Quienes han tenido la necesidad de superar una decepción amorosa se agarran, en su mayoría, de la arraigada creencia de que “un clavo saca otro clavo”. Y funciona, dice esa misma mayoría, mientras lo sigue recomendando como el método más efectivo.
Aquellos a quienes no les ha funcionado se quejan en cambio de que, en lugar de sanar, la herida se les ha agrandado y, en ocasiones, debido a que el clavo enterrado en lugar de salir y desaparecer, se enquistó y muchas veces el clavo sustituto resulta lastimado, intimidado y hasta quebrado, con lo cual el remedio viene a ser peor que la enfermedad.
Para “Pídase la otra” es fundamental la comprobación científica de este tipo de creencias, así que desplazamos uno de nuestros equipos de investigación de campo, dotado de una herramienta experimental adecuada para verificar por qué los más alaban tanto lo de la desclavada con el clavo y por qué no son pocos los que dicen que no, que eso no sirve para un ciezo.
La muestra escogida consistió en un grupo de hombres y mujeres con edades entre los 18 y los 50 años, ya que los menores de 18 suelen resolver estos asuntos con autogestión, por lo que no tendrían nada qué sacar y a los mayores de 50 les importa un comino sacarse ningún clavo y a veces ni recuerdan en dónde fue, ni cómo, ni con quién, que el clavo resultó clavado.
El grupo, totalmente incluyente y diverso, estuvo compuesto por personas de diferentes oficios y profesiones, estratos sociales, creencias religiosas, ascendencias y raíces étnicas, preferencias sexuales y estados civiles, sin importar su experiencia con el tema del estudio ni cómo les había ido con el asunto, por lo cual no se les preguntó nada al respecto, cuidando así que esto no se fuera a constituir en factor de sesgo.
A cada participante se le dieron una tabla con un clavo enterrado, otro clavo muy similar al ya enterrado, pero sin estrenar y una piedra. No se utilizaron martillos, para evitar que algún creativo utilizara las uñas y distorsionara el experimento. Además, resultaba más adecuada la piedra pues siempre, cuando alguien quiere sacar un clavo con otro, está con la piedra afuera.
Para la realización del experimento, el participante podía escoger cualquier lugar, pero debía estar solo. Podía estar triste, deprimido o iracundo o como fuera que se encontrara en ese momento, sin que ello afectara el resultado. Solo era indispensable que sacara el clavo enterrado utilizando exclusivamente los elementos suministrados. Aunque se asignaba un tiempo de dos horas, no había ninguna diferencia si a los cinco minutos ya había terminado.
Después de tabular y analizar los resultados, se obtuvieron las siguientes conclusiones:
En el 93 % de los casos, en el intento de sacar el clavo con la piedra afuera, el afectado se machucó.
Al 95 % de los participantes no les importó de donde viene, cuál es ni cómo es ni de quién es el clavo sustituto y, ni siquiera, si se parece al que se quiere sacar.
En el 100 % de los casos, quienes intentaron sacar el clavo enterrado agrandándole el hueco a la tabla con el otro clavo, sólo consiguieron que al final hubiera dos clavos enterrados pues la madera, al igual que ciertos tejidos, se expande en principio, pero luego se contrae y aprieta más.
Con este experimento se evidencia claramente que para que un clavo saque otro clavo hay que enterrarlo por el frente opuesto y que a quienes no les ha funcionado es porque insisten en meterlo por el mismo lado y no, por ahí no es.
Sigan pedaleando?.....