21 de agosto de 2019

¿ Qué me trajo ?

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Cualquier cosita es cariño, así no sea muy cariñosa


Un amigo de Cúcuta se fue de paseo por territorios norteamericanos y, siguiendo la costumbre ancestral de su tierra, decidió traerle de recuerdo a sus conocidos más cercanos y queridos algún detalle típico del lugar. Como no podía cargarse un alce, una foca o un pino, decidió meterse a una tienda especializada en licores y comprar allí, como suvenir, unas botellitas de alguna bebida particular del país, como esas de los minibares.

Ante lo extenso del lugar y la descomunal variedad de licores que ofrecía, luego de mucho rascarse la cabeza, se arriesgó a pedirle consejo, en su precario francés, a un funcionario de la tienda:

“Excusé, muá, mesié, ¿será posiblé que vú me aconsellé une liqueur tipiqué pour llevaré a mi Colombie?”

“Con mucho gusto, señor”, le contestó el hombre en perfecto español y lo llevó a la sección de whiskeys nacionales.

“Si usted desea impactar a un amigo y llevarle todo el sabor de nuestra tierra, este es el licor que le recomiendo” dijo el hombre, señalando una botella ámbar coronada con una enorme cornamenta cuidadosamente elaborada en cristal y que resaltaba el origen del producto con la bandera nacional repujada y coloreada en el grueso vidrio del envase.

Nuestro paisano solo alcanzó a tantear el volumen, el peso, el precio y el costo que le significarían comprar, empacar y transportar las varias botellas que deseaba traerse, pero antes de que alcanzara a chistar algo, el sommelier se explayó en una detallada descripción del producto, mientras alzaba una botella y embestía con los cuernos y su verborrea al atónito turista:

“Tan pronto usted destape esta botella podrá sentir cómo exhala el gélido clima, el viento y la nieve que nos caracterizan, seguidos por un suave y placentero aroma a pino silvestre que le irá colmando la nariz. Entonces, las notas y los aromas de este elíxir inundarán sus sentidos y su cerebro, transportándolos a un bosque atestado de esos colosos maderables, regados por riachuelos cantarines que le harán vibrar con la geografía de nuestro nevado suelo. Cuando ya pareciera que el frío empieza a congelarle el rostro, súbitamente usted irá percibiendo cómo éste se transforma en el dulce aroma del arce, nuestro árbol insignia, para luego quedar atrapado por el cálido encanto de los panqueques servidos al desayuno”.

“Ni qué decir con el primer sorbo, que le sugiero sea generoso y que retenga en su boca por unos instantes, para que se deleite con el tono firme y leñoso del roble de las barricas donde ha sido añejado, el cual le brinda la experiencia de un sabor seco y persistente, armonizado con un exclusivo almizcle que le llevará a adentrarse en un bosque colmado de osos, renos, liebres y ardillas”.

“Enseguida, experimentará en lo profundo de su garganta el retozo de la piel de estas especies animales (en realidad sentirá como si se hubiera tragado una ardilla), sensación que inmediatamente es reemplazada por un delicado y sugestivo sabor a frutas, especialmente a manzana y a pera, para concluir en el corte final con un apacible tránsito hacia la cola de castor, que es como llamamos al último tramo de sabor, con una cálida evocación de las castañas y nueces que adornan el pavo en las celebraciones patrias, en las que, por supuesto, este exquisito y refinado licor nunca falta”.

“Pero, para completar la experiencia sensorial, la forma del envase, de su tapa y la etiqueta, le dejarán claro al receptor el origen del obsequio y la razón de tan exclusivas experiencias sensoriales. ¿Qué le parece?”

Antes de que nuestro amigo pudiera musitar palabra, el elocuente caballero había colocado tres botellas de tan excelso licor en una canastilla que le colgó del brazo y con un amable gesto le señaló el camino hacia las cajas registradoras mientras, cruzado de brazos, observaba plácidamente cómo el aturdido visitante, avanzaba, cual reo que va hacia el cadalso, lenta y dubitativamente en la dirección indicada.

Por fortuna para nuestro hombre, el amable consejero fue distraído por otro cliente, lo que le dio al cucuteño el espacio para desviar presuroso su rumbo, abandonar la diabólica canastilla en cualquier sitio y escapar despavorido de aquel exquisito lugar, con su billetera a salvo.

A nosotros nos trajo unas coquetas banderas con imán para la nevera y sabemos que ha repartido entre sus familiares varios llaveros, frasquitos de 15 mL de miel de arce, los jabones, toallitas y champús de los hoteles y unos ambientadores de peluche para el carro, con olor a pino, en forma de ardilla, que de verdad irritan la garganta con solo verlas.


1 comentários:

  • 24 de agosto de 2019, 6:55 a.m.
    Rudolf says:

    También tengo un amigo de Cúcuta que hizo lo mismo.cual quiere parecido con la realidad no es coincidencia. Saludos amigo...

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