Separaba si se paraba
Los señores se debatían entre consagrarse a lo primero, dedicarse a
lo segundo y garantizar lo tercero, así que esto último se lo delegaron a unos
inocuos guardianes, los eunucos, quienes debían quedarse juiciosos en
la casa cuidándolo, para que no corriera riesgos. Pero los eunucos resultaban
muy costosos y eso iba en contra de su riqueza así que, como acontece hoy, con
el computador o el robot, se les ocurrió la opción de mecanizar sus funciones y
eso dio lugar al desarrollo del cinturón de castidad, que vendría a ser como un
eunuco metálico.
El cinturón en
mención era un artefacto de hierro al cual se le troquelaban dos agujeros, uno
delantero estándar y otro trasero en forma de corazón, como fino detalle de
coquetería, pero ambos cercados de amenazantes púas, que hacían desistir hasta
al más valiente de pensar en acercarse por ahí.
El conjunto era rematado por un mecanismo que lo aseguraba y solo se
podía abrir con una llave, de la cual no había copias y cuyo único portador era
el amo, quien solía llevarla colgada al cuello mediante una cadena.
Tal como sucede
hoy con las alarmas de los carros, ese mecanismo era susceptible de que algún
experto cerrajero lo violentara, pero era mejor partir a la guerra con la idea
de que a un posible merodeador por lo menos le iba a costar mucho trabajo
acceder al tesoro y que renunciara y buscara, en su lugar, una presa más fácil.
Solo que en este caso las presas no iban a hacer tanto ruido.
Algunos maridos
condescendientes incluían accesorios como plumas, encajes o juguetes que
pudieran servirle de consuelo a la dama en caso de necesidad, sin que se
constituyera ningún acto de infidelidad. Otros en cambio, rodeaban el
dispositivo de púas, cerraduras, cerrojos y complicadas combinaciones
adicionales e inclusive, los que eran más conscientes de la clase de zunga con
la que estaban casados, añadían a la tal armadura el confinamiento de la señora
en una torre o en un ala aislada del castillo, como medida extrema de
seguridad.
Si el noble
caballero, por alguna razón de su guerrero desempeño perdía la llave, era
capturado o moría en la batalla, su esposa resultaba siendo la paganini del
cuento, porque para abrir el candado debía acceder a sus intimidades una
cuadrilla de herreros y cerrajeros, que no siempre tenía éxito y la señora
quedaba condenada a entretenerse, en adelante, con sus corazoncitos de popó o a
departir en una que otra reunión con invitados esporádicos y entonces solo
hablar de sus aventuras eróticas de antaño, a lo cual se le denominó sexo oral.
Hoy en día los
cinturones de castidad solo son un juguete erótico y son fabricados con diseños
y materiales más amables con el medio ambiente y con el usuario; inclusive han
incorporado innovaciones tecnológicas como las que se aprecian en el video
adjunto.
Y, para tristeza
de quienes se tomaron tantos trabajos y de quienes de una u otra forma
resultaron siendo víctimas sin opción de restitución, hoy en día la castidad es
un atributo que a nadie le importa y su valor en el mercado ya no tiene los
niveles que tuvo el mizuage. Por el contrario, se le considera más
bien un estorbo y con frecuencia hasta un problema del cual hay que
desembarazarse a la mayor brevedad posible, aunque ello resulte embarazador.