Inédita prueba de Platón
A nuestro recordado Platón, quien inventó la famosa prueba de fidelidad que lleva su nombre, se le ocurrió alguna vez el mito de la caverna, en el cual unos hombres encadenados en el interior de una caverna aceptarán que las sombras que perciben son la realidad y matarán a quien quiera convencerlos de que veían solo las sombras de una realidad desconocida para ellos. Y a unos cazadores de mitos se les ocurrió corroborarlo con un experimento social denominado Deep time, diseñado para medir la capacidad de adaptación del ser humano a condiciones adversas y, más que nada, a la pérdida total de la noción del tiempo y el espacio.
Conocimos en exclusiva el relato de uno de los participantes, quien le contó su experiencia a un prestigioso medio:
Decidí participar en este experimento porque yo llevaba mucho tiempo encerrado y mi mujer no me hablaba, así que no me pareció que mi situación fuera a cambiar significativamente.
Adentro de la cueva no se veía nada en absoluto; solo se podían percibir la respiración de los participantes, el sonido de sus pasos y, al estrellarnos, el humor de cada uno, que, por cierto, era muy maluco. A mí la situación me recordó una fiesta de pogo, solo que aquí los tropezones no eran buscados sino accidentales y en lugar de "dale perro" se decía "perdón".
La instrucción inicial era que debíamos buscar a tientas una bicicleta estática con la cual podríamos generar electricidad, si pedaleábamos a buen ritmo. Desesperados, muchos intentamos lograr la iluminación, pero nos frustró que no nos habíamos trepado en la estática sino en otros participantes, hasta que alguno con la orientación correcta gritó "esta sí es" y a los cinco minutos fuimos alumbrados. La oscuridad tan densa produjo diversos percances, pero todos juramos no hablar nunca de que lo único impenetrable que había en esa caverna era la oscuridad.
Al cabo de algunos días ya pedaleábamos por turnos y la luz era casi permanente. Logramos conseguir agua gracias a un par de ex boy scouts que cavaron como diez metros hasta encontrar un pozo y un compañero que había estado en el ejército nos enseñó a cazar murciélagos, que se convirtieron en la única fuente proteica. Terminamos muy aficionados a las alitas sazonadas con guano.
Según nos dijeron al salir, duramos allí cuarenta días y cuarenta noches, de lo cual no nos enteramos, porque perdimos toda noción del tiempo y, en realidad perdimos el tiempo, al menos en mi caso, pues casi siempre me sentí como en casa y esa parte de la experiencia no me gustó.
Al principio hubo cosas emocionantes, como sentir que alguien a tu lado se viste o se desviste, pero a pesar del esfuerzo que hiciste no viste nada o cuando tratabas de interpretar los sonidos que hacía un vecino y al final no sabías qué era lo que hacía. Otra era encontrarte algo y, solo con el tacto tratar de definir de qué se trataba; eso me llevó a conocer que hay muchas cosas peludas, lisas, arrugadas, en fin, fue muy enriquecedor. Pero todo eso duró solo hasta cuando ya definimos bien lo de los turnos para la pedaleada.
Después vino lo de sentirse cansado o con ganas de dormir y no saber si era de noche, para dormir de largo o solo tomar una siesta para hacerle la digestión al guano; eso fue cómico, pues suscitó discusiones acerca de la hora de la levantada. Pero entonces tocó lo de la expedición al interior para encontrar y adecuar algo parecido a un sanitario; esa experiencia se demoró más de lo que hubiéramos querido, pero nos permitió valorar lo importantes que son los ductos de ventilación y finalmente supimos por qué nuestros antepasados huyeron de las cavernas. Eso sí fue de verdad insoportable.
Terminé por coincidir con Platón en que, cuando uno solo ve sombras, empieza a creer que son reales y hasta se enamora de ellas, sin importar su género. Con el pasar de los días se vuelve emocionante, como en el pogo, estrellarse con alguien y uno empieza a buscarlo. Además, encontré que el tiempo no tiene importancia y nadie se ocupa de él, sino de con quién lo pasas, la oscuridad no da miedo y el color negro es muy emocionante. ¡Ah! y ni te imaginas lo sabroso que finalmente resulta el guano.
La ficción y la realidad ,los gustos del autor un poco retorcidos, coprofago de guano...
Hay que tener imaginación Redbull para creear este artículo.
Quizás después de 40 días de oscuridad, el guano sepa güeno ...