus
acciones. Él se limita a actuar con supuesta humildad, esperando convertirse en
fuente de inspiración para aquellos pobres necesitados de una guía que se crucen
en su camino, tal como lo vimos en “la vergüenza del gremio”.
Después
de interactuar con este otro tipo de interlocutores, tan diferentes al mentor, cualquiera
se pregunta si todo eso, el aprendizaje y la enseñanza que presuntamente recibió,
se trató de una mentoría, si solo se lamentaría o si de verdad se la mentaría
(de frente, si pudiera…).
- Maestro, ¿cual es el secreto de la sabiduría?
- Jamas discutas con un tonto
- ¡Pero ese no puede ser el secreto!
- Está bien, como tu digas
Me parece escucharlo cuando eramos chinos ;los mismos dicharaches.y esa carrera fantasiosa con un tinte de conocimiento de aspectos históricos y literarios ,ya sabemos heredados de quién ..