20 de julio de 2018

Chupacallos

,

Uno que muere por la boca del pez

Un amigo de Cúcuta nos contó una curiosa experiencia que vivió en China y nos pareció importante reproducirla acá, como un servicio para el creciente número de viajeros que visitan ese exótico país.

Después de una larga y agotadora jornada, durante la cual recorrí enteros los innumerables locales de los tantos pisos del mercado de la seda de Shanghái (donde atienden simpáticas jovencitas políglotas), buscando cómo llenar de chucherías mi contenedor para que el viaje se pagara solo, yo estaba molido.

Entonces, Chang Hua, mi guía e intérprete, me sugirió meterme a un spa autóctono, donde podría relajarme y descansar del pesado ajetreo de ese día. Debo confesar que la idea me gustó de entrada, pues me imaginé a cuatro hermosas chinas, jovencitas, semienvueltas en túnicas de seda, haciéndome un masaje entre thai y sueco, todas al tiempo, en medio de un cálido vapor aromático y al ritmo de suave música que, por supuesto iba a reconfortar mi adolorida humanidad, así que acepté de inmediato.

Pero no, no había jovencita alguna: sólo un malacaroso gigantón mongoloide, plagado de tatuajes, quien después de intercambiar su jerga con Chang, me invitó a ir adentro con un gesto. El claroscuro del lugar y el aspecto de este tipo me pusieron nervioso, así que mi cansancio fue reemplazado por un estado de alerta y alta tensión.

Después de recorrer un estrecho pasillo, detrás del mongol y seguido por Chang, penetré a un salón circular donde había varias sillas. Todas vacías, excepto una, casi al extremo opuesto de donde estábamos, sobre la cual un señor mayor, en bermudas y camiseta (como yo), sumergía sus pies descalzos en un platón plástico mientras reflejaba un éxtasis tal, como si estuviera teniendo un sueño erótico con una exótica jovencita.

Chang me indicó que eligiera una silla y me descalzara. Yo me hice algo alejado del fulano del ensueño erótico y retiré mis zapatos y medias. Chang se despidió y dijo que volvería por mí en dos horas, que disfrutara el asunto.

A los 5 minutos apareció el gigantón con un recipiente similar al del otro tipo y lo colocó delante mío, lo llenó con agua templada, hasta los tres cuartos de su capacidad y unos minutos después apareció con una bolsa llena de pequeños pececillos que depositó en el agua. Me señaló la batea, invitándome a sumergir allí mis pies y luego desapareció.

En un primer instante sentí algo de temor al pensar que se tratara de pirañas enanas, pero recordé que siempre había querido meterle un dedo a un acuario, así que sólo con ver la expresión del rostro del otro fulano, que aún persistía, me decidí a, literalmente hablando, meter las patas.

Entonces, tuve una sensación indescriptible. Al contacto de mis pies con el agua, los peces se arrojaron sobre ellos cual jauría y empezaron a succionar por todos lados. Era como si cuatro doncellas (las que me imaginé cuando Chang me propuso este evento) me agarraran a chupetazos, pero en los pies. Los peces se movían ansiosamente por sobre cada pie, entre los dedos, bajo cada planta, rodeando el tobillo, desde la punta hasta el talón… por todas partes tocaban, chupaban, deslizaban, mordisqueaban. Era un cosquilleo fantástico que producía una sensación tal, sobre cada pie, que yo no podía saber si quería sacarlo o meterlo más o dejarlo quieto ahí adentro y no sacarlo nunca.

De pronto mi vecino despertó, retiró los pies de su platón, se los secó, se puso una especie de cotizas y se marchó sin siquiera mirarme. Quedé solo en ese lugar donde, dicho sea de paso, no se oía más que algo de música de Guangdong sonando a lo lejos, tal vez en un piso superior.

Mi sensación se hacía cada vez más intensa y noté que mis doncellas con aletas se estaban devorando mis callos y limpiaban de hongos mis maltrechos pies, cosa que no había podido yo lograr en 20 años de piedra pómez y mexsana. ¡Increíble!!

Cuando el mongol apareció de nuevo yo estaba sobre la batea, sin bermudas ni calzoncillos, con mis partes nobles sumergidas en el agua, tratando de verificar si la sensación que había disfrutado en mis pies se podía replicar en otras zonas del cuerpo; él gritó algo en chino que no entendí, pero por sus gestos, creo que ese tipo de ejercicios no se podían hacer allí, aunque debo decir que durante los pocos instantes que alcancé a llevar a cabo mi práctica, conocí la gloria.

Después supimos que alguien montó en Armenia un spa con ictioterapia. Si cuando lo visitemos encontramos que allí tienen un reservado, con seguridad será de nuestro amigo cucuteño.


1 comentários:

  • 28 de julio de 2018, 5:35 a.m.

    Es una lectura inesperada, motiva a seguir leyendo hasta el final. Arriesgado el protagonista, una cosa son los pies, y otra es el.....

Publicar un comentario

Si quiere comentar este artículo escribalo en la casilla siguiente. Para que le podamos contestar, por favor incluya su nombre seleccionando comentar como y nombre/url. Seleccione luego publicar.

 

Pídase la otra Copyright © 2011 -- Template created by O Pregador -- Powered by Blogger Templates