Uno se rasca fundamentalmente porque le pica. Como
cuando usted está sobrio, que le pica y tiene que rascarse.
Hace unos días
se nos presentó una novia de un amigo cucuteño queriendo saber por qué nos
rascamos
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Porque nos pica. Le respondimos
Pero resulta que
esa es una cuestión espinosa, así que acá va una importante ampliación de tan
lacónica respuesta.
El prurito, como
se le dice científicamente a la gana de "echarse uña" o rasquiña, es
ese deseo, persistente y excesivo que nos agobia hasta producir comezón,
desazón y picazón y que aparece, por ejemplo, cuando notamos que la botella ya se
está agotando o que del petaco quedan ya muy pocas o cuando empezamos a notar
que llegan las primeras luces, que paradójicamente, es cuando se nos están
yendo.
Todo empieza
porque el órgano más grande que tenemos (la piel) nos quiere decir que algo le
produce eso: que del empleo solo queda el recuerdo, que ella se fue para no
volver, que esa platica se perdió, que el embargo se hará efectivo u otras
cosas como esas o todas esas juntas. Ahí es cuando la piel se pone de gallina,
nos pica y uno necesita rascarse. Como mecanismo de defensa, pero las
consecuencias pueden ser de catástrofe.
Cuando uno de
verdad necesita rascarse le mete mano a lo que sea, como sea y donde sea y ahí
es donde el asunto resulta peligroso, porque de tanto rascarse se pueden abrir
una herida o varias y complicar aún más el asunto. Infortunadamente, ante la
necesidad no hay paliativo que valga: que se ponga hielito, que se unte esto o
aquello, que piense en otra cosa, que busque ayuda profesional… No, nada de eso
sirve, a uno le pica y hay que rascarse.
Tal vez los escasos
disuasores que evitan, por escasez, una gran rasca son la carencia de dinero,
la ausencia de un amigo para gorriarle, la ley seca en víspera de elecciones, la
cortada del chorro del fiao en la tienda o una ingesta ineludible de
antibióticos.
Existen
condiciones patológicas o epidemiológicas como la sarna, el carranchil, el
siete luchas, una buena camada de piojos, una caspa mal cuidada o un pulguero
de la madona que son ya situaciones extremas y que conducen a la necesidad de
una rascada apocalíptica. Pero, en una situación cotidiana, no afectada por
tales factores, es usual que surja la pregunta ¿Por qué entre más me rasco, más
me pica? Ni siquiera Alcohólicos Anónimos ha podido ofrecer una respuesta que
resulte satisfactoria, pues de haberlo hecho, ya habrían desaparecido, las
rascas y AA.
Según los más
recientes estudios, rascarse exacerba la segregación de ciertas miasmas como, entre
las más comunes, sudor, orina, tufo, babas y emesis (que coloquialmente se llama
garbanceada), las cuales llegan en grandes cantidades y acompañadas de desvíos
tales que el fulano mete la pata, la embarra donde esté, se hace merecedor de
profundo desprecio, de que le corten los servicios, lo echen del lugar o lo
demanden por algo y entonces, buscando aliviar estas penas, lo único que se le ocurre
es que le vuelve a picar y se vuelve a rascar.
Existen diversos
métodos para combatir la rasca y sus efectos adversos, muchos de ellos
convertidos en mitos urbanos, como el baño con ruda, comer grasa antes, tomarse
una bomba (bicarbonato, limón y aspirina) después o buscar el infalible caldo parao antes o después, métodos que solos o combinados
le pueden ayudar a combatir los síntomas, pero no borran las embarradas y que
no evitarán que le vuelva a picar.
Afortunadamente
existen muchos especialistas que pueden brindarle ayuda y consejo de forma
desinteresada a quien sienta esa terrible picazón, los cuales solo pueden ser
encontrados en un billar, jugando tejo, en la tienda de doña María o en un bar
de la zona rosa. Lugares donde también cohabitan las pulgas, los piojos y otros
productores de piquiñas y de rascas y, para que sus cuitas sean atendidas,
seguramente va a escuchar de manera repetida la famosa frase "Pídase la
otra".