24 de mayo de 2019

Eunucos

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No les paraban bolas

La palabra eunuco proviene de la conjunción de los términos en un cuco, lo cual no se refiere a un reloj de pared, sino a lo que cabe en un calzón femenino. Se exceptúa así de tajo cualquier guazamayeta como las del tipo porrudo, king size o negro del guazap, tal cual las que exhibían los esclavos africanos y el término se limita entonces a definir lo que es un “vigilante del lecho” o celacho de alcoba, como se diría hoy para referirse a la labor principal de alguien a quien se le ha retirado lo que cabe en un cuco.

Caso bien diferente de aquel cuando venía al mundo un bebé sin nada ahí, de fábrica, por un asunto genético o congénito en sus genitales y a quien se le denominaba nenuco, término muy tierno con el cual se quería enfatizar que esa falta no se debía al afectado, quien pasaba a ser, no un sirviente sino una víctima.

Los eunucos fueron producidos y empleados por casi todas las civilizaciones antiguas y a todas ellas las movía a producir la eunucosidad el mismo celo: evitar la infidelidad de una esposa solitaria, desdeñada y/o desatendida.

Cuando el señor partía a la guerra no podía hacerlo en paz si no tenía la tranquilidad de que a la señora no la iba a gusanear un chambelán, algún guardaespaldas, un asistente, algún escribano o hasta un esclavo. La confianza conyugal no existía pues las parejas se armaban, no porque se amaban, sino por negocio y, muchas veces, en contra de su voluntad. La medida de precaución más inmediata era entonces dejar a la dama protegida por celachos eunucados, que solían ser narradores, cronistas, aireadores, guerreros armados, sapos entrenados en el chisme, adictos a mirar y no tocar, peinadores, maquilladores, etc., pero en todo caso seres totalmente inocuos para el honor del señor y su señora. Existían dos tipos de eunucos: los destripados y los cercenados.

Los destripados eran aquellos que conservaban sus genitales, pero inservibles, pues habían sido aplastados. Es decir, espichar para que lo que es pichar fuera imposible. Pero siempre quedaban resquicios que hacían surgir la duda de si el destripamiento había sido real o solo una farsa para hacerle conejo al soberano. 
Por ello, para custodiar los aposentos íntimos, se prefería al cercenado (conocido como eunuco intenso), quien solía presentarse, cuando quería obtener el trabajo, con sus genitales cortados en una delicada cajita forrada en terciopelo rojo. Ahora, si el hombre llegaba además con la lengua cortada, eso constituía un plus inmejorable, porque para el monarca quedaba conjurado el noventa por ciento de la amenaza.

Para granjearse el máximo de confianza y ascender laboralmente era necesario mostrar un compromiso al ciento por ciento y esto se lograba cercenándose los dos dedos centrales de cada mano (y agregándolos a la cajita), para ser Summum. Así se llegaba a ser nombrado jefe de eunucos, quien sin estos dedos y sin lengua no podía hacer mucho más que dar órdenes mediante señas. 
No siempre han existido los eunucos por los celos de un soberano: En la edad media, los coros eclesiales requerían voces femeninas, pero en ese entonces les era prohibido a las féminas cantar en los coros, así que se recurría a la castración de los niños del coro para perpetuar los tonos musicales que se precisaban. Y en una tribu de África, para desposar a una muchacha se le exigía al pretendiente que le presentara sus genitales bien puestos, pero anexando los de un rival, como ofrenda, en un envoltorio tipo tamal, con la presa adentro.

Aunque en ocasiones el varón resultaba siendo eunuco contra su voluntad y otras veces como castigo a una falta grave, también había eunucos por convicción (hoy se llaman transgénero) que se sometían voluntariamente a la eunucación, con el fin de conseguir un trabajo honrado, decente y bien remunerado, es decir, una buena chamba, así quedaran con una buena chamba en sus partes nobles (“no, pues, una chimba”, se dice ahora). 
Entonces como ahora, los más arrojados y valientes voluntarios eran los más apetecidos en el mercado laboral, dados su convicción y su compromiso, ya fuera para cuidar un harén o para cantar de manera celestial. Había solo un pero para estas joyas de la celaduría: frecuentemente se inclinaban ante un visir, un magno general o un sumo sacerdote y no faltaba el atrevido que burlaba a la esposa para hacerle coqueteos a su marido, el monarca, a sus espaldas.

En todo caso, eunucarse, quién lo creyera, conllevaba sus riesgos: si el cirujano no era lo suficientemente diestro, el mazazo o la cuchillada no serían propinados de forma certera y el candidato podía quedar con una infección o una obstrucción urinarias y con ello sería condenado a una muerte atroz por una cistitis aguda y una sepsis generalizada, producidas por el continuo derrame interno de orina. Por tal motivo, igual que hoy, los cirujanos diestros y reputados eran muy codiciados y muy costosos y se les valoraba, como al peluquero, por su buena mano.


Los eunucos le han aportado a la sociedad un nuevo género, diferente al masculino y al femenino, que hoy, ingeniosamente, ha sido denominado “indeterminado”, ya que no es ni lo uno ni lo otro, pero permite ser los dos a la vez, sin compromiso. Una especie de género cuántico, que se muestra como el futuro promisorio de la especie humana y que representa fielmente en lo que esta se está convirtiendo, física o mentalmente. 

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