No solo la letra con sangre entra
La cortesana y
culta dama en cuestión, adinerada y muy hembra miembra de una noble familia, de
la más fina de las castas de Transilvania, fue conocida como la “Condesa sangrienta” debido a su amor desmedido
por los eritrocitos y la hemoglobina, los cuales obtenía, con el fin de
restregárselos y tragárselos sin mesura, mordiendo, pinchando y destazando
doncellas.
Todo empezó
una vez que, traviesa como cualquier adolescente, la bella Isabel (en húngaro, Erzsébet)
se burló de una anciana y ésta, indignada, le lanzó una aterradora maldición: “Algún
día estarás vieja y arrugada como yo”. La niña, consternada, se obsesionó con obtener
un remedio para tan malvado embrujo y se dedicó a consultar a todo aquel que le
fuera referido por conocer las artes ocultas, ya fuera hechicera, pitonisa,
bruja, alquimista, prestidigitador, quiromántico, vidente, adivino, rey mago y
hasta pastor evangélico o, simplemente, concejal.
En alguna
ocasión, un indio amazónico le aconsejó que se bañara con sangre de virgen si
quería conservar por siempre su belleza y juventud. Y ahí fue donde la puerca
torció el rabo. La condenada condesa esa se dedicó a la magia roja y empezó a
llevar jóvenes criaturas inocentes a su castillo, donde habilitó sofisticadas
áreas de tortura que ya envidiarían Grey y todas sus sombras.
Atraía a su
banco de sangre a niñas de las poblaciones circundantes con la estúpida, inusual
y casi nada convincente promesa de que muy rápido quedarían muy ricas, sin que
tuvieran que hacer mayor cosa: solo dejarse aconsejar por quien ya tenía
fortuna (como sucede hoy por ejemplo con lo del multinivel). Eso sí, había que
portarse bien y hacer caso, las dos reglas de oro conocidas desde siempre como
la clave de la felicidad.
El jueguito le
resultó de lo más entretenido a la doña, quien ostenta hasta la fecha el récord
de la mujer que más personas ha asesinado: 650 muñecas en su cuenta personal.
Se sabe con exactitud la cifra porque su alteza llevaba un registro detallado
de sus proezas: “...querido diario, anoche descuarticé a una joven gitana…”,
“...como estaba haciendo mucho frío, calenté por todos lados a la aldeana, con carbones
encendidos, antes de cogerla a mordiscos…”, “...hay que ver cómo nos divertimos
viendo a esa rubia saltar y chillar, dentro de la esfera de cuchillas…” y
muchos otros relatos de este corte.
Pero, según
nos consta a todos, nunca ha habido un crimen perfecto, así que la condesa
finalmente fue apresada pues, como consecuencia de su voracidad, las pueblerinas
jóvenes empezaron a escasear y ella debió empezar a tomar las hijas de algunas familias
nobles y eso sí, desde esas épocas, ya era de pésimo gusto y muy mal recibo, por
lo cual no iba a ser permitido.
Durante el
juicio se allanó a los cargos e incluso narró detalles inéditos de sus
descortesías y rudezas, los cuales no había podido escribir porque a su
cuaderno le habían aparecido unas manchas rojas. A todos sus criados y
ayudantes les fue impuesta la pena capital, mediante mutilaciones con hierros
candentes, decapitación y quema en la hoguera. Pero a ella, aunque sí la
merecía, dada la gravedad de sus delitos y según los mandamientos cristianos y las
leyes de la época, gracias a su noble condición se le conmutó esa pena y le fue
otorgada su casa por cárcel. En ese entonces (al igual que ahora) no era bien
visto que se escarmentara a la nobleza pues eso dizque incita a las revueltas
(como se hizo evidente mucho después con la revolución francesa y con la rusa)
y los nobles pueden terminar sacrificados de manera infausta e injusta.
Cuatro años
después, durante su ronda vespertina, un guarda vio a la Chavita caída en el
suelo bocabajo y creyó que dormía dulcemente, quizás añorando una de sus curiosas
fiestas, con todo y vaca muerta incluida. En realidad, había muerto de tristeza
y abandono por no poder continuar con sus inocentes celebraciones. O, según
afirman otros, fue presa del aburrimiento.
Aunque la cantidad de víctimas y el grado de
sevicia con que fueron torturadas y asesinadas no tenían parangón, sus actos
fueron ignorados y hasta justificados. Lo que resultó inadmisible y punible fue
que se hubiera metido con las hijas de los aristócratas y de todas maneras el
tratamiento fue bastante laxo, gracias a su poderío y su fortuna. Quién lo
creyera, tanto en esa época como en la actual, cinco siglos después, sigue ocurriendo.
Pobres niñas!!!