sugar green daddy
Después que los cronistas medioevales narraron las vicisitudes de las siete cruzadas que lanzó Occidente para vencer a los infieles, se pudo saber que solo en una de ellas la cruz y la espada habían salido victoriosas. Y todo gracias a la milagrosa intervención del invencible Caballero verde, cuyo rostro nadie conoció nunca.
Cuando el sol se reflejaba sobre las plateadas armaduras de los campeones cristianos, deslumbrando a sus adversarios, surgía de entre los arbustos el, hasta entonces, invisible verde paladín a cobrar víctimas, sin que hubiera sido detectado por los vigías del sultán. Ese incipiente camuflaje le sirvió para ensartar, no con agujas, sino con su aguda lanza a los mamelucos de Saladino, que se vieron vilmente enhebrados uno a uno y quedaron tendidos en el campo de batalla.
Los adalides de la cruz volvieron a sus cortes y se encontraron con que eran unos viejos, como de treinta años, que, según la expectativa de vida de aquella época, era la máxima edad a la que se podía aspirar. Un hombre de cuarenta años, no solo era una rareza sino un vilipendiado anciano.
Pues bien, solo por tener en qué entretenerse y para matar, ya no infieles, sino el aburrimiento y recordar las proezas de la guerra en el medio lejano Oriente, el rey Arturo (de quien tanto se recuerda su mesa de comedor), organizaba torneos donde los caballeros se retaban y se reventaban unos a otros.
Pero, un día, apareció un caballero de hispánico acento, escondido bajo verde armadura, que, con altanería y descaro, retó a los anglos campeones a singular combate donde él pelearía desarmado y aquel que lograra derrotarlo recibiría como trofeo, su cabeza invicta hasta entonces; pero, si perdía, el adversario debería entregarle su dama. Un reto de tal envergadura solo pudo repetirse, siglos después, en la canción "Dame tu mujer José".
El segundo a bordo en la famosa mesa era Lancelot y, como buen lamebotas, se apresuró a aceptar el reto, sin considerar que su dama era ni más ni menos que la mujer del rey, con quien sostenía un clandestino romance (con la señora). Arturo, que sospechaba de ambos, aplaudió, ya que, por punta y punta, cualquiera que fuera el resultado del lance, se vengaría de la traición de su amigo y de su esposa.
El torneo superó a cualquier otro evento de la corte: corrían los chismes y las apuestas no tenían límite. La venta (y reventa) de entradas no tuvo par y fue superada tan solo, de nuevo siglos después, por la de boletas para el mundial de fútbol de 2018 (que fue récord para la FIFA, al igual que el difundido escándalo).
Y el esperado día llegó por fin: Las tribunas, reventaban de cortesanos y de populacho y el palco de honor se vio engalanado con los pomposos atuendos del rey, su reina y sus nobles. Los guardias controlaban a la multitud de los que no habían conseguido entrada. Se vendían mares de Fish and chips, ríos de cerveza y chorros de ginebra (en honor al honor de la cónyuge de Arturo) y los venteros hacían su agosto.
Lancelot apareció radiante, ataviado con su brillante armadura plateada, un arma de casi dos metros y un coqueto penacho rojo sobre el yelmo, que arrancó eufóricos aplausos de los hombres y delirantes gritos de las mujeres, especialmente de la reina. El retador, ataviado según su costumbre, permanecía impávido al otro extremo de la manga.
Sonaron las trompetas, llamando a los asistentes al silencio. La tensión se podía sentir en el ambiente. Los rivales se miraban a través de las hendiduras de sus yelmos. Los caballos bramaron y se lanzaron en veloz carrera uno contra el otro. Lancelot bajó su lanza y la apuntó hacia el oponente mientras éste, con solo las riendas en sus manos, espoleaba a su corcel para lanzarlo a galope tendido.
Cuando estaban a pocos metros uno del otro y parecía que el plateado iba a ensartar al verde, éste se inclinó con destreza sobre un lado de la bestia y haló con una mano la porción de lanza que pasaba sobre él, logrando que la inercia enviara disparado a su rival y quedara de bruces sobre el polvo, ante el asombro y la incredulidad de los asistentes.
Algunos falsos aplausos y vítores dieron paso al toque de clarines que anunciaba al ganador. El caballo del verde avanzó con paso calmo y se detuvo frente al palco real. El rey, aún en medio de su tribulación, se levantó, extendió un brazo para aplacar a la turba y exigió que, para poder recibir el trofeo, el vencedor debía antes retirar el yelmo y mostrar su verdadero rostro. Pausadamente, la orden fue obedecida, sin chistar. Todos se arremolinaban, buscando estar en primera fila para no perderse ese momento irrepetible.
Cuando el yelmo fue totalmente retirado, una sola exclamación llenó el aire y fue seguida por gritos, llanto, miradas de asombro y de terror, desmayos y gestos de incredulidad. La reina se llevó una mano al rostro y cayó inconsciente. Solo Lancelot, atónito y mudo permaneció incólume ante la visión que aterrorizó a la multitud:
(clic para ver la terrorífica imagen)
Bueno felicitar a mi amigo y a su socio por el cambio en la presentación del blog,y en su intento de agradar con historias a medio contar y un poco de picante con el personaje del caballero verde ,que nos recuerda otro negro famoso en las redes.
Esta me ha (y no mea) parecido la mejor crónica que han escrito. Felicitaciones amigos.
Pero pídanse una aunque sea y pronto.