Estrenar es una delicia
No hay nada como lo propio y, si es nuevo, mejor; y, si es una vivienda, la emoción no tiene límites. Es lo único que supera al olor del carro nuevo. Por eso, cuando por fin encontré ubicación, tamaño, precio y opciones de transporte que me parecieron óptimos para mi nuevo apartamento, decidí: “Este es el mío”. De regreso a casa, al contarle mi increíble hallazgo a mi esposa, ella se limitó a mirarme con algo de sorna y emitir un mustio “Ajá”. Yo solo intenté ocultar mi sonrisa de triunfador.
Apenas entramos para hacer la visita “oficial”, con su ojo crítico, ella empezó a reparar en detalles que nunca se me habrían ocurrido. Con el tendedero de ropa casi encima de la estufa, tendremos dos opciones: o la ropa estará sudada antes de ponérnosla o la comida va a saber a trapo. Yo me pregunté ¿eso no lo resolverá la campana extractora? Pero guardé silencio.
¡Uich! ese lavadero está horrendo. ¡Tan chiquito! Para lo único que sirve es para que si uno pretende restregar algo ahí termine torcido y con espasmos hasta en el pelo, dijo ella a continuación. Había que desaparecerlo, como solía decir Al Capone, pensé yo.
Ya en la alcoba, preguntó con cierta ironía ¿Dónde vas a meter la caminadora en la que cuelgas tu ropa? No solo me acordé de la pequeña fortuna que pagué por ese aparatejo inútil, sino de mis fallidas ofertas tratando de engüesar a algún amigo, pues nadie la quiso, ni siquiera regalada. (Tocará resolverlo al estilo alcalde: plegarla y esconderla bajo la cama, pensé).
Ella suspiró unos momentos después, cuando decidió: me tocará pasar parte de mis cosas al closet de la niña. Guardé un respetuoso silencio, pues ya se sabe que a ellas les corresponde el 70 % del espacio, pero aun así no le iban a caber sus 69 pares de zapatos con los respectivos bolsos (es el único 69 que le conozco) y los juegos de bisutería correspondientes y su colección de 45 perfumes, aparte de la valiosísima cosmetiquera.
En el estudio, comentó como quien no quiere la cosa “acá no hay dónde meter tu colección de elepés”. Admití que, obligado, tendría que hacer el tour al mercado de pulgas para feriar mis 5.374 reliquias, que mantengo como nuevas, ya que nunca las oigo. Suspiré, pues esas preciadas piezas no ocupan tanto espacio como su carga de zapatos, bolsos y demás.
¿Viste que la rejilla del baño social solo es de adorno porque da contra un muro y no sirve para ventilar? me dijo en voz baja. La imagen de soportar la mezcla de olores esparcidos desde la cocina y el baño, casi me hizo descartar la compra de esta, que había sido hasta ahora mi mejor opción inmobiliaria.
Luego de varias y agotadoras discusiones logramos consenso y decidimos que, a pesar de los inconvenientes, ésta era la alternativa más adecuada. Claro, programando los ajustes necesarios: regalar, botar y vender parte de nuestros actuales haberes (lo pasado, pasado), adaptar lo nuevo descartando el fregadero, tener una abundante reserva de aromatizantes para el baño y modificar la campana del mueble de la cocina para convertirla, de recicladora en extractora.
En el banco, firmamos los papeles de la hipoteca y así pudimos convertirnos en flamantes propietarios. Jamás me pasó por la mente la pesadilla que me esperaba.
(Esperen la segunda parte de esta hazaña)
Jajajaja la narración parece ser un recuerdo (o recuento?) mio.