Haga de él un candelero. El suyo.
Hace tiempo
ser homosexual era pecado. Los padres, los curas, los maestros, los mayores les
enseñaban a los niños y jóvenes que el maligno los jalaría de las patas hasta
el infierno si se les ocurría pasarse de confiancitas con sus semejantes que
fueran similares. No se decía que, del mismo sexo, porque la palabra sexo no se
utilizaba para nada en ese tipo de conversaciones. Ni en las de ningún tipo.
Después,
años después, ser homosexual era delito. Los policías, bolillo en mano,
perseguían a quienes querían ofrecer en la calle sus artes amatorias a otros
congéneres del mismo sexo y quienes sentían ese tipo de inclinaciones se escondían
para no ser estigmatizados, perseguidos o encarcelados.
Posteriormente
estas conductas pasaron a ser solo “de mal gusto” porque ahora los movimientos
de los homosexuales (qué ironía) hicieron que ese tipo de tendencias fueran
aceptadas en algunos círculos (otra ironía) y se crearon comunidades (que no
fueron llamadas “del anillo” sino hasta hace poco). Se empezó a aceptar que no
era “anormal” que el niño utilizara los tacones y los maquillajes de su mami ni
que la niña le diera patadas a su hermanito. Era el surgimiento del “libre
desarrollo de la personalidad” y el respeto por los derechos inalienables de cada
quien a hacer lo que le diera la gana. O las ganas. Pero, de todos modos, era
mal visto que personas del mismo sexo se besuquearan o se contonearan en
público.
Después, la
fuerza de los hechos hizo que ante la relevancia que los homosexuales ganaron
en las artes, los deportes, las ciencias, la ingeniería, etc., el tema no
tuviera mayor importancia, pues la sociedad entendió que el valor estaba en lo
intelectual, en lo que significa la persona como tal y su aporte a la humanidad,
sin que fuera válido clasificar o señalar a una persona por sus preferencias en
la cama.
Entonces,
los homosexuales “salieron del closet”. De algún modo se entendió que cada
quien se acuesta con quien o quienes quiera y hace en el lecho lo que acepte o
le guste o le parezca mejor. Y que eso no tiene nada que ver con su expresión
como ser humano. Y se aceptó esa tendencia como algo normal y sin misterios. Al
fin y al cabo, esas prácticas se han producido en la humanidad desde hace
milenios. Lo relevante es que la civilización de hoy, al igual que las de los
griegos y romanos, lo aceptó y no le puso misterio. Dejó de ser pecado y de ser
delito y de ser mal visto.
Después se
empezó a volver costumbre. En todos los sitios y circunstancias se encontraban
personas que “admitían” que utilizaban esas prácticas sexuales. Luego otras
personas se enorgullecían de que esas constituían sus preferencias. Y se hizo
moda que muchos las expresaran en público. Y llegaron los medios para hacer de
estos chismes sus noticias preferidas.
El asunto
es que luego la fuerza de la costumbre llevó a que muchas personas le dijeran a
las demás que había que ser al menos bisexual, que no era posible tener
preferencia solo por las personas del otro sexo, diferente al de uno, pues eso
era totalmente anticuado y salido de todo tono.
Ahora es
mal visto que uno no haya tenido “al menos una experiencia”. Si no le ha echado
muela a un análogo o una sintética, es una seña de falta de actualidad, de
obsolescencia: no ha probado y entonces no puede afirmar a ciencia cierta si es
que no le gusta.
La “presión
de los círculos sociales” que ahora está signada por “la tolerancia y la inclusión”,
está llevando a que dentro de poco sea obligatorio experimentar. Como en
ciertas iglesias, el creyente debe convertir a los impíos a la nueva fe.
Y esa curva
evolutiva nos llevará a que sea obligatorio ser homosexual. O al menos,
bisexual. Y a que deba haber un 20 % de exponentes LGBTI en las fuerzas
militares, en las listas para las elecciones, en las directivas de las
empresas, en las selecciones deportivas del país y así sucesivamente.
Por
supuesto que cada quien está en todo su derecho de elegir lo que le parezca. Si
alguien es macho o hembra u homosexual, eso no es relevante: lo que le guste a
este respecto no tendría por qué influir sobre otros temas. No lo hace mejor o
peor que otro. Da Vinci, Frida Kahlo o Alejandro Magno importan por lo que le
han aportado a la humanidad. No por sus preferencias en el lecho ni en el
hecho. No es lo que pretenden ahora vendernos, que la importancia de una
persona se relaciona con sus preferencias sexuales.
Retomando lo
de atrás. Que no nos toque vivir una época en la cual sea obligatorio ser
homosexual para poder obtener una licencia de conducción o un título universitario.
Ni para ser aceptado en un puesto de trabajo. No podemos llegar a que haya una
silla para minusválidos, otra para homosexuales, otra para negros, otra para
los de grupo O negativo, otra para las adoradoras del divino miembro y así
sucesivamente, porque no habrá donde sentarse.