26 de mayo de 2018

Perra perdida

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A veces se puede vencer a la fatalidad

La pérdida de un ser querido hace inevitable que a sus familiares los invada la tristeza. Y a veces, que no sólo los invada, sino que los consuma. No importa si el perdido es una persona o un animal de otra especie. En este último caso las escenas de angustia y dolor son aún más desgarradoras, pues no se sabe si el pobre ha sido separado del seno familiar por el azar o por una mano criminal ni si anda vagando por ahí sin rumbo ni esperanza o enjaulado por quién sabe qué despiadadas manos o, peor aún, espichado por un fantasmagórico vehículo, cuyo insensible conductor ni siquiera se ha molestado en auxiliarlo. Quién sabe si lo atacó un perro callejero o una rata de alcantarilla y está herido o si está tirado en un desolado pastizal, donde tirita de frío. O ¡Qué horror!, que un vecino amargado de esos que odian a los animales, intencionalmente lo haya envenenado por el solo placer de exterminarlo. (Qué curioso que eso lo piensen solo de los animales, pero no de las personas, a quienes podría sucederles lo mismo)

Infortunadamente, cuando una mascota desaparece, nunca se vuelve a saber de ella, a pesar de los ingentes esfuerzos por recuperarla que realicen sus acongojados dueños. No valen los afiches pegados en los postes del vecindario y esparcidos por cuanta panadería, cafetería, puesto de dulces y venta de minutos haya en el barrio, los avisos en prensa, radio y TV o en redes sociales ni la jugosa recompensa (que a veces es bien jugosa), que se ofrezca por noticias de su paradero. El animal simplemente se evapora. Los dolientes deben paliar su amarga pena con terapias, sesiones recreativas para verbalizar, exteriorizar y superar el duelo y finalmente tratan de suplir la ausencia con otro animal de características similares, pero que por muy parecido que sea, ¡nunca será lo mismo! (Es curioso que nunca se piense esto de las personas, pero se haga lo mismo)

Parece ser que la absoluta falta de efectividad de la publicidad en estos casos, se debe a que no se ha entrenado debidamente al desaparecido para que lea los avisos o a que sus familiares se empeñan de tal manera en alabar las virtudes del perdido, que quien lo encuentre (claro, si no fue víctima de una llanta o de un veneno) difícilmente querrá devolverlo y, por el contrario, hará cuanto sea posible para que todas esas gracias que sabe hacer se las haga ahora a su “nuevo dueño”.

Por eso traemos a colación un anuncio, colocado en una papelería, que ha sido el único que ha producido resultados positivos (Omitimos la foto y otros datos para preservar la confidencialidad). Rezaba así:


PERRA PERDIDA

Se llama María, pero con hacerle psss ya se arrima
Viste blusita roja y pantaloncito corto azul, sin medias.
Come y bebe mucho, a todas horas y todo lo que le ofrezcan. No es de raza, sino callejera. Parece mansita, pero es de muy malas pulgas. Antes de atacar da unas tres vueltas primero
Ha sido vacunada muchas veces. Se rasca todo el tiempo y por cualquier motivo, pero no tiene plagas ni hongos. Las manchas que se le ven son herencia, pero no es nada contagioso. Le gusta restregarse, pero es porque está en celo
Si no se la soporta, llámenos o déjela aquí

Esa perra volvió a su casa a los dos días.


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