Desde cuando Noé
puso a sus hijos a arrear animales para su zoológico, se institucionalizó el
maltrato infantil como práctica común de la zoociedad. Acá un botón de muestra,
según lo que nos contaron:
En cierta ocasión,
cuando yo contaba con tan solo nueve años, mi madre, su hermana y mi papá de
mala gana, fueron de compras a escoger unas telas para retapizar los muebles
viejos de la sala de la casa.
Como los almacenes
especializados en esa calaña de trapos baratos se ubicaban en una zona non muy sancta de la ciudad, me llevaron
para que fungiera como cuidador del chéchere que mi viejo llamaba “La limusina
familiar”, pero que más bien parecía una zorra tirada por unos pocos caballos,
forrada en latas viejas y descoloridas.
“Te quedas aquí
quietecito cuidando el carro”, sentenció mi madre.
“Y no bajes los
vidrios, no hables con nadie y no te duermas, que por aquí hay mucho malandro”,
ordenó con tono enérgico mi padre, al tiempo que colocaba sutilmente una mano sobre la chapa de su cinturón, como gesto aclaratorio.
“Ya venimos, mijo”,
dijo mi tía, sonriendo amablemente, como para suavizar la cosa.
Los tres se
alejaron entre el tumulto de gente, dejándome ahí, dentro del carro estacionado
en la calle justo frente a una señal de prohibido parquear, a treinta grados de
temperatura, solo y sin tener claro qué hacer si alguien venía a robarse algo
del carro, aunque hoy estoy seguro que yo era lo único robable que tenía adentro.
Media hora después
yo, recalentado, hambriento y sediento, sudaba como un caballo tirando una
zorra y veía por la ventana a un robusto vendedor haciéndome fieros, sin
proponérselo, con sus patillas rojas y jugosas. Pensaba en cómo haría para
respirar si se acababa el aire dentro del carro y en alguna manera para lograr
que el bochorno no terminara venciéndome y yo me durmiera, hasta quedarme
muerto.
Quería acabar con
ese sofocante encierro, pero no me atrevía ni siquiera a bajar un poquito un
vidrio, con solo recordar el gesto amenazante de mi padre, así que, encerrado en
esa urna de cristal y lata, luego de dos horas de valerosa espera, me dormí.
Cuando volví en mí,
ya estaba oscuro y yo seguía confinado en mi ataúd, lavado en sudor, hambriento
y abandonado. Mi sentimiento inicial fue de alegría por no haber sido pillado sin
atender mi labor de celaduría, pero luego me invadió un negro pensamiento y
empecé a creer que, como en un cuento infantil, mis padres solo querían deshacerse
de mí y por eso me habían abandonado en ese peligroso lugar, sin ninguna opción
de escapar.
Lo que no entendía
en ese momento era el porqué de tal decisión, si yo siempre trataba de no molestarlos
y hasta me había sacado buenas notas en el cole. Incluso, con gran esfuerzo, me
comía sin protestar las aterradoras sopas llenas de repugnantes sólidos
extraños y las horripilantes ensaladas de porquerías verdes y amarillas
que preparaba mi mamá para cada comida del día.
Presa del
desespero, empecé a llorar, convencido de mi triste suerte e imaginándome cosas
horribles como que no volvería a ver a mis padres, ni a mi perro, ni volvería
al colegio, ni podría comer los roscones deliciosos de la cafetería cuando el
rico del Gómez invitaba, ni podría volver a montar en bici, ni…. Estando en
esas, aparecieron mis viejos cargados de bolsas que guardaron en el baúl del
carro.
“¿Por qué llora?”
Fue lo primero que dijo mamá al ingresar y verme. Entre sollozos, contesté que
porque había creído que me habían abandonado.
“No sea idiota”,
dijo mi papá enérgicamente. “¿Cómo se le ocurre que nos íbamos a quedar sin el carro?”.
Y arrancó.
Mi viejo nos hizo algo parecido en una vieja opel.61,pero estaba con mi hermano.nos dejo de pararayo una caja de comida que esa noche llego incompleta más bien vacía mientras que el viejo asistía a alguna cláusula de algun curso...
Que buena historia, escribe de manera atrapante. No vuelvo a perderme ni una sola nueva publicación.
Y todavía se pregunta porque no se parece a nadie de su familia?
Felicitaciones al.autor
Muy descriptivo, me involucre con el personaje, me sentí parte de la historia, revivi los momentos, me imaginaba en el carro. Gran autor
Gracias
Muy buena historia y totalmente verídica. Gracias por compartirla.