Se acomodó a la situación o se aprovechó de ella
Buscando que las
relaciones de pareja sean beneficiosas, aún hoy se utiliza un método que fue
ideado por una de nuestras culturas precolombinas: el amañe. Aquí explicamos
cómo funcionaba este asunto.
Si un joven se
interesaba en una niña de la comarca, en edad de merecer y agraciadita o, como diríamos
hoy “buena la india”, debía verificar por cuánto le podía salir la vuelta, pues
según el número de interesados que el padre de la india, literalmente hablando,
hubiese detectado, se elevaría el valor de la inversión nupcial del presunto novio,
digamos que hasta a un cerdo, dos vacas, tres cabras, cuatro gallinas y un
huevito diario hasta lograr un embarazo.
Sin embargo,
antes de embarcarse en esos gastos y para evitar el riesgo de que las cosas no
se dieran y el asunto terminara en pelea y divorcio, el pretendiente podía
solicitar un “amañe”, que era un
período de 28 días (un mes lunar) durante el cual podía convivir con la muchacha
antes de decidir si se casaba con ella o no. Para adquirir este derecho debía
pagar un precio menor, digamos una cabra, una gallina y un huevo, no
reembolsables ni abonables al pago definitivo por la novia. Sería un equivalente
del “vámonos a vivir juntos” antes de
casarnos, con el que, en lugar de comprar el apartamento, uno puede arrendar
una pieza y tener la dotación mínima necesaria (catre, toallas, televisor y
vajilla sencilla) antes de arriesgarse a una inversión mayor.
Ahora, si las
cosas no resultaban y no se amañaban el uno con la otra, la ex-doncella era
devuelta al seno familiar y el pretendiente partía a otro vecindario. La chica
podía entonces intentar amañarse con algotro pretendiente de los desdeñados la
primera vez, pero la tarifa para este segundo intento ya era obviamente mucho
menor, digamos una gallina y un huevo (también la cuota nupcial, en caso de
éxito, disminuía y podía quedar en el cerdo, la cabra y un huevo, por ejemplo).
Un tercer intento de amañe podía representarle al padre tan sólo el huevo y a
partir del cuarto debía pagar para que alguien intentase amañarse con esa zunga.
Como
consecuencia, luego del tercer intento la hija solía ser despedida del hogar
por soberbia y exigente y era abandonada a su suerte. Pero, amañada ya con la
costumbre, se dedicaba a hacer entonces “amañes
express” por su cuenta, a tarifas muy cómodas (que siempre incluían huevos)
y por periodos muy cortos.
En cuanto a los
muchachos, estos representaban para el padre, quien financiaba sus amañes, un
gasto importante y molesto. Así que se buscaba minimizar el número de amañes por
punta y punta: significaban menos ingresos para el padre de una niña y más
gastos para el padre de un pretendiente y se convertían en un simple
intercambio de huevos.
De esta historia
se desprenden dos acepciones de la palabra amañada: estar a gusto con una
situación o haber manipulado la situación para estar a gusto.