Cualquier cosita es cariño, así no sea muy cariñosa
Un amigo de Cúcuta
se fue de paseo por territorios norteamericanos y, siguiendo la costumbre ancestral
de su tierra, decidió traerle de recuerdo a sus conocidos más cercanos y
queridos algún detalle típico del lugar. Como no podía cargarse un alce, una foca
o un pino, decidió meterse a una tienda especializada en licores y comprar allí,
como suvenir, unas botellitas de alguna bebida particular del país, como esas
de los minibares.
Ante lo extenso del
lugar y la descomunal variedad de licores que ofrecía, luego de mucho rascarse
la cabeza, se arriesgó a pedirle consejo, en su precario francés, a un
funcionario de la tienda:
“Excusé, muá,
mesié, ¿será posiblé que vú me aconsellé une liqueur tipiqué pour llevaré a mi
Colombie?”
“Con mucho gusto, señor”,
le contestó el hombre en perfecto español y lo llevó a la sección de whiskeys
nacionales.
“Si usted desea impactar
a un amigo y llevarle todo el sabor de nuestra tierra, este es el licor que le
recomiendo” dijo el hombre, señalando una botella ámbar coronada con una enorme
cornamenta cuidadosamente elaborada en cristal y que resaltaba el origen del
producto con la bandera nacional repujada y coloreada en el grueso vidrio del
envase.
Nuestro paisano
solo alcanzó a tantear el volumen, el peso, el precio y el costo que le
significarían comprar, empacar y transportar las varias botellas que deseaba
traerse, pero antes de que alcanzara a chistar algo, el sommelier se explayó en una detallada descripción del producto,
mientras alzaba una botella y embestía con los cuernos y su verborrea al
atónito turista:
“Tan pronto usted
destape esta botella podrá sentir cómo exhala el gélido clima, el viento y la
nieve que nos caracterizan, seguidos por un suave y placentero aroma a pino
silvestre que le irá colmando la nariz. Entonces, las notas y los aromas de
este elíxir inundarán sus sentidos y su cerebro, transportándolos a un bosque atestado
de esos colosos maderables, regados por riachuelos cantarines que le harán
vibrar con la geografía de nuestro nevado suelo. Cuando ya pareciera que el
frío empieza a congelarle el rostro, súbitamente usted irá percibiendo cómo éste
se transforma en el dulce aroma del arce, nuestro árbol insignia, para luego quedar
atrapado por el cálido encanto de los panqueques servidos al desayuno”.
“Ni qué decir con
el primer sorbo, que le sugiero sea generoso y que retenga en su boca por unos
instantes, para que se deleite con el tono firme y leñoso del roble de las
barricas donde ha sido añejado, el cual le brinda la experiencia de un sabor
seco y persistente, armonizado con un exclusivo almizcle que le llevará a
adentrarse en un bosque colmado de osos, renos, liebres y ardillas”.
“Enseguida,
experimentará en lo profundo de su garganta el retozo de la piel de estas
especies animales (en realidad sentirá como si se hubiera tragado una ardilla),
sensación que inmediatamente es reemplazada por un delicado y sugestivo sabor a
frutas, especialmente a manzana y a pera, para concluir en el corte final con
un apacible tránsito hacia la cola de castor, que es como llamamos al último
tramo de sabor, con una cálida evocación de las castañas y nueces que adornan
el pavo en las celebraciones patrias, en las que, por supuesto, este exquisito
y refinado licor nunca falta”.
“Pero, para
completar la experiencia sensorial, la forma del envase, de su tapa y la
etiqueta, le dejarán claro al receptor el origen del obsequio y la razón de tan
exclusivas experiencias sensoriales. ¿Qué le parece?”
Antes de que
nuestro amigo pudiera musitar palabra, el elocuente caballero había colocado
tres botellas de tan excelso licor en una canastilla que le colgó del brazo y
con un amable gesto le señaló el camino hacia las cajas registradoras mientras,
cruzado de brazos, observaba plácidamente cómo el aturdido visitante, avanzaba,
cual reo que va hacia el cadalso, lenta y dubitativamente en la dirección
indicada.
Por fortuna para
nuestro hombre, el amable consejero fue distraído por otro cliente, lo que le dio
al cucuteño el espacio para desviar presuroso su rumbo, abandonar la diabólica canastilla
en cualquier sitio y escapar despavorido de aquel exquisito lugar, con su
billetera a salvo.
A nosotros nos
trajo unas coquetas banderas con imán para la nevera y sabemos que ha repartido
entre sus familiares varios llaveros, frasquitos de 15 mL de miel de arce, los
jabones, toallitas y champús de los hoteles y unos ambientadores de peluche para
el carro, con olor a pino, en forma de ardilla, que de verdad irritan la
garganta con solo verlas.
También tengo un amigo de Cúcuta que hizo lo mismo.cual quiere parecido con la realidad no es coincidencia. Saludos amigo...