16 de diciembre de 2022

Experiencia molecular

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El número de Avogadro en una cena

Cuando en un restaurante lo reciba un elegante metre que, con una sonrisa obsecuente le señale “Aquí no le serviremos comida, sino una experiencia gastronómica sublime”, usted puede estar seguro de dos cosas: uno, saldrá de allí con hambre y dos, la cuenta tendrá más ceros de lo esperado.

Pues, un amigo de Cúcuta, queriendo comerse algo nuevo, delicioso y exótico, resultó llevando a alguien así, en plan de seductor, a un restaurante donde sirven comida molecular y nos contó lo que le sucedió.

Estábamos expectantes respecto a lo que nos íbamos a comer. Yo sentía un hambre bárbara (prácticamente, babeaba) y ella, muy de la línea fitness, como lo evidenciaba su figura, estaba ansiosa por comerse algo delicioso pero sano, que era lo que yo quería que probara. 

El metre nos llevó a una mesa y nos explicó que íbamos a vivir una experiencia gastronómica en la cual no íbamos a comer hasta saciarnos, ni veríamos nada similar a lo que se sirve en un restaurante, sino que debíamos prepararnos para un viaje sensorial basado en novedosas técnicas culinarias como la deconstrucción, la emulsificación, la gelificación y la esferificación.

Como yo trabajo en metrología, a todo le asigno un puntaje en escalas de pesos y medidas, de cero a diez. La perorata del señor hizo que la promesa de lo que íbamos a ingerir subiera tres puntos en mi escala de recelo, mientras que la mirada de ella denotaba que había sucedido lo mismo, pero en sus niveles de dopamina.

Escogimos un menú de cinco experiencias, que fue el más recomendado por el metre, cada una de las cuales vendría acompañada de una copa de vino de diferente cepa, tonalidad, procedencia y añejamiento para dar el adecuado maridaje. Estaba seguro de que me iba a anotar diez puntos.

La primera experiencia nos sorprendió. Colocaron frente a cada uno una pecera redonda llena de esferas de cristal, con la instrucción de introducir las manos para recibir un chorro de chocolate caliente, frotarlo entre nuestros dedos y sentirlo escurriéndose entre ellos. Mientras esto transcurría, el metre hablaba del chocolate belga, de la viscosidad y de las sensaciones que transmiten las formas redondas y el calor. Como lo comestible no estaba en la pecera, pregunté qué íbamos a comer y el tipo respondió: chúpense los dedos.

Eso me remitió a que mis apetitos estaban insatisfechos, por lo cual decidí desquitarme, pues su cuento del chocolate me valía belga, así que empecé a embadurnar con mis enchocolatados dedos la copa de vino español que acompañaba la bolada esa. Antes de que mis manchas alcanzaran el mantel, el mesero acercó otra pecera con agua, para que nos laváramos las manos. Pero ver a mi acompañante lamerse el chocolate de sus dedos fue algo tan coqueto que me recordó mi propósito inicial y subió mi entusiasmo cinco puntos.

A continuación, nos colocaron una gran copa regordeta con una espuma verdosa que casi la rebosaba, junto con una fina cucharita de bambú para degustar, según dijo el mesero, un hiperácido mousse de maracuyá con limón y ponimalta (me pareció). Me la despaché en tres paladas, pues mi hambre ya alcanzaba siete puntos en mi escala. La sidra que acompañaba ese bodrio, me duró tres sorbos, también.

Apareció otro mesero, ¡por fin con un plato! Sólo entonces noté que no había cubiertos en la mesa. El dichoso plato contenía un montón de hojas que a mi acompañante le parecieron regias, dado su habitual gusto por las ensaladas. Ya iba yo a preguntar con qué nos íbamos a comer esas hojas cuando otro mesero empezó a regar las plantas con agua hirviendo y nos invitó a aspirar los vapores de yerbabuena, sidrón, limonaria y caléndula (la fitness las identificó de una). Cuando ya me sentía que llevaba cinco minutos aspirando vick vaporub, otro mesero apareció y nos dijo ¿disfrutaron esos deliciosos aromas? Se llevó los platos y nos dejó un vino blanco portugués, helado.

No pude abstenerme de comentar con mi invitada cuánta hambre estaba sintiendo y ella reconoció también que tanto estímulo le había despertado el apetito. Yo empecé a husmear en el celular si había cerca algún sitio de hamburguesas, pero ella me regañó y me dijo que fuera paciente que ahora, de seguro vendría el plato fuerte.

Y el plato fuerte llegó, en efecto, compuesto por unas patitas de pulpo hechas bolitas e impregnadas en aceite de sábila, a las cuales las habían revolcado en un calao pulverizado (me pareció a mí) para darles el aspecto de apanadas. Las siete bolitas de cada uno nos las despachamos en un santiamén, junto con el gran reserva alemán al que de seguro le iba a pagar el viaje en primera clase desde Würstbach.

A estas alturas yo ya había alcanzado el nueve en mi escala del hambre y la de mi compañera también, así que necesitaba salir a buscar algo que la calmara. Con solo una mirada estuvimos de acuerdo en que estábamos desesperados y que nos comeríamos lo que se nos atravesara y preferimos abandonar el lugar.

Cuando nos estábamos levantando de la mesa, apareció un mesero con la postrera experiencia, algo como una yuca envuelta en llamas. Seguros de que esta novedad solo nos dejaría más ardidos, le sugerí al tipo que se chamuscara con esa vianda lo más estrecho de su cuerpo y nos dirigimos a la caja registradora, como si estuviéramos en cualquier corrientazo.

Paré en el primer puesto de hamburguesas callejeras que encontré y todos mis antojos salieron a flote. De inmediato me bajé a ordenar una (la verdad, quería comerme dos). Ella, iracunda, tomó un taxi y desapareció. Sé que la fitness hubiese querido comerse un buen trozo de carne como yo, pero su finura no le permitía estos deslices; en cambio, mis instintos quedaron satisfechos con las dos callejeras que me comí.

Fui feliz entonces, me olvidé de la exótica experiencia gastronómica, hasta cuando me llegó en el extracto la cuenta que pagué en el dichoso restaurante molecular.



1 comentários:

  • 17 de diciembre de 2022, 5:21 a.m.
    Rudolf says:

    Un amigo de Bogotá con gusto por la empanada ,de las de la 140, no cambiará la comida de barrio por ninguna experienciaoolwcular

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