Si no sabel, no metel
Diversos estudios han demostrado que la imagen del oso panda despierta en el ser humano más ternura que cualquiera otra, por lo cual se le ha convertido en el ícono del amor a los animales, por encima de Piolín, el bambi, el conejo, el gato, el elefante, el perezoso, el sapo y el suricato.
Pero, las tiernas ojeras, su cálido y suave pelaje y su actitud relajada y juguetona despiertan no solo la ternura de los humanos de todo el mundo, sino la curiosidad de los científicos y el entusiasmo de los emprendedores. Por ejemplo, unos chinos, bastante osados ellos y muy amantes de la teína, han obtenido un nuevo tipo de té verde que, además de tener un mejor aroma y un sabor más maduro que los del té tradicional, evita la aparición del cáncer. No solo vale una fortuna (es el más caro del mundo), sino que es producido con las heces del tierno panda.
Un cucuteño que conocemos, quien trabaja como vendedor en una ferretería del centro de Bogotá y que compró unas chanclas “made in China” por Internet, recibió por error una muestra experimental del mencionado té. Cuando el hombre vio las etiquetas en chino, se le ocurrió acudir a un chino que fabrica y vende empanadas chinas en su cuadra, quien le contó que “sel una bebida lala, un té, el más calo del mundo”.
La bebida más rara que había probado el hombre era un sabajón de feijoa, pero de té nada y mucho menos de bebidas anunciadas como “la más cara del mundo”. Como no sabía qué hacer con eso, ideó una forma de desengüesarse y fue lucirse con su tía Lucita, quien “como es una cachaca de raca mandaca, debe saber de esas cosas” pensó, así que le anunció visita para el viernes siguiente.
Llegó, casualmente, sobre el mediodía y le entregó a ella la carísima cajita artesanal que contenía las bolsitas, primorosamente decorada y en un empaque repleto de leyendas en chino. La tía se sintió muy halagada y se deshizo en elogios; hasta el punto de que, durante el almuerzo, le insistió en que debía quedarse y acompañarla esa tarde con sus amigas que, muy al estilo inglés, solían tomar el té hacia las tres o cuatro. Fue tanta y tan cálida la insistencia, que él no pudo negarse ni tampoco confesar que no tenía ni idea de nada relacionado con el dichoso té.
Esa tarde, mientras las señoras parloteaban, él miraba el coqueto pocillito vacío junto al cual reposaba una bolsita de papel con un relleno y pensaba cómo sería el asunto. Cuando le sirvieron el agua de la tetera, hizo un gesto de agradecimiento y se apresuró a romper la bolsita y vaciar su contenido en el pocillo. Sonrió, mirando a las presentes, orgulloso del regalo que le había traído a su tía.
Pero empezó a notar que por más vigor que le metiera a la tarea de agitar el contenido de la taza, este iba tomando una coloración entre verde ocre y caqui intenso pero los sólidos no se disolvían, como sabía él que sí sucedía con un café de esos de frasco. Fue entonces cuando se percató de que ni la tía ni sus amigas habían roto la bolsita, pero sí lo miraban a él de forma extraña.
Para tranquilizar el ambiente, mientras ingería de un solo sorbo (fondo blanco, qué carajo) el contenido de su minúsculo pocillo, dijo como si nada “es que a mí me gusta así” y amplió aún más su sonrisa. La empleada del servicio no pudo contener una carcajada que acompañó la salida, en estampida, de las elegantes damas.
El señor no entendió, pero imaginó que esto formaba parte del extraño ritual ese del té inglés que había mencionado la tía Lucita; se pasó la lengua por los labios para retirar los sólidos adheridos, degustando lo ingerido, aunque lo encontró un tanto amargo; “es mucho mejor el tintico de doña Rosa”, pensó; “y, además, no tiene esas jodas ahí nadando, que huelen y saben medio maluco”.
Una vez que la empleada recogió el servicio del té, la tía le explicó que había hecho un oso gigante, le enseñó cómo se prepara y se bebe el té y le dejó saber lo grotesco que había sido verle esas partículas pegadas al bigote, a los labios y a los dientes, mientras sonreía tan orgulloso y que fue eso lo que espantó a sus amigas.
El tipo ofreció disculpas y pidió llevarse una hojita impresa que venía dentro de la caja. Se la presentó al de las empanadas chinas de su cuadra, para que le tradujera y este le dijo: “este ploducto sel fablicado con caca de panda, pol tanto no debe ingelilse dilectamente ni dejal a niños pequeños”
El hombre ahora examina muy bien todo lo que le ofrezcan para beber y, antes de tomarlo, se asegura por completo de que todo esté bien disuelto. Para no volver a hacer el oso.