27 de marzo de 2021

Predestinación II

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Al que le van a dar, le cascan



(Continuación.....)


Con todo preparado y pagado, a quince días del magno evento y luchando contra el malestar de la familia política, desatendí nuevamente el aviso y me empeciné en convencerla, otra vez por razones principalmente presupuestales, pues me había tragado el cuento ese del retorno de la inversión, la depreciación, el estado de pérdidas y ganancias y todas esas carajadas con las que los consejeros matrimoniales (el cura de la parroquia, en este caso) lo embaucan a uno, de seguir con la boda. 


Logré convencerla, ayudado eso sí por docenas de rosas, unos mariachis, chocolates caros y una muy sentida voz de arrepentimiento, además del juramento anticipado de quererla y adorarla hasta el fin de los tiempos. Tres días antes era novio oficial de nuevo y aunque pendía sobre mi cabeza la amenaza de mi amiga, podía entregarme a los brazos de Baco y desahogarme en la despedida de soltero que me habían organizado mis amigos. 


Como puede entenderse, no me desahogué sino me ahogué en el alcohol. De regreso a casa, bastante prendido, otra camioneta me cerró y fui a dar contra el separador de una avenida. Dado mi estado de alicoramiento, huí de la escena y un amigo le puso la cara al asunto. El carro, mi carro nuevo y elegante, el que iba a llevar a la novia a la iglesia, fue declarado chatarra inservible, pérdida total. Ahora la novia tendría que llegar en taxi, pensé yo, pero apareció otro amigo con un carrito fino pero viejo y se convirtió en el transporte sustituto, muy del disgusto de la novia, pero, sobre todo, de mi suegro, que ya me había perdido el afecto. En todo caso, era mejor que el taxi o el carrito cupé del cuñado, argumenté yo, ya que con este último tendría que llegar manejando ella, lo que a todas luces se veía muy incómodo considerando el tamaño usual de los vestidos de novia y definitivamente carecía de caché. 


El día anterior al casamiento se suele hacer la entrega de regalos y la serenata, que no me rebajaron a pesar de que yo ya la había adelantado cuando estaba penitente. Los invitados ya habían dado cuenta de casi todos los pasabocas, el tipo del mariachi insistía en que se tenía que ir a otro evento y yo, entre desesperado, preocupado y furioso, le marcaba sin cesar a la novia, que no respondía y no llegaba. 


Ella por su parte se había metido desde temprano en un salón de belleza y cuando cayó en la cuenta de qué hora era, salió como loca a recoger mi traje en un local cercano al salón, pero ya pasaban de las 7 pm, ya habían cerrado. Timbró, golpeó, llamó, hasta que un señor se asomó y le señaló el letrero del horario de atención. Al fin lo convenció, le abrió y le entregó el traje, merced a un recargo en el precio por abrir a deshoras. La doña salió afanada, pero como sucede siempre, la ansiedad crea distancia y ella estaba lejos del carro que le había prestado su hermano para que hiciera sus vueltas y del cual no tenía presente ni el color, ni la marca y mucho menos el número de la placa, lo que dificultó bastante la labor de búsqueda asistida del personal de seguridad del centro comercial, que junto con ella recorrían el parqueadero buscando un carro chiquito, oscurito, que tenía dañada la manija de la ventana del vidrio del copiloto. 


Una hora y media más tarde lo encontró y entonces respondió a mi llamada para informarme que ya estaba en camino. Como yo tenía rabo de paja y además se me estaba quemando, me tocó responder con un "bueno mi amor, es que estaba preocupado", despedir a los músicos en su camioneta, a los que les pagué por venir a beber y a la mitad de los invitados, que no aguantaron las tres horas y media de retraso. 


Por fin iba para la iglesia el día señalado, más nervioso que cualquier novio y como casi todos, con media de whisky entre pecho y espalda. Maldije en secreto haber escogido precisamente una iglesia con cuatro puertas de acceso, cuando la mayoría tiene solo dos. En una había apostado una hermana, dos amigos en otras dos y el monaguillo del cura en la cuarta, armados todos con una foto de la loca e instrucciones de no dejarla entrar, aunque para ser sincero, ninguno sabía exactamente como habría de hacerlo. 


Ya habían pasado 45 minutos después de la hora prevista y ni la novia verdadera ni la sustituta aparecían y mis nervios estaban a punto de sumirme en la locura. Decidí huir del lugar con justificadas razones y mi conciencia repitiéndome: usted lo intentó pero ella no llegó, con tan mala fortuna que escogí para escapar la misma puerta por la que al fin llegó la novia oficial, un tanto ojerosa porque no había dormido nada, pues desde que se fue el último invitado del dìa anterior hasta media hora antes, la modista había estado terminando de coser el vestido, que debió haber estado listo dos días antes según lo prometido y me la topé a boca de jarro, por lo que volví con el "bueno mi amor, es que estaba preocupado" después de escuchar las explicaciones del caso. 


La última oportunidad, el último escollo, tal vez el último intento de mi ángel guardián por impedir que me casara tuvo lugar cuando el cura, contagiado seguramente de mis nervios, le preguntó a la novia si aceptaba casarse y le dio un nombre distinto al mío. Yo no pude contener la risa al pensar que finalmente, el tipo la iba a casar con otro y ella, sin entender el motivo de mi risa, se unió a mí en una carcajada que tenía perplejos a los invitados y totalmente desorientado al cura. Cuando por fin logramos calmarnos se aclaró el asunto y nos casamos, aceptando todos los avatares y contratiempos que el destino nos tenía preparados, por tercos. 


Mis conclusiones sobre este suceso son las siguientes:


Los ángeles se movilizan en camionetas.


Casarse es más caro de lo que se presupuesta y descasarse se sale de todo presupuesto.


Es mejor tener amigos que plata, pero es mejor tener amigos con plata. 


Al que le van a dar, le cascan. 


2 comentários to “Predestinación II”

  • 27 de marzo de 2021, 6:38 a.m.
    Rudolf says:

    Bueno estuvo divertido el cuento parece autobiográfico amigo.....

  • 27 de marzo de 2021, 7:43 a.m.

    Y hay guevones que repiten el acto, no una ni dos sino hasta tres veces

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