A veces se puede vencer a la fatalidad
La pérdida de un ser querido
hace inevitable que a sus familiares los invada la tristeza. Y a veces, que no
sólo los invada, sino que los consuma. No importa si el perdido es una persona
o un animal de otra especie. En este último caso las escenas de angustia y
dolor son aún más desgarradoras, pues no se sabe si el pobre ha sido separado
del seno familiar por el azar o por una mano criminal ni si anda vagando por
ahí sin rumbo ni esperanza o enjaulado por quién sabe qué despiadadas manos o,
peor aún, espichado por un fantasmagórico vehículo, cuyo insensible conductor
ni siquiera se ha molestado en auxiliarlo. Quién sabe si lo atacó un perro
callejero o una rata de alcantarilla y está herido o si está tirado en un
desolado pastizal, donde tirita de frío. O ¡Qué horror!, que un vecino amargado
de esos que odian a los animales, intencionalmente lo haya envenenado por el solo
placer de exterminarlo. (Qué curioso que eso lo piensen solo de los animales,
pero no de las personas, a quienes podría sucederles lo mismo)
Infortunadamente,
cuando una mascota desaparece, nunca se vuelve a saber de ella, a pesar de los
ingentes esfuerzos por recuperarla que realicen sus acongojados dueños. No
valen los afiches pegados en los postes del vecindario y esparcidos por cuanta
panadería, cafetería, puesto de dulces y venta de minutos haya en el barrio,
los avisos en prensa, radio y TV o en redes sociales ni la jugosa recompensa (que
a veces es bien jugosa), que se ofrezca por noticias de su paradero. El animal
simplemente se evapora. Los dolientes deben paliar su amarga pena con terapias,
sesiones recreativas para verbalizar, exteriorizar y superar el duelo y
finalmente tratan de suplir la ausencia con otro animal de características
similares, pero que por muy parecido que sea, ¡nunca será lo mismo! (Es curioso
que nunca se piense esto de las personas, pero se haga lo mismo)
Parece ser
que la absoluta falta de efectividad de la publicidad en estos casos, se debe a
que no se ha entrenado debidamente al desaparecido para que lea los avisos o a
que sus familiares se empeñan de tal manera en alabar las virtudes del perdido,
que quien lo encuentre (claro, si no fue víctima de una llanta o de un veneno)
difícilmente querrá devolverlo y, por el contrario, hará cuanto sea posible
para que todas esas gracias que sabe hacer se las haga ahora a su “nuevo
dueño”.
Por eso
traemos a colación un anuncio, colocado en una papelería, que ha sido el único
que ha producido resultados positivos (Omitimos la foto y otros datos para
preservar la confidencialidad). Rezaba así:
PERRA PERDIDA
Se llama María, pero con
hacerle psss ya se arrima
Viste blusita roja y
pantaloncito corto azul, sin medias.
Come y bebe mucho, a todas
horas y todo lo que le ofrezcan. No es de raza, sino callejera. Parece mansita,
pero es de muy malas pulgas. Antes de atacar da unas tres vueltas primero
Ha sido vacunada
muchas veces. Se rasca todo el tiempo y por cualquier motivo, pero no tiene
plagas ni hongos. Las manchas que se le ven son herencia, pero no es nada
contagioso. Le gusta restregarse, pero es porque está en celo
Si no se la soporta,
llámenos o déjela aquí
Esa perra volvió a su casa a los
dos días.