6 de marzo de 2020

Aspersión Urolágnica

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De dichas y duchas
Uno de los mitos que con mayor fuerza atrajo a los europeos para que se internaran en las inhóspitas selvas suramericanas fue el de que los caciques se bañaban en oro y que para apropiarse de este debían descender hasta encontrar un fabuloso pozo del cual manaría oro líquido y podrían bañarse con una adorada lluvia dorada que ellos ansiosamente buscaban.

Las crónicas de las tierras de indias de esas épocas fueron las primeras referencias documentadas sobre esos eventos de tales tipos, pero, sin importar cuánto más y más se metieran a explorar la selva, ni qué tan profundo se adentrasen en el follaje, no hay narraciones donde conste que les cayera oro por ninguna parte ni a los indios, ni a los conquistadores.

Una reciente investigación[1] permitió establecer que en realidad la lluvia dorada se practica de manera involuntaria desde el comienzo mismo de la vida (lo cual dio origen al uso del pañal), pero también durante la etapa final del desarrollo humano, por idénticas razones y con los mismos efectos.
Ahora bien, cuando el evento mojatorio no se produce de manera inconsciente y con líquido propio ni por accidente sino porque es deseado y solicitado por otro sujeto que participa en el acto, se le da el elegante nombre médico de urolagnia, una parafilia que designa, no una mojada sino una lavada con el áureo líquido úreo, que involucra además el gusto por las prendas presas de la incontinencia y hasta el ávido deseo de incursionar con espíritu exploratorio, por entre la selva y las vías uretrales con objetos de varios tipos, en busca de no se sabe bien qué.

Esta práctica lavatorial, que bien puede tratarse de una ducha con manguera y a presión o, en otros casos, de una aspersión por goteo, no busca precisamente limpiarse sino por el contrario, untarse y llega a la cabeza de la lista de fetiches más comunes; se debe realizar solo de forma consensuada, bajo consentimiento y con sentimiento de la contraparte, so pena de recibir expresiones non gratas y se conoce en ciertos medios especializados como Golden shower.

Los eruditos recomiendan que se utilice una tela plástica debajo para evitar que lo más memorable de la jornada sea el tratamiento posterior de la lencería, el colchón y hasta el tapete. Los vividores insisten en que se practique en la casa de algún familiar lejano, un amigo poco frecuentado o alguien que no le caiga muy bien porque, de cualquier modo, reguero va a haber y el olorcito puede perdurar durante varias semanas. Los neófitos por su parte, pueden tomar algún módulo de los que se ofrecen en la Uniporno (ver detalles aquí) y empaparse del tema y de paso, de otros más que les puedan llegar a interesar.
Quien haya degustado en Islandia el hákarl (o tiburón peregrino, plato típico, que presentamos en A la carta), reconocerá ese olor concentrado, tan frecuente en los puentes peatonales del sistema de transporte público. Quien tenga en su casa bebés, un abuelo incontinente y/o una mascota sin entrenar o muy territorial, también identificará de inmediato ese olor ambiental y a todos les resultará fácil adentrarse en la experiencia de la Golden Shower.

Pero, disfrutar de este tipo de práctica exige que se tengan, muy abiertas no solo la mente, sino también las piernas y la uretra, un compañero o compañera libre de prevenciones y complejos, así como la ingesta sin cuartel de muchos vasos de agua, coca cola, limonada, tinto o cualquier diurético que se le atraviese, algunas horas antes del acto y, por supuesto, una vejiga en muy buen estado de salud.

Por último, es preciso tener cerca una Real Water Shower para meterse después de la Golden, preferiblemente en estado de desnudez, pues la ropa que se le goldenmoje la va a tener que tirar con toda seguridad.

Una opción innovadora para darse un buen duchazo. Maloliente pero innovadora.

[1] Bladder, P. N., et al., en Annals of Indias. Vol. 69


1 comentários:

  • 7 de marzo de 2020, 6:03 a.m.
    Rudolf says:

    Conozco esa mente retorcida....que nos trae semanalmente estos escritos no muy buenos que leemos por entretención y desocupación

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