Más rápido, más alto, más fuerte
El ser humano se engolosina con lograr algo. Una vez que lo alcanza, eso pasa a ser común y corriente y se supone que debe alcanzar una meta que signifique una mejora, un reto mayor. La reacción de los demás, siempre es algo como “eso ya no vale nada; espero que para la próxima seas capaz de hacerlo mejor”. El resultado es una permanente infelicidad.
Mientras esperaba el cambio del semáforo, el paisaje esquinero fue alterado por la aparición de un equilibrista callejero y su dotación, que incluía un tubo grueso de PVC, una tabla, dos balones, un aro y cinco pines similares a los que se usan en el juego de bolos.
Enseguida de la sonrisa y la venia iniciales, la tabla fue ubicada sobre el tubo y el tipo, luego de superar unos segundos de inestabilidad, se quedó triunfante encima de ella, clara demostración de que ya cursa Equilibrio II. En términos académicos, Equilibrio I (materia prerrequisito de Equilibrio II) prepara a alguien para hacer el cuatro, levantando una pierna para demostrarle a un policía, a la esposa o a un amigo que uno no está borracho, que no estaba tomando o que sí puede con la otra media de guaro.
A continuación, el aro circunda la cintura del hombre mientras gira, gracias a la cadencia con que la rota él, al tiempo que rueda la tabla sobre el tubo en suave vaivén y combina de manera rítmica los dos movimientos. Hasta ahí uno piensa “¡chimbo!”
Entonces el artista gira un balón, sin interrumpir los movimientos descritos y lo pone sobre un pin que tiene en la boca para que siga girando ahí, para lo cual debe mover la cabeza y quedarse mirando al cielo mientras la bola continúa moviéndose a ras de su nariz. En este punto uno ya piensa: bueno, tiene cierto grado de dificultad la vaina.
Y entonces viene Equilibrio IV: levanta una pierna y con el empeine sostiene el otro balón ¡queda bamboleándose en un solo pie! El tipo no ve lo que hace, uno cree que va a convulsionar, el balón sobre la boca sigue girando y sólo queda esperar el totazo y el reguero de cosas y del tipo sobre el piso.
Pero no, el infeliz empieza a rotar los pines con las manos sin dejar de hacer las otras cosas (el balón de la cara nada que para).
¡Carajo!, los 200 pesos mejor ganados que he visto.
A todo lo anterior hay que sumarle el manejo exacto del tiempo, pues termina justo antes de que cambie la luz, alcanza a dejar sus corotos sobre el andén y a pasar por mi lado a recibir la contribución por su fabuloso espectáculo.
Y uno les paga una fortuna a los del Cirque du soleil por hacer lo mismo, solo que mejor vestiditos y con un tablado debajo.
Por supuesto, el hombre ha dejado en mi retina un punto muy alto. Ahora, cada vez que veo a alguien girando unas bolitas o haciendo piruetas con un balón en un semáforo me digo: éste no ha visto a su competencia, qué acto tan pichurrio.
Lo que no sé es qué pasará cuando vuelva a pasar por el semáforo del equilibrista master, porque de seguro ya me parecerá ese acto tan simple que no amerite sino 100 pesos.
Ahora, si se sube a una cuerda….