27 de septiembre de 2019

Celacho impúber

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Desde cuando Noé puso a sus hijos a arrear animales para su zoológico, se institucionalizó el maltrato infantil como práctica común de la zoociedad. Acá un botón de muestra, según lo que nos contaron:

En cierta ocasión, cuando yo contaba con tan solo nueve años, mi madre, su hermana y mi papá de mala gana, fueron de compras a escoger unas telas para retapizar los muebles viejos de la sala de la casa.

Como los almacenes especializados en esa calaña de trapos baratos se ubicaban en una zona non muy sancta de la ciudad, me llevaron para que fungiera como cuidador del chéchere que mi viejo llamaba “La limusina familiar”, pero que más bien parecía una zorra tirada por unos pocos caballos, forrada en latas viejas y descoloridas.

“Te quedas aquí quietecito cuidando el carro”, sentenció mi madre.
“Y no bajes los vidrios, no hables con nadie y no te duermas, que por aquí hay mucho malandro”, ordenó con tono enérgico mi padre, al tiempo que colocaba sutilmente una mano sobre la chapa de su cinturón, como gesto aclaratorio.
“Ya venimos, mijo”, dijo mi tía, sonriendo amablemente, como para suavizar la cosa.

Los tres se alejaron entre el tumulto de gente, dejándome ahí, dentro del carro estacionado en la calle justo frente a una señal de prohibido parquear, a treinta grados de temperatura, solo y sin tener claro qué hacer si alguien venía a robarse algo del carro, aunque hoy estoy seguro que yo era lo único robable que tenía adentro.

Media hora después yo, recalentado, hambriento y sediento, sudaba como un caballo tirando una zorra y veía por la ventana a un robusto vendedor haciéndome fieros, sin proponérselo, con sus patillas rojas y jugosas. Pensaba en cómo haría para respirar si se acababa el aire dentro del carro y en alguna manera para lograr que el bochorno no terminara venciéndome y yo me durmiera, hasta quedarme muerto.

Quería acabar con ese sofocante encierro, pero no me atrevía ni siquiera a bajar un poquito un vidrio, con solo recordar el gesto amenazante de mi padre, así que, encerrado en esa urna de cristal y lata, luego de dos horas de valerosa espera, me dormí.

Cuando volví en mí, ya estaba oscuro y yo seguía confinado en mi ataúd, lavado en sudor, hambriento y abandonado. Mi sentimiento inicial fue de alegría por no haber sido pillado sin atender mi labor de celaduría, pero luego me invadió un negro pensamiento y empecé a creer que, como en un cuento infantil, mis padres solo querían deshacerse de mí y por eso me habían abandonado en ese peligroso lugar, sin ninguna opción de escapar.

Lo que no entendía en ese momento era el porqué de tal decisión, si yo siempre trataba de no molestarlos y hasta me había sacado buenas notas en el cole. Incluso, con gran esfuerzo, me comía sin protestar las aterradoras sopas llenas de repugnantes sólidos extraños y las horripilantes ensaladas de porquerías verdes y amarillas que preparaba mi mamá para cada comida del día.

Presa del desespero, empecé a llorar, convencido de mi triste suerte e imaginándome cosas horribles como que no volvería a ver a mis padres, ni a mi perro, ni volvería al colegio, ni podría comer los roscones deliciosos de la cafetería cuando el rico del Gómez invitaba, ni podría volver a montar en bici, ni…. Estando en esas, aparecieron mis viejos cargados de bolsas que guardaron en el baúl del carro.

“¿Por qué llora?” Fue lo primero que dijo mamá al ingresar y verme. Entre sollozos, contesté que porque había creído que me habían abandonado.

“No sea idiota”, dijo mi papá enérgicamente. “¿Cómo se le ocurre que nos íbamos a quedar sin el carro?”. Y arrancó.

5 comentários to “Celacho impúber”

  • 28 de septiembre de 2019, 9:36 a.m.
    Rudolf says:

    Mi viejo nos hizo algo parecido en una vieja opel.61,pero estaba con mi hermano.nos dejo de pararayo una caja de comida que esa noche llego incompleta más bien vacía mientras que el viejo asistía a alguna cláusula de algun curso...

  • 28 de septiembre de 2019, 10:03 a.m.

    Que buena historia, escribe de manera atrapante. No vuelvo a perderme ni una sola nueva publicación.

  • 28 de septiembre de 2019, 3:59 p.m.

    Y todavía se pregunta porque no se parece a nadie de su familia?

  • 28 de septiembre de 2019, 4:17 p.m.
    Unknown says:

    Felicitaciones al.autor
    Muy descriptivo, me involucre con el personaje, me sentí parte de la historia, revivi los momentos, me imaginaba en el carro. Gran autor
    Gracias

  • 29 de septiembre de 2019, 6:51 a.m.
    Darayam2 says:

    Muy buena historia y totalmente verídica. Gracias por compartirla.

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