No les paraban bolas
La palabra eunuco proviene de la
conjunción de los términos en un cuco, lo cual no se
refiere a un reloj de pared, sino a lo que cabe en un calzón femenino. Se
exceptúa así de tajo cualquier guazamayeta como las del tipo porrudo, king size
o negro del guazap, tal cual las que exhibían los esclavos africanos y el
término se limita entonces a definir lo que es un “vigilante del lecho” o
celacho de alcoba, como se diría hoy para referirse a la labor principal de
alguien a quien se le ha retirado lo que cabe en un cuco.
Caso bien diferente de aquel cuando
venía al mundo un bebé sin nada ahí, de fábrica, por un asunto genético o
congénito en sus genitales y a quien se le denominaba nenuco, término muy
tierno con el cual se quería enfatizar que esa falta no se debía al afectado,
quien pasaba a ser, no un sirviente sino una víctima.
Los eunucos fueron producidos y
empleados por casi todas las civilizaciones antiguas y a todas ellas las movía
a producir la eunucosidad el mismo celo: evitar la infidelidad de una esposa
solitaria, desdeñada y/o desatendida.
Cuando el señor partía a la guerra no
podía hacerlo en paz si no tenía la tranquilidad de que a la señora no la iba a
gusanear un chambelán, algún guardaespaldas, un asistente, algún escribano o
hasta un esclavo. La confianza conyugal no existía pues las parejas se armaban,
no porque se amaban, sino por negocio y, muchas veces, en contra de su
voluntad. La medida de precaución más inmediata era entonces dejar a la dama
protegida por celachos eunucados, que solían ser narradores, cronistas,
aireadores, guerreros armados, sapos entrenados en el chisme, adictos a mirar y
no tocar, peinadores, maquilladores, etc., pero en todo caso seres totalmente
inocuos para el honor del señor y su señora. Existían dos tipos de eunucos: los
destripados y los cercenados.
Los destripados eran aquellos que
conservaban sus genitales, pero inservibles, pues habían sido aplastados. Es
decir, espichar para que lo que es pichar fuera imposible. Pero siempre
quedaban resquicios que hacían surgir la duda de si el destripamiento había
sido real o solo una farsa para hacerle conejo al soberano.
Para granjearse el máximo de confianza y
ascender laboralmente era necesario mostrar un compromiso al ciento por ciento
y esto se lograba cercenándose los dos dedos centrales de cada mano (y
agregándolos a la cajita), para ser Summum. Así se llegaba a ser nombrado jefe
de eunucos, quien sin estos dedos y sin lengua no podía hacer mucho más que dar
órdenes mediante señas.
Aunque en ocasiones el varón resultaba
siendo eunuco contra su voluntad y otras veces como castigo a una falta grave,
también había eunucos por convicción (hoy se llaman transgénero) que se
sometían voluntariamente a la eunucación, con el fin de conseguir un trabajo
honrado, decente y bien remunerado, es decir, una buena chamba, así quedaran
con una buena chamba en sus partes nobles (“no, pues, una chimba”, se dice ahora).
En todo caso, eunucarse, quién lo
creyera, conllevaba sus riesgos: si el cirujano no era lo suficientemente
diestro, el mazazo o la cuchillada no serían propinados de forma certera y el
candidato podía quedar con una infección o una obstrucción urinarias y con ello
sería condenado a una muerte atroz por una cistitis aguda y una sepsis
generalizada, producidas por el continuo derrame interno de orina. Por tal
motivo, igual que hoy, los cirujanos diestros y reputados eran muy codiciados y
muy costosos y se les valoraba, como al peluquero, por su buena mano.
Los eunucos le han aportado a la
sociedad un nuevo género, diferente al masculino y al femenino, que hoy,
ingeniosamente, ha sido denominado “indeterminado”, ya que no es ni lo uno ni
lo otro, pero permite ser los dos a la vez, sin compromiso. Una especie de
género cuántico, que se muestra como el futuro promisorio de la especie humana
y que representa fielmente en lo que esta se está convirtiendo, física o
mentalmente.