11 de agosto de 2018

Qadesh: La historia de dos vencedores

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Las dos máscaras de la misma moneda

Qadesh, una antigua ciudad que se disputaron los imperios egipcio e hitita, es famosa porque en ella se produjo la primera batalla memorable documentada y de la cual resultó el primer tratado de paz conocido.

Según la versión egipcia, su contundente victoria le dio gloria y fama al faraón Ramsés II. Pero los restos de esa ciudad que se pudieron hallar gracias a las excavaciones realizadas a mediados del siglo XIX, daban cuenta de una versión muy distinta en la cual, según los hititas, el faraón egipcio fue derrotado por el gran Muwatalli. He aquí un resumen de las dos versiones:


Informe militar egipcio:
Nos enfrentamos a un poderoso enemigo que nos superaba en número por dos a uno, aproximadamente. Escondidos como ratas detrás de sus murallas, apertrechados con alimentos, vino y agua en abundancia, eran un desafío para nuestro aguerrido ejército.

La encarnizada batalla se extendió por tres días con sus noches. Les dimos una zunda memorable. Casi todos cayeron presas del miedo, aterrorizados, desangrados por nuestras lanzas, desmembrados por nuestras espadas y descuartizados por nuestros carros. La arena del desierto quedó teñida con la sangre de los vencidos y en el campo de batalla quedó, además de un sinnúmero de cadáveres enemigos, sobre los cuales paseaban nuestros carros, nuestro pabellón erecto firmemente.

Regresamos entonces, a contarle a todo el imperio las hazañas de nuestro faraón, que Amón Ra guarde por siempre. Nuestra épica victoria se extendió más allá de las filas enemigas: derribamos sus murallas, violamos a sus mujeres, devoramos a sus niños, acabamos con sus viandas, recogimos sus tesoros, quemamos sus viviendas, destrozamos sus templos y arrasamos hasta con el nido de la perra. Finalmente decidimos regresar y no dejar asentamientos en esta tierra desolada.


Informe militar hitita:
El enemigo, que nos triplicaba en número, en carros, en armas y caballos de combate, atacó con alevosía a nuestras escasas tropas, que se atrincheraban tras las murallas de la ciudad. Su número era superior, pero no su coraje. El ansia de libertad y el arrojo de nuestros hombres se impuso sobre ese enemigo que, aunque experimentado, estaba anquilosado y devastado moralmente.

Luchamos hombro a hombro, hombre a hombre, cuerpo a cuerpo, cara a cara y escudo con escudo. La arena del desierto quedó teñida con la sangre de los vencidos y en el campo de batalla quedó, además de un sinnúmero de cadáveres enemigos, sobre los cuales paseaban nuestros carros, nuestro pabellón erecto firmemente. Aunque derribaron nuestros muros y pretendieron tomar a nuestras mujeres, su intentona fue frustrada por nuestras espadas y lanzas, que los enviaron de vuelta a su tierra avergonzados, con el rabo entre las piernas, diezmados y haciendo el oso en franca retirada.

Les dimos una zunda memorable. Casi todos cayeron presas del miedo, aterrorizados, desangrados por nuestras lanzas, desmembrados por nuestras espadas y descuartizados por nuestros carros. No quisimos perseguirlos, solo para no humillarlos más, pero sí les dejamos claro que nuestra tierra no será nunca suya y dejamos que unos cuantos sobrevivientes pudieran ir a contarle a su pueblo su vergonzosa derrota.


Si bien las dos versiones son contradictorias, lo importante es que en Qadesh se firmó el primer tratado de paz que se conoce, en el cual las dos partes se comprometen, entre otras cosas, a no volver a agredirse mutuamente, pese a sus honrosas victorias. Una especie de “hagámonos pasito” y “tengamos la fiesta en paz”. Aunque no hubo acuerdos de reparación, restitución, reconstitución ni nada por el estilo.

Para lo que sirvió esta batalla, además de dar fama a los monarcas respectivos, fue para justificar el alza de impuestos necesaria para la defensa del imperio, sacrificando aspectos culturales y educativos, ya que, para manejar bien la lanza, la espada o el carro no hay que ser muy ilustrado (esta idea aún está vigente hoy en día).

Un efecto colateral, fue que dio origen a la hoy muy reputada corresponsalía de guerra, que consiste en que un selecto y entrenado grupo de informantes debidamente acreditados va lo más cerquita que pueda al teatro de los acontecimientos y narra los hechos de acuerdo con la conveniencia del vencedor, con lo cual este puede justificar la cantidad de atrocidades que haya tenido que realizar para preservar la libertad, el estado de derecho y la buena vida que se dan los miembros selectos de la respectiva sociedad (esta idea aún está vigente hoy en día).



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