17 de marzo de 2020

inbreadnothing

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A piece of corn or wheat dough, filled with meat or chicken and rice or potato, shaped as a half moon, and fried in very hot oil. You use to eat it with lots of hot chili
Hace poco nos invitaron al velorio de un amigo y, aunque sabíamos que él no iba a estar disponible para departir como era usual, ni aun siendo el protagonista, decidimos acudir al evento, solo por acompañar a sus más cercanos allegados.

Durante una pausa entre uno y otro rosario, nos enteramos de una curiosa historia que protagonizaba un hijo de nuestro difunto amigo, según la versión de una tía suya, lejana y alejada, pues vive en un apartado pueblo de Wyoming, Estados Unidos.


Lo que esta tía le narró a un corrillo de varias asistentes, aunque se dirigía solo a una de ellas, quien parecía ser su comadre y que la escuchaba en silencio, con gran atención y ojos desorbitados, fue lo siguiente:


Pues sí, mija, el muchacho me llegó allá y a la semana ya estaba dizque muy aburrido, porque como estos jóvenes de ahora solo quieren es acción todo el tiempo… pero, sin tener el idioma, pues yo era la única que lo entendía y, francamente, pues yo ya lo más extremo, como dicen ahora, de lo que soy capaz, es solo de sacar a Fritanga a que haga popó en el parque.


El caso es que el pelao, además de que le dio su ataque de mamitis, se obsesionó con que quería comerse una empanadita a como diera lugar, alegando que en cualquier lugar del mundo él se podía comer una, dizque porque eso se hace en todas partes y que en donde sea tienen la suya.


Yo le recomendé que buscara en los restaurantes latinos que hay por el condado, uno argentino y otro centroamericano, como que salvadoreño o algo de por ahí. Luego de que estuvo buscando como loco, le dijeron que por allá sí sabían lo que era una empanada, pero que no las vendían, porque no las hacían ni las importaban.


A todas estas, el muchacho se dio cuenta de que sin el idioma le iba a costar mucho moverse por allá así que, ni corto ni perezoso, oiga, se dedicó fue a estudiar el inglés. Tan es así que, en solo mes y medio de darle y darle, pues ya se sintió envalentonado y, ole, se fue solo a entenderse con los dueños de restaurantes no latinos, sin importarle si eran hindúes, chinos o árabes, pues cada uno dizque tiene su empanada. Decía que hasta a cualquier gringo que fuera, él podría explicarle lo que es una empanada.


Llegaba a cada sitio y repetía su historia: “Ai am culumbian. Ai guán tu it an inbreadnothing. Dis ís a pis of más meid of corn or yucca dat luks laik a jaf mún, refiled uid chiquen, mit, chorizo, rais, or potato, frited in very jot oil. Yu iten dat uid much picant chili. Yu jabit?”. Y así, todo el tiempo y por todos lados.


Para mí sorpresa, el berriondo chino se hizo entender y me llegó un día con un tal panzerotti italiano, al otro dia dizque con samosas hindues, al siguiente con boreks turcos, luego pirozhkys rusos, mandus coreanos, cornish ingleses, gyozas japonesas y así fue coleccionando empanadas de todas partes y de todos las calañas. Tanto así, que se volvió famoso y en el vecindario ya lo conocían como IBN (usted sabe mija que allá todo lo convierten a letras), que es como el resumen de inbreadnothing, o sea empanada en inglés.


Lo malo mija fue que IBN (yo también ya le digo así) se asoció con un tipo que dizque de Sinaloa, que le propuso que hicieran más bien negocios, que él tenía sus contactos por acá, que les podía ir muy bien y el chino, pues se puso de emprendedor y todo. Como él sabe todo eso que hablan ahora de la naranja, eso se le disparó ese negocio y al poquito tiempo ya lo conocían por todos lados.


Yo me le iba poniendo de lo más feliz con lo que hacía, pero el mugroso ese ni me mostraba ni me dejaba probarle nada nunca. Entonces un día, a escondidas, me le saqué tres empanaditas y me las comí ahí sola en la casa, con un cafecito que me había llevado una vecina de por acá, que fue a conocer y a pasear por allá.


Cuando desperté, estaba en un hospital, conectada a un montón de aparatos y que dizque me había enfermado de sobredosis. Figúrese mija, ¡Como se va una a enfermar de eso, si ni ají tenía para echarles! Yo recuerdo, por ejemplo, que el Filiberto, un pretendiente que tuve hace tiempo, se empacaba de un totazo hasta doce empanadas con una tacita de ají y a ese nunca le pasó nada. Excepto, que mi papá le prohibió la entrada a la casa, que porque siempre tapaba el baño y que porque no había quién le aguantara el aliento.


En fin, los paramédicos me explicaron con todo detalle, pero lo que les entendí era que el problema era el relleno de las dichosas empanadas, que dizque superaba la dosis mínima permitida en el estado y pues que por eso se me llevaron al pobre chino a una cárcel estatal.


Yo no entiendo cómo pretenden que estos muchachos salgan adelante si no los dejan trabajar. Pues me tocó venirme y me fui directo a contarle al papá lo que le había pasado al chino, pero pues yo creo que eso fue lo que lo enfermó y al final lo dejó tieso y por eso es que hoy lo estamos velando.


A mí todo esto me tiene muy triste, mija, porque lo que yo quería era proponerle a mi hermano que le metiéramos plata y pues, interés pa’ retomar el negocio del pelao, que le iba tan bien con sus inbreadnothing. Además, porque tenemos que levantar lo de la fianza, que vale muchos dólares y el socio ese mexicano no quiere dar ni la cara.


Por eso, hasta me traje unas muestras de las empanaditas del muchacho, que son las que han estado repartiendo hoy por ahí. Mija, ¿ya las probó? Están muy buenas, ¿cierto?


En este punto salimos volando del recinto sin despedirnos de los deudos, porque nos pusimos de garosos y ya nos habíamos empacado de a dos empanaditas cada uno. Y, sabiendo que aquí no han querido aceptar lo de la dosis mínima y por una empanada le clavan a uno multas astronómicas, pues da susto ¿no?


1 comentários:

  • 14 de marzo de 2020, 8:15 a.m.
    Rudolf says:

    Este artículo no es de Valenzuela. Cuando empecé el rural y volvía a Bogotá íbamos con los amigos a comer unas ricas empanadas en cedritos y disfrutábamos de ese rico manjar....

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