Travesuras aborígenes
Un etnógrafo venezolano, casualmente de paso por Colombia, para
darle paso a la errancia, la desocupancia, la vacancia o simplemente a la vagancia,
se puso a la tarea de indagar sobre el uso, en diversos países del continente, de
la hamaca como herramienta de placer y su relación con técnicas amatorias de
mediano y lejano oriéntese. Finalmente, ha escrito un opúsculo con pretensiones
similares a las del Kama Sutra, pero menos filosóficas y más cotidianas, donde describe,
enumera y detalla ciertos usos que se le pueden llegar a dar a una hamaca, en
materia sexual. Conocimos algunos de sus apartes y nos complace compartirles a
nuestras barras bravas algunas impresiones, según las comentamos con el
mencionado sabio y autor.
El primer punto es que nuestros aborígenes desarrollaron una
interesante cantidad de opciones posicionales para enriquecer la tradicional
hamaca y utilizaron una nomenclatura que, aunque no era oficial hasta ahora, sí
es pan-americana, o sea, conocida y usada de forma cotidiana por muchas etnias
de todo el continente y con todos los panes habidos. En ella los nombres no se inspiran
en culturas de tierras lejanas, sino en la cosmogonía de nuestros ancestros.
Aparecen entonces “el jaguar”, “el oso de anteojos”, “la chucha”, “el buitre”, “el conejo”, “el lagarto” y otros animales nativos que
han servido de inspiración no solo para ésta sino para muchas otras cosas tan
arraigadas en nuestra cultura.
Los nombres utilizados no se limitan a los de los animales que los
indígenas respetaban y adoraban, sino también a los atributos físicos que los
destacaban y a veces a la forma como podría interpretarse de manera artística
la posición que puede adoptar una pareja enhamacada, como en el caso de “el río que riega las montañas” o la “enredadera de peluche”.
A veces el nombre de la posición se refiere a uno o a ambos
protagonistas, por alguna característica, como en el caso de “el mono”, “el bagre”, “la tatacoa” o
“el enorme sapo” y en otras a
atributos o habilidades de alguno de los amantes, que dieron inicio a una
fábula, como sucede con “el aullido del
pájaro mañanero”, o “el ulular del
viento al soplar el tronco”.
Un importante descubrimiento es que la altura de la hamaca sobre el
piso, la firmeza del agarre y las dimensiones mismas de la hamaca, siempre han
sido parámetros que los aborígenes cuidan con gran esmero. Gracias a ello, no
se sabe que nunca hayan resultado torcidos o deformes los padres ni los niños, debido
a prácticas de riesgo. Para los blancos que pretendan emular estas habilidades,
se les recomienda que dispongan algunas colchonetas debajo y que, por ningún
motivo, la dejen colgada de una pared de drywall
ni en un balcón de un octavo piso ni nada por el estilo.
Una notable innovación que el investigador pretende aportar a
nuestra cultura, es la opción de darle movimiento a la hamaca, lo cual sumaría
una gran cantidad de variaciones, imposibles de lograr con otra clase de
mobiliario y muchas de las cuales son del tipo “no intente esto en casa”,
“¿tiene vigente su seguro médico?”, “asegúrese que los chazos estén muy firmes”
o “no corra riesgos: hágalo solo con una india experimentada”, como sucede con la “marimonda
que brinca de palo en palo”.
A manera de ejemplo, les contamos sobre la posición “coño de madre”, de la cultura zenú. Las
dotes de equilibristas, el desprecio por la vida y las ganas locas de innovar
(que le acometen a cualquier pareja que lleve más de tres años juntos) son
evidentes en quienes intentan esta osada posición, en la cual los dos
protagonistas están de pie en la hamaca, balanceándose suavemente al tiempo que
ella levanta una de sus extremidades para posarla en el cordón que sostiene la
hamaca y él se contorsiona para poseerla por debajo. En algunas tribus se
acostumbra incluir a un tercer actor (solo para darle más vida al movimiento de
la hamaca), quien puede ser una abuelita (movimientos muy suaves y total
discreción), la suegra (la agitación dependerá del grado de empatía con el
yerno) o, en caso de querer algo muy extremo, una exnovia (se experimenta una tormenta
total).
No nos extrañará que muy pronto veamos aparecer la Piscina Sutra, la
Estera Sutra o la Roza Sutra, cuando algún otro desocupado, reprimido o
valiente quiera aportarle su granito, de arena, a las artes amatorias.