31 de octubre de 2020

Pizzicato

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Fantasías en mi menor 

 

Una amiga amante del mi menor me invitó a un concierto para ver a un célebre violinista que estaba de visita en la ciudad e iba a interpretar el famoso concierto para violín Opus 64 en mi menor de Mendelssohn, una bella pieza que, según ella, en manos de este intérprete se convertía “en algo orgásmico” (esas fueron sus palabras). Acepté sin titubeos  

 

Cuando llegamos a la sala, con bastante anticipación y nos sentamos, ella empezó a contarme por qué le gustaba tanto esta obra de Mendelssohn y yo hice algunas bromas relacionadas con que, si así era bello, como sería si hubiera sido Opus 69 y si en lugar de mí menor hubiese sido un Re Mayor, de seguro se sentiría como un sol sostenido y no se necesitaría un virtuoso tan excelso para alcanzar el clímax. Un señor que estaba frente a nosotros en la fila siguiente se giró y me increpó de este modo: 

 

"Señor, estamos a punto de ver y escuchar a un virtuoso del violín interpretar una obra que es un ejemplo de dificultad conceptual más que técnica, en la que nuestra intuición diatónica no sirve de nada, de modo que hay que tener una gran comprensión de las formas musicales para poder apreciar los constantes arpegios cambiantes que deben ser reinterpretados para expresar la intención del autor quien tenía en esta obra una ambición polifónica para un instrumento cuya limitación principal es precisamente la monodia. Hay un capricho de siete partes en un papel muy extenso escrito muy apretadamente. El dodecafonismo de este concierto combina rapidísimas escalas y arpegios, pizzicato de mano izquierda, posiciones muy altas y veloces, cambios de cuerda, un perpetuum mobile que desemboca en el conocido allegro vivacissimo para rematar en el magistral staccato ma non troppo del final. Le pido que se guarde sus comentarios para cuando yo ya me haya retirado o, mejor aún, para cuando la sala esté vacía". 

 

No entendí nada de lo que me dijo el señor, pero creo que me vació. En todo caso, me sentí regañado, al igual que mi amiga, de modo que guardamos un respetuoso silencio por un largo tiempo lo que me produjo una ligera somnolencia que se convirtió en sueño profundo cuando apagaron las luces para dar inicio al concierto. 

 

Fue con el tercero o cuarto movimiento, el más fuerte, que me desperté. Me refiero a los movimientos con los que mi amiga me zarandeaba, casi frenética, pues, según ella, a pesar de que el erudito de la fila de adelante me había mandado a callar con repetidos shhhh para exigir silencio, yo seguía pretendiendo incorporarme a la orquesta, pero el tono de mis ronquidos resultaba disonante y su volumen opacaba el arte de Mendelssohn y el instrumento del solista 

 

Para mi sorpresa y estupor, observé, luego de espabilarme, que la sala estaba en absoluto silencio y tanto el artista invitado como la mayoría de los presentes se habían volteado hacia mí y me miraban con una mezcla extraña de odio y compasión. “¿Podemos continuar?” preguntó el director. Yo me paré e, imitando uno de los gestos con los que los directores les hablan a sus músicos, le indiqué con mi brazo que podían proseguir. Ahí me sentí del todo involucrado en el concierto y muy sinfónico, valga decir. 

 

La música empezó a sonar y a pesar de ella escuché cuando una señora que estaba al lado de mi amiga le susurró "Manténgalo despierto, por favor" a lo cual ella respondió meneando la cabeza de arriba a abajo. Yo me dediqué a observar al virtuosotratando de descubrir en qué momento iba a pellizcar las cuerdas (el pizzicato, según Google) y eso impidió que el sueño se apoderara de mí nuevamentepero nunca llegué a ver que estuviera pizzicateando nada ni a nadie (además estaba lejos de los otros músicos), por lo que deduje que debió haberlo hecho mientras yo estaba con Morfeo. 

 

A partir de ahí todo transcurrió sin contratiempos. El solista hizo maravillas él solito con su instrumento, aunque sin alcanzar los niveles que mi amiga había asegurado cuando me invitó. Ella, de todas maneras, salió feliz. Cuando ya abandonábamos el auditorio me encontré un papel en el piso, que resultó ser un programa del concierto. En el taxi de regreso pude leer allí un texto muy parecido a lo que me dijo el caballero ese en la sala (gracias a lo cual he podido transcribirlo acá), pero que se refería en tales términos al concierto para violín de Schönberg que también me aguanté, sin dormirme, después del de Mendelssohn, pero que solo alcanzaba a ser un Opus 36. 

 

Ahí entendí por qué el único pellizco que encontré en el concierto de violín de mi menor fue el que me propinó mi amiga para despertarme. 



1 comentários:

  • 31 de octubre de 2020, 6:50 a.m.
    Rudolf says:

    Cómo poco se de música clásica me abstengo de hacer comentarios técnicos,lo que le pasó al protagonista le ocurre a muchas personas que escuchan otro otro tipo de musica, la ignorancia es atrevida dicen por ahi

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