El que a buen árbol se
arrima, buena sombra le cobija
La india Catalina perteneció a una etnia caribe gustosa del filete
humano. Les encantaba comerse a sus vecinos y vecinas, pero como por ahí
andaban unos arijunas (demonios blancos) arrasando con todo lo que fuera
comible, pues les tocaba echarles muela también a los de su misma tribu. Justo el día en que, a Cata, que no tenía
presa mala, la habían seleccionado para el menú del cacique, un español la
raptó.
El conquistador se la llevó a un paseo bastante caribeño, durante
varios años, le cambió su nombre de pila indígena, acae minia, que en su
lengua nativa significaba “piernona bonita” por el de Catalina, más acorde con
la civilización occidental y cristiana y se puso, con gran ahínco, a cambiarle
las costumbres.
Durante todos esos años la india aprendió lo que era la lengua
castellana y cómo usarla bien, a recibir al señor comiéndoselo en las hostias y
en general todo lo de la religión cristiana y cómo evangelizar con ella, lo que
era un buen chorizo español y cómo sacarle el jugo, de cómo disfrutar paella,
unos callos madrileños, un buen vinillo, etc. Hasta el punto que, buscando un
mejor futuro, logró emplearse como intérprete, misionera y comisionista de Don
Pedro de Heredia y su diplomática comitiva, a quienes les ayudó a fundar
Cartagena de Indias, ciudad de la cual hay quienes afirman que le debe su
nombre y su apellido a la india Cata, pues había pasado a ser Cata ajena la
india esa.
Como sea que fuere, la desertora aborigen volvió a su tierra a
traducir, para ayudarles a sus coterráneos a entender las órdenes de los
españoles y a estos a encontrar el oro que aquellos habían sacado de la región,
así como a domesticar el genio atribulado de las agresivas tribus locales, para
que pudieran vivir, como corresponde, unos mandando y otros obedeciendo, es decir,
en comunidad. Y se dedicó a evangelizar a los nativos para que dejaran de comer
gente y que más bien comieran chorizo, como solía hacer ella con don Pedro.
Esto fue, al parecer, una especie de retaliación por haberla incluido antaño
como plato principal en el menú de su jefe.
Su belleza y ardor, combinados con una especial dosis de ambición,
la llevaron más tarde a dejar al viejo hidalgo y a buscar consuelo en los
brazos de uno de sus lugartenientes, más vigoroso y más joven y con un mayor
futuro por delante. A ese lugarteniente lo tuvo en su lugar, aprovechando su
posición y abolengo.
Se hizo entonces a una vivienda digna de su real majestad, a tierras
y ganados que habían sido abandonados por unos indios zarrapastrosos, a
utensilios de fina clase, donados por bienhechores españoles afortunados y a
viandas propias de su abolengo. Ya nunca más volvió a usar taparrabo de tela
barata ni a dormir en el suelo pelao, no volvió a probar el chivo (sólo el
expiatorio) ni a comerse a nadie a mordiscos; no volvió a dejarse esa greña
larga sin cuidado ni a pintarse el cuerpo con achote. Por el contrario, se
bañaba a diario en perfumes de la India, se vistió como alta dama cortesana,
con sedas importadas y participó activamente en el coloniaje de su región.
Los sucesos narrados ocurrieron a muy pocos años del descubrimiento
de América y del inicio de la conquista de estas tierras por los españoles y
explican claramente cómo y por qué el coloniaje se dio de manera fácil y rápida
y lo que el destino le deparaba al nuevo mundo, su población y sus dirigentes:
unos mandando y otros obedeciendo, como corresponde a una sana democracia.
La india se vengó de los de su raza porque se la querían comer:
regresó y se los comió a todos a cuento, ayudándole al invasor a adueñarse de
estas tierras. Murió rica y saboreada por el éxito y la fama y hoy en día ha
sido colocada en un pedestal como ícono de la ciudad, de los vendepatrias que
la sucedieron y como ejemplo de la malicia indígena. Ni más ni menos.
India traicionera y con estatua!!!!
Quede confundido, ya que no se si catalogarla como una india buena o una buena india