Unos aguerridos y osados barbudos se embarcaban durante
varios meses, privados de toda comodidad y expuestos a las salvajes tierras
africanas, en pos de sus negros designios con los que cada cual esperaba
hacerse rico. Cazar estos minopleases y meterlos en un barco, tenía un costo
que hoy sería de $ 1.800.000 por negro. Solo la cacería, sin incluir el costo
del nativo en sí.
Una vez que los expedicionarios lograban llenar su barco,
había que sumar lo referente al transporte y a todos los cuidados médicos y de
alimentación de la mercancía hasta el puerto de destino. Considerando que
durante el viaje moría cerca del 40 % de ellos por maltrato, enfermedad o
tristeza, se incrementaba proporcionalmente el costo por espécimen puesto en el
mercado, por ejemplo, en el de Cartagena de Indias, que era de los más activos
y el costo promedio ascendía a $5’000.000.
Ubicándonos ya en el mercado, había que sumar una
compensación que justificara las penurias del esclavista y los impuestos que
debía percibir la corona, con lo cual el costo del esclavo para el mayorista
era de $ 20’000.000 y para el usuario final arrancaba en unos $30’000.000 (que
es el valor de referencia que se tomó en el estudio).
De ahí para arriba, el precio final sí dependía de los
atributos del producto, como tamaño, forma y resistencia y de para qué lo
quería el comprador (que en todos los casos era para abusar de él).
El nuevo propietario, luego de pagar la cifra que le arrancaban (el equivalente
al precio de un carro popular hoy día), debía contemplar, además de este valor
fijo, que vendría a ser de $2’500.000 mensuales, los costos variables de marcaje, transporte,
administración, manutención y demás, que sumados daban en
promedio un gasto de $720.000 mensuales, por cada individuo.
Puesto que alrededor del 20 % de los esclavos moría antes de cumplir su
primer año de labores (debido, según los dueños a su flojera congénita y
natural), a que el 15 % era eliminado al tratar de escapar (había que sumar los
costos de las cercas, las cadenas, las armas, las jaurías de perros y de los
cuidadores y los cuidados de estos) y a que solo el 10 % lograba subsistir
durante más de 10 años en su nuevo entorno social y cultural (estos pocos
privilegiados pasaban a ejercer labores de manejo y confianza), el costo
promedio estimado de administrar y mantener a una cuadrilla, contemplando una
depreciación del 20 % anual llegaba a unos $4’600.000 mensuales por unidad.
Cuando a un ejemplar le aparecía descendencia, se acumulaba un lucro
cesante, que solo se recuperaría como 12 o 15 años después. De lo único que se
salvaba el pobre dueño era de los gastos en educación que, afortunadamente, no
existían.
En la actualidad, las cosas han evolucionado mucho y los costos se han
reducido sustancialmente gracias a que la cacería se hace por medio de
sofisticados procesos de selección, el marcaje se realiza mediante la
implantación de los valores corporativos y los costos de alimentación,
transporte, vestuario, atención médica, gastos funerarios, etc., aunque siguen
siendo altos, han sido derivados al propio ingreso del ahora denominado colaborador
de la organización. Y como la vida útil de un empleado ha llegado a ser de más
de 30 años, según afirman los fondos de pensiones, varios de esos costos se
pueden repartir en un periodo más amplio y así se mitiga su impacto, con el
pomposo nombre de seguridad social.
A un quijotesco empresario le cuesta hoy como $1’300.000 mensuales
mantener a un trabajador de salario mínimo, cifra que deja ver fácilmente que
la abolición de esa versión arcaica de la esclavitud, no sobrevino por las
altruistas razones de unos excelsos humanistas, sino por la contundencia de las
cifras preparadas por unos sesudos economistas.
Pero, qué ironía, con el advenimiento
de fenómenos como la economía colaborativa, hoy ya no hay esclavos negros ni
amarillos ni blancos, sino naranjas y se puede conseguir uno por $500.000
al mes.
Examinar su salario le permitirá a usted, noble y paciente lector,
establecer cuántos esclavos podría adquirir y mantener o a cuántos se dedica a
remplazar.