7 de febrero de 2020

Se fundió el Fondue

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 Comida fugal


Yo era de un barrio pobre del centro de la ciudad y él de clase alta, canturreaba yo dichosa, mientras esperaba a mi galán, convencida de que esa canción la habían compuesto pensando en mí y en la romántica noche que me disponía a disfrutar.

Cuando él hizo sonar su pito, yo me subí, despacito, hasta el baño, una para verme y retocarme por última vez ante el espejo y dos para hacer algo de tiempo y que no fuera evidente que yo estaba, no solo ansiosa por verlo sino también, muriéndome de hambre.

El lugar de los hechos era un elegante restaurante suizo ubicado en un exclusivo sector de la ciudad. Al llegar sentí que yo era una princesa a quien un guarda real le abría la puerta para que me bajara del carruaje y que mi príncipe Harry era igualito al de las revistas del corazón.

Un elegante señor llamado metre (un raro nombre suizo, supuse, aunque el tipo más bien parecía boyaco), nos ubicó en un jardín interior donde había una única mesita con unos seductores muebles torneados y una coqueta decoración. Todo encajaba perfecto con la minifalda y los cucos de encaje que me había puesto para esa noche soñada. Él decidió ordenar para los dos, asegurándome que íbamos a disfrutar una comida única y exquisita y una velada memorable. Puedo jurar que no mentía en lo de única y lo de memorable.

El vino estaba delicioso, el ambiente era peculiar y la charla, tan particular, me estaba dando ganas de lo mismo. Pero, mientras lo saboreaba todo, empecé a notar que los meseros traían una estufita de cocinol, unas ollas y varios utensilios, que me hicieron pensar:

-       Ya decía yo que no podía ser cierta tanta belleza. El abusivo éste me trajo fue a cocinar.

Prendieron la estufa y la rodearon con varios platos en los que traían carnes y verduras crudas, muy bien porcionadas y exquisitamente adobadas. Entonces pensé que no, que la ollita era para calentar el ambiente. Pero ¿y eso todo crudo…? Debía ser el tal estilo suchi que había oído yo mentar. Seguramente, la comida habría que mandársela cruda.

Una vez que el último mesero se retiró con una venia y una amplia sonrisa, mi Cluny criollo señaló la mesa y con gran dulzura y delicadeza me dijo, todo sugerente: “Adelante, buen provecho”. Yo, muy astuta, le dije que empezara él, pensando en hacer la segunda e imitar todos sus movimientos, para evitar el oso, pero él me salió con la trillada frase de cajón:

-       No, por favor, primero las damas.




Ni modo. Tendría que hacer de tripas corazón. Cogí uno de esos tenedores largos que habían puesto ahí, seguramente para que uno pudiera servirse de todos los platos, sin estirar el brazo ni levantarse. Ensarté un trozo de pollo crudo y de una me lo mandé completo a la boca.

Tanto un mesero que traía una especie de palangana, como mi Cluny quedaron ojiabiertos y boquiabiertos, totalmente estupefactos. Pensé que yo había hecho algo inapropiado, que quizás debía aterrizar primero en mi plato el pedazo ese, con algo de verduras y luego sí entrarle. El trozo por fortuna era pequeño, así que lo tragué de una, mientras pensaba cómo salir de esta y cuando me fue posible hablar dije, junto con mi mejor sonrisa:

-       Estaba catando la carne.


El Guasón en el que se estaba convirtiendo mi príncipe, desplegó entonces una amplia y perversa sonrisa y le pidió al mesero que me explicara qué era lo que yo debía hacer. Ahí fue cuando supe que después de todo, sí me iban a poner a cocinar.

Bonita gracia. El manteco este me traía era a un examen para ver si yo sí era buena ama de casa. A pesar de mi disgusto, me dispuse a realizar la labor que me explicaban, solo para que el iguazo no se fuera a creer de mejor familia.




Pero haberme embutido eso crudo me hizo su efecto y una náusea invadió todo mi ser, acostumbrado a comer solo frito, asado o sudado: un retorcijón, un sudor frío y un impulso inevitable, hicieron que me llevara una mano a la boca y entonces salté como resortada, para correr hacia el baño, al cual no alcancé a llegar.

Dos viejas estiradas hacían fila para entrar al baño y ahí, en la cola, fueron testigos mudos y atónitos de mi devolución de atenciones, debido a la cual un mesero que pasaba se resbaló y cayó, junto con la bandeja que llevaba, encima de mí, produciendo un reguero de padre y señor mío.

Cuando atiné a levantarme, toda ensopada con mis desechos y el reguero del mesero, tenía la falda en la cintura y un pie tronchado, pero solo pude ver a mi horroroso acompañante retorciéndose de la risa, sin acomedirse a venir en mi ayuda, pero sí haciendo coro con todos los presentes, que no paraban de reír.

Maltrecha, sucia y avergonzada, pero, ante todo, iracunda (ni siquiera alcancé a revisar si se me habían roto las medias), me ajusté el vestido como pude, recogí mi bolso sin mirar a nadie y me escabullí hacia la entrada mientras sentía el mundo golpeándome en la cabeza. Logré escaparme de ese horrible lugar en un taxi que estaba parqueado frente a la puerta.

En mi vida volví a contestarle al señorito ese. Pero ahora, sin penas ni tapujos, siempre que llego a un restaurante pido que me traigan todo bien cocinado, porque no me vuelvo a tragar un sapo de ese tamaño y menos, crudo.


2 comentários to “Se fundió el Fondue”

  • 8 de febrero de 2020, 6:00 a.m.
    Rudolf says:

    No es gracioso,una burla a una joven desafortunada .no me gusta el estilo,tan populacho .

  • 8 de febrero de 2020, 7:19 a.m.
    Unknown says:

    Aplica para una chica de los 80's, hoy no son tan montañeras

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