Ínfima infame efímera
La infame fimosis es una enfermedad penosa en la cual el pucio, el
prepucio y el postpucio no recibieron las medidas debidas y por ello estrangulan
al portador, impidiéndole realizar sus funciones con normalidad o, al menos,
con mediana decencia. El resultado es una dolorosa dolencia que no solo lo
lastima, sino que da lástima y esta produce un dolor de ego insoportable.
Es algo así como ponerse un pasamontañas de cuero y de una o dos
tallas más pequeñas que la cabeza, produciendo un estrangulamiento que le impide
realizar las funciones básicas mínimas como pararse y exhalar, por ejemplo.
Puede aparecer en los bebés y los niños por un error de cálculo
atribuible a la genética o porque el cuerpecito engordó, pero el gorro no y a
la larga (qué ironía) le quedó estrecho, por un error de engorde atribuible a
la dietética. En los adultos se puede producir por la aparición de tumores o
por errores atribuibles al uso, como la manuela mal aplicada, exceso de coitus interruptus o simplemente por el
uso del cuerpo sin la debida higienización, lo cual puede conducir a
infecciones, como en el caso de la lluvia dorada mal manejada.
Esta rara afección, que nos recuerda a Peter Rebads, afecta a uno de
cada mil bebecitos y se cura sola, pero persiste en uno de cada cien mil
glandecitos pequeños y aqueja a uno de cada doscientos mil glandes grandes, que
no fueron bien tratados. Su manejo incluye continuos masajes durante un largo
lapso con cremitas humectantes y lubricantes, lengüetazos persistentes, anillos
de expansión, cánulas inflacionarias y, cuando no hay remisión, remoción quirúrgica
de la prenda.
Pero, así como existen el sistema simpático y el parasimpático,
también existe la parafimosis, que no es la fimosis del para y que no es para nada
simpática, sino peor que la fimosis. Se diferencia de ella en que no se trata
de un pasa-montañas sino de un saco con cuello de tortuga que entró, pero se
quedó atascado, apretando y con la calva al aire. El efecto es similar: presión
y compresión sin compasión, que hacen que su víctima no se yerga como debe ser y
que al menor intento le duela en extremo, en los extremos, en el medio y en los
alrededores la erguida.
Como en el caso de la clasificación del DEFCON que quedó explicada en un
artículo anterior, existen varios grados de fimosis según una escala anónima de
uno a cinco, que equipara el dolor con la gravedad del asunto, siendo el 5 un
dolor leve que se aguanta por el bien de la conservación de la especie y con la
esperanza de que el placer supere al dolor, en tanto que el 1 es como sentir
que se va a ser comido, pero por el propio cuerpo. Una especie de trampa para ratones,
pero de cuero y donde el ratón quiere entrar, pero debe salir y no sabe qué le
duele más. O como cuando el Dobermann,
que ha sido criado desde cachorro, llevado cada día al parque a que corra y
haga popó, un día muerde inmisericorde la mano que lo alimenta, sin tragársela
y sin querer soltarla.
A diferencia de otros males circunvecinos, la fimosis sí tiene una
definitiva y liberadora cura: ¡Quítese el saco! ¡Mate al perro y al ratón! ¡Ande
descamisado, pero feliz, sin ataduras! Ojalá todos los eventos de liberación se
pudieran llevar a cabo como este, mediante una pequeña y rápida incisión con un
bisturí, con la cual esas molestias terminan lanzadas a un precipucio, que es
el lugar adonde se arrojan los excedentes de las circuncisiones.