22 de septiembre de 2018

Zhaocai Mao: 招財貓

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De la mano de la gata


Una antigua leyenda china, vieja como toda leyenda y antigua como todo lo de la China, fue lo que dio origen a esa figura de una gata que mueve la mano (es gata, por si no lo sabían) y que se encuentra en donde se consiguen productos chinos.

En principio no es claro si la gata saluda o se despide, como le suele ocurrir a todo el que se va acercando a una gata y es por eso que es necesario conocer la leyenda para entender qué significa el gesto del animalito.

Hace mucho tiempo, en una lejana y escondida región de la inmensa China, había un señor feudal, dueño de todo lo que había productivo en la región, quien mantenía en estado de pobreza y sumisión a todos los habitantes del lugar, conocidos como lugareños. Y en un remoto paraje de esa región había un templo, más lejano y más pobre de lo conveniente, donde un pobre monje convivía con una pobre gata que, además de ser su única compañía, era la encargada de cazar el alimento para los dos.

Un día el rico señor salió a dar un paseo por el bosque y se perdió, como les suele ocurrir en las leyendas a todos los que salen a pasear por el bosque. El noble se perdió, porque no conocía el bosque. Y es en este punto donde uno se pregunta cómo es que un idiota así, que no conocía bien su propiedad, que no sabía orientarse, que salía solo sin escolta y sin avisarle a nadie dónde andaba, podía ser el señor feudal del lugar. Pero ese no es el tema de esta historia. El señor, se perdió.

Por fortuna para el terrateniente, no se encontró un castillo abandonado y embrujado, habitado por una bestia peluda que lo hubiera sodomizado de inmediato, ni un feroz lobo dientón y felpudo que lo enviase por el camino largo mientras buscaba comerse a una pobre anciana. El señor llegó, como podíamos suponerlo, al templo casi en ruinas que habitaban el monje y la gata. Como lo vio tan maluco, decidió no entrar, pero en esas empezó a llover y, claro, como era también de suponer, el hombre no llevaba paraguas, ni chaqueta impermeable. Ni siquiera llevaba en sus alforjas un plástico para cubrirse. Así que se apeó y se guareció bajo un árbol que se erguía frente a la entrada del templo.

Aquí es donde la leyenda se empaña un poco, al contar que, estando en esas, el hombre vio a una gata que, por una rendija de la entrada, le hacía señas para que pasara adentro con una de sus peludas patas (algo peludo le tenía que salir al encuentro al tipo). Uno puede imaginarse al felino lamiéndose una de sus patas, como suelen hacerlo y a un inepto desesperado, ante la enfurecida tormenta, buscando una señal para toparse un mejor refugio y abandonar el árbol.

Como sea, el hombre corrió al encuentro de la gata y estando ya muy cerca de ella sintió cómo un rayo reventaba con furia sobre el árbol, destrozándolo por completo, con todo y caballo (el bestia había amarrado a la bestia al árbol), así que de un brinco se halló en el interior del templo, muerto del susto.

El monje lo acogió con gran humildad, pero no le dio ni un tinto, pues no tenía. Luego de superar el susto, la tormenta, el pesar por el caballo (que terminó convirtiéndose en la cena) y el bochorno por haberse extraviado, al ver tanta miseria y ante el providencial llamado que le salvó la vida, el magnate decidió favorecer al hombrecillo y, sobre todo, a su cuadrúpeda compañera, otorgándoles una pensión para que nunca más tuvieran hambre y pudieran ayudar a otros tontos perdidos como él.

Desde entonces se considera en China que, si una gata le levanta a uno la pata, hay que salir corriendo hacia ella porque eso es de buena suerte o cuando menos, le va a ir mejor que si se queda plantado mirándola sin hacer nada.

Versiones menos románticas de esta historia dicen que la leyenda no es china sino japonesa, que el monje vivía con su hija, que no era gata sino mojigata y que no vio al amo sino a un viejo verde coqueteándole a su niña, por lo cual sacó un arma y disparó, con tan mala suerte que no mató al hombre sino al caballo. El terrateniente le exigió que, a cambio de no colgarlo por daños e intento de homicidio, le dejara un amañe con su hija de vez en cuando. El monje no pudo hacer otra cosa que ceder y la hija también, librándose ambos de la muerte, pero no de la pena, así que el señor se apropió de la edificación en ruinas y de la chica y las remodeló, pasando la primera de vetustez a monumento y la segunda de mojigata a zunga. El monje pasó a administrarlas con un salario más o menos digno para la época y pudo salir de la pobreza.

Ahora bien, en la actual oferta comercial de gatas moviendo la manito, hay variantes a considerar dependiendo de lo que el comprador quiera conseguir:

·  Por ejemplo, si lo que quiere es tranquilidad y paz, consígase una gata de color blanco y que le levante la pata derecha, porque si levanta la izquierda, lo que tendrá es la visita de sus amigos y ahí no habrá paz posible. Y, ¡cuidado!, si la gata blanca levanta las dos patas es una zunga y, aunque usted pueda chicanear con sus amigos, no va a tener paz si lo pesca su mujer.

·   Pero, si lo que busca es prosperidad, dinero y riqueza, que la gata sea amarilla (o dorada) y levante la pata derecha ¡¡la derecha!! porque la izquierda para lo que sirve es para conseguir amigas que solo le ayudarán a gastar su fortuna. Si la gata dorada está levantando las dos patas al tiempo, le va a proteger si le cae la DIAN.

·   Ahora, gata roja con pata derecha, suerte en el amor. La misma gata con pata izquierda, usted tendrá amor, pero sin compromiso, es decir, solo le sirve si no está buscando una relación estable. Gata roja moviendo las dos patas, ¡¡fantástico sexo seguro!!

·  Gata negra con pata derecha arriba, es útil para alejar cualquier maleficio, conjuro, santería o espíritu maligno. Si la pata que se mueve es la izquierda, siendo negra la gata, le protege de cualquier daño a la propiedad y le atrae buena suerte. Si la gata negra mueve las dos patas, le protegerá como ninguna otra protección, del negro del guazap.

·  Es aconsejable que los colores de la gata no estén mezclados, porque esto podría anular entre sí los efectos y producir resultados contrarios a los deseados. Por ejemplo, si la gata es negra con rojo y mueve las dos patas, probablemente usted tendrá sexo seguro con el negro del guazap.

Con cualquier versión que se prefiera, los hombres gustan de tener monumento, mojigata, gata, morronga o zunga. Un artesano, buscando inmortalizar la leyenda decidió elaborar la figurita de la gata, pues no era de buen gusto representar ninguna de las otras, levantando las patas.

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