30 de mayo de 2019

Cinturón de castidad

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Separaba si se paraba

A los poderosos de la antigüedad lo que más les interesaba sobre todas las cosas era la riqueza. Esto los movía a dedicarse principalmente a lo que más les interesaba en segundo lugar, que era la guerra. Pero, como se lo pasaban en esas se afectaba mucho lo tercero que más les interesaba, que era la fidelidad conyugal. La de sus esposas, ya que la de ellos era del todo inexistente. La guerra y la fidelidad eran necesidades apremiantes para ellos, pues era con ellas que podían asegurar el dominio de sus riquezas a perpetuidad.

Los señores se debatían entre consagrarse a lo primero, dedicarse a lo segundo y garantizar lo tercero, así que esto último se lo delegaron a unos inocuos guardianes, los eunucos, quienes debían quedarse juiciosos en la casa cuidándolo, para que no corriera riesgos. Pero los eunucos resultaban muy costosos y eso iba en contra de su riqueza así que, como acontece hoy, con el computador o el robot, se les ocurrió la opción de mecanizar sus funciones y eso dio lugar al desarrollo del cinturón de castidad, que vendría a ser como un eunuco metálico.

El cinturón en mención era un artefacto de hierro al cual se le troquelaban dos agujeros, uno delantero estándar y otro trasero en forma de corazón, como fino detalle de coquetería, pero ambos cercados de amenazantes púas, que hacían desistir hasta al más valiente de pensar en acercarse por ahí.  El conjunto era rematado por un mecanismo que lo aseguraba y solo se podía abrir con una llave, de la cual no había copias y cuyo único portador era el amo, quien solía llevarla colgada al cuello mediante una cadena.
Tal como sucede hoy con las alarmas de los carros, ese mecanismo era susceptible de que algún experto cerrajero lo violentara, pero era mejor partir a la guerra con la idea de que a un posible merodeador por lo menos le iba a costar mucho trabajo acceder al tesoro y que renunciara y buscara, en su lugar, una presa más fácil. Solo que en este caso las presas no iban a hacer tanto ruido. 

Estos calzones blindados, aunque eran bastante incómodos, también fueron mandados a hacer por muchas mujeres que no querían ser violadas durante ciertas acciones de guerra (como la toma de una ciudad sitiada o el enfrentamiento de dos nobles señores para dirimir una simple cuestión de tierras baldías), por las religiosas que los empleaban como ayuda física para sus piadosas oraciones con el fin de evitar las tentaciones de la carne y por los padres para preservar la virginidad de su hija y así negociar una dote abundante.
Algunos maridos condescendientes incluían accesorios como plumas, encajes o juguetes que pudieran servirle de consuelo a la dama en caso de necesidad, sin que se constituyera ningún acto de infidelidad. Otros en cambio, rodeaban el dispositivo de púas, cerraduras, cerrojos y complicadas combinaciones adicionales e inclusive, los que eran más conscientes de la clase de zunga con la que estaban casados, añadían a la tal armadura el confinamiento de la señora en una torre o en un ala aislada del castillo, como medida extrema de seguridad.

Si el noble caballero, por alguna razón de su guerrero desempeño perdía la llave, era capturado o moría en la batalla, su esposa resultaba siendo la paganini del cuento, porque para abrir el candado debía acceder a sus intimidades una cuadrilla de herreros y cerrajeros, que no siempre tenía éxito y la señora quedaba condenada a entretenerse, en adelante, con sus corazoncitos de popó o a departir en una que otra reunión con invitados esporádicos y entonces solo hablar de sus aventuras eróticas de antaño, a lo cual se le denominó sexo oral.
Hoy en día los cinturones de castidad solo son un juguete erótico y son fabricados con diseños y materiales más amables con el medio ambiente y con el usuario; inclusive han incorporado innovaciones tecnológicas como las que se aprecian en el video adjunto.



Y, para tristeza de quienes se tomaron tantos trabajos y de quienes de una u otra forma resultaron siendo víctimas sin opción de restitución, hoy en día la castidad es un atributo que a nadie le importa y su valor en el mercado ya no tiene los niveles que tuvo el mizuage. Por el contrario, se le considera más bien un estorbo y con frecuencia hasta un problema del cual hay que desembarazarse a la mayor brevedad posible, aunque ello resulte embarazador.

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