22 de febrero de 2019

El parqués de la vida

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Es el zar y no el azar


El parqués es el juego de mesa nacional de Colombia, país donde fue creado y no se juega en ninguno otro. Tiene su origen en el parchesí importado por unos esclavos indios (de la India) traídos por los británicos para sus plantaciones, quienes habían conocido cómo el rey indio lo jugaba con sus indias. El nombre de estos juegos proviene de la palabra pacis, que en hindi significa veinticinco, cifra que era el máximo puntaje que se podía obtener cuando quedaban bocarriba todas las conchas, que hacían las veces de dados. O, de dadas, para el caso.

Ákbar, el emperador tolerante, no quería mostrar favoritismos sino su tolerancia y así diseñó este juego para elegir cada noche cuál de entre sus muchas concubinas tendría la fortuna de compartir su lecho. Dividía, pues, a sus queridas en grupos de a cuatro y les asignaba sendos colores. Luego su eunuco tiraba unas conchas marinas y, según cuántas quedasen hacia arriba, las indias se iban moviendo por todo el jardín, sobre un tablero de diseño muy similar al del actual parqués.

Durante el juego ninguna participante podía decidir por sí misma sentarse ni retrasarse, so pena de ser excluida y castigada con ayuno de todo tipo, mientras que sus compañeras debían retroceder al punto de inicio. Aunque no había cárcel, ni se comían unas a otras (al menos, no durante el juego), el emperador sí les hacía fuerza a ciertas nenas y a ciertas posiciones de las conchas, según sus apetencias del momento, además de que armaba los grupos según su soberana voluntad. O sea que al final, sí había favoritismos.

Así veía las cosas el gobernante, pero el juego era muy diferente para las níveas ninfas, quienes se agachaban, pujaban, se empujaban, disimulaban, se pellizcaban e inventaban toda clase de artimañas para no llegar primero donde el maloliente gordo ebrio, recién venido del campo de batalla, y así poder descansar, durmiendo limpias y tranquilas, al menos esa noche.


Pues bien, ese juego en realidad representa a la vida misma. Hoy los jugadores quieren llegar lo más pronto posible y, si se puede, comerse a los contrincantes por el camino, sabiendo que para ganar hay que propiciar la desgracia y el infortunio de los otros.

Es así como, por ejemplo, cada vez que un pez llega a desovar, miles de sus congéneres, más lentos, están siendo servidos en una mesa y cada comensal que se sienta en un restaurante deja vacía una silla en otro lugar, cada vez que alguien se hospeda en un hotel deja una cama vacía en otro y a otro huésped sin una cama vacía dónde descansar y cada vez que usted se sube a un taxi ha dejado a alguien en la acera. Cada vez que una persona es contratada, miles se quedan esperando otra oportunidad y cada vez que alguien compra unos tenis, al competidor se le quedan los suyos en el estante.


Por cada estrella de la farándula o del deporte hay millones que no lo consiguieron, por cada elegido hay millones de electores frustrados, por cada banquero hay millones de deudores desesperados, por cada quién que se gana un millón hay millones que no pudieron. Sin importar quién tuvo que pisar cuáles cabezas, quiénes fueron a la cárcel ni quiénes se comieron a quiénes.

Esa es la vida. Que la etérea y caprichosa suerte nos ayude a todos y que no tengamos que permanecer mucho tiempo en una cárcel (que no es siempre el consabido conjunto de barrotes). Pero lo que pocos saben es que, en esta época, como en las demás, el dueño del tablero lanza con dados cargados.



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