28 de marzo de 2019

Dieta sanatoria

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 Somos lo que comemos


El hombre moderno se encuentra bajo la amenaza de ser agobiado por terribles males si no piensa bien en qué es lo que se quiere comer. Y no hablamos de los sonados, anunciados y denunciados casos de acoso sexual, sus similares y sus consecuencias, sino de las comidas trasnochadas, la carne, el azúcar, el alcohol, la sal, la leche de vaca, el tabaco, las drogas, el gluten, las frutas, las harinas, los huevos y tantas otras cosas que siempre habían sido consideradas de consumo normal, pero que en estos tiempos lo que hacen no es ayudar sino producirle al ser humano dolencias y tormentos sin nombre que le llevarán a una muerte espantosa. A diferencia de la marihuana, que ahora es medicinal.

Hoy en día se presentan síntomas endémicos y epidémicos: deterioros digestivos, renales, metabólicos, cardíacos y neurológicos, olvidos recurrentes, malos ratos, malos genios o malas compañías, sueños imposibles y a destiempo, adicción a los cuerpos que se contonean por doquier y dedicación a los gurres, como ejemplos claros y contundentes de que se necesita con urgencia atención médica. Entonces, una batería de exámenes que incluyen chuzadas con agujas, hurgadas con dedos, irradiación con ondas, manoseos propios y ajenos (siempre bien recomendados), extracción de líquidos corporales (propios principalmente) y diversos escaneos de afuera hacia adentro y viceversa, es lo que basta para determinar qué es lo que no está bien.

Enseguida, todo el mundo queda convertido en paciente y se le ordena: seguir una rigurosa dieta sin carnes, tanto rojas como blancas, negras o amarillas (ya que la carne no solo es débil sino dañina) para evitar los dolores de cabeza, la gastritis, la osteoporosis y la gota; eliminar por completo la sal y el azúcar para salvarse de diabetes, úlceras, alergias e hipertensión; suprimir todo contacto con las pieles de pollo, de gallina y de cerdo, sus huevos y sus grasas, con el fin de librarse de colesterol y triglicéridos altos, aterosclerosis e infartos; abstenerse de ingerir gluten y toda clase de harinas para mantener incólume el aparato digestivo; someterse al consumo diario de cabezas de ajo crudo en ayunas para protegerse de cualquier riesgo de enfermedades del corazón; darles preferencia en su dieta al brócoli, apio, semillas de chía, linaza y otras fuentes de fibra para preservar la función renal y la del hígado; erradicar el trago, el vino y hasta la inocente y ancestral cerveza con el fin de defender al páncreas de las agresiones del maligno; ahogarse diariamente con al menos veinte vasos de agua y mantener una dieta muy severa, exenta por completo de los contaminantes y tentaciones que se ofrecen en cada esquina, como empanadas, pizzas, hamburguesas, perros calientes, mayonesa, salsa de tomate, etc., en pos de tener una vida larga y sana.

Como resultado, ya está muy cercano el siguiente paso evolutivo de los alimentos: una pastilla, gracias a la cual, como ocurre con los astronautas, no habrá necesidad de atormentarse con qué se puede comer y qué no, sino que, en un comprimido, de consumo diario, vendrá todo lo que el organismo necesita para funcionar, convenientemente racionalizado, en las dosis adecuadas.


Esto impactará de manera inmediata el medio ambiente. ¡No más papel higiénico! ¡Fin de los desechables, las bolsas plásticas, los odiosos cubiertos de plazoleta de comidas y los acartonados platos para el ponqué! Por las alcantarillas correrá agua clara e inodora y será el fin de los terribles rellenos sanitarios, hoy rellenos de desperdicios (de los orgánicos y de los que jamás serán degradados).

Ya no habrá más hambruna: cada habitante de este planeta recibirá su pastillita diaria y ya no serán necesarias las obras de caridad ni habrá indigentes en las esquinas clamando por algo para comer. No más nómadas famélicos deambulando por áridos desiertos ni casos de desnutrición extrema como los que se ven actualmente.

Y lo más importante es que no volverá a ser maltratado ni sacrificado ningún animal; nadie sabrá a qué sabían la carne, el huevo, el jamón, el pollo ni el arroz con camarones. Como efectos colaterales, desaparecerán los restaurantes, no habrá más pechugas ni perniles ni colas para comer, ni siquiera en la entrada a cine (al fin y al cabo, tampoco habrá cine). Se acabarán las grandes empresas alimentarias, de bebidas y de licores y serán reemplazadas por las farmacéuticas, productoras de las pastillas y de la marihuana medicinal.

Claro, sin correr en busca del diario condumio ni hacer filas, sin acudir a lugares dónde sentarse a comer ni a liberarse de los desechos, el cuerpo humano también evolucionará y se convertirá en una gran cabeza (con grandes ojos y una boca diminuta), pegada a un visor de realidad virtual y montada sobre unas pequeñas extremidades habilitadas únicamente para presionar algunos botones y abrir empaques farmacéuticos.

¡Qué bello futuro les espera a las generaciones futuras!

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