12 de enero de 2018

el amañe

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Se acomodó a la situación o se aprovechó de ella

Buscando que las relaciones de pareja sean beneficiosas, aún hoy se utiliza un método que fue ideado por una de nuestras culturas precolombinas: el amañe. Aquí explicamos cómo funcionaba este asunto.

Si un joven se interesaba en una niña de la comarca, en edad de merecer y agraciadita o, como diríamos hoy “buena la india”, debía verificar por cuánto le podía salir la vuelta, pues según el número de interesados que el padre de la india, literalmente hablando, hubiese detectado, se elevaría el valor de la inversión nupcial del presunto novio, digamos que hasta a un cerdo, dos vacas, tres cabras, cuatro gallinas y un huevito diario hasta lograr un embarazo.

Sin embargo, antes de embarcarse en esos gastos y para evitar el riesgo de que las cosas no se dieran y el asunto terminara en pelea y divorcio, el pretendiente podía solicitar un “amañe”, que era un período de 28 días (un mes lunar) durante el cual podía convivir con la muchacha antes de decidir si se casaba con ella o no. Para adquirir este derecho debía pagar un precio menor, digamos una cabra, una gallina y un huevo, no reembolsables ni abonables al pago definitivo por la novia. Sería un equivalente del “vámonos a vivir juntos” antes de casarnos, con el que, en lugar de comprar el apartamento, uno puede arrendar una pieza y tener la dotación mínima necesaria (catre, toallas, televisor y vajilla sencilla) antes de arriesgarse a una inversión mayor.

Ahora, si las cosas no resultaban y no se amañaban el uno con la otra, la ex-doncella era devuelta al seno familiar y el pretendiente partía a otro vecindario. La chica podía entonces intentar amañarse con algotro pretendiente de los desdeñados la primera vez, pero la tarifa para este segundo intento ya era obviamente mucho menor, digamos una gallina y un huevo (también la cuota nupcial, en caso de éxito, disminuía y podía quedar en el cerdo, la cabra y un huevo, por ejemplo). Un tercer intento de amañe podía representarle al padre tan sólo el huevo y a partir del cuarto debía pagar para que alguien intentase amañarse con esa zunga.

Como consecuencia, luego del tercer intento la hija solía ser despedida del hogar por soberbia y exigente y era abandonada a su suerte. Pero, amañada ya con la costumbre, se dedicaba a hacer entonces “amañes express” por su cuenta, a tarifas muy cómodas (que siempre incluían huevos) y por periodos muy cortos.

En cuanto a los muchachos, estos representaban para el padre, quien financiaba sus amañes, un gasto importante y molesto. Así que se buscaba minimizar el número de amañes por punta y punta: significaban menos ingresos para el padre de una niña y más gastos para el padre de un pretendiente y se convertían en un simple intercambio de huevos.

De esta historia se desprenden dos acepciones de la palabra amañada: estar a gusto con una situación o haber manipulado la situación para estar a gusto.

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