En este artículo final de la trilogía, revisamos un tema que completa lo tratado en los anteriores: el inexistente género neutro.
Bueno,
si fue llamativo el ejercicio de buscar el género opuesto de los pocos ejemplos
de masculinos y femeninos que vimos en los dos artículos anteriores, para este
caso de los neutros el asunto se pone espinoso o al menos, presenta síntomas de
hemorroides literales.
Ocurre
que “en español los sustantivos se clasifican en masculinos y femeninos; no tienen género neutro como sucede en otros idiomas”. Es un
género inexistente, pero esos sustantivos existen en la realidad, circulan por
las frases y los párrafos y todo el tiempo quieren hacerse sentir. Lo mismo que
ocurre con ciertas personas.
Resulta
que los sustantivos neutros (al igual que los ambiguos) son unos pobres abandonados de la
Academia de la Lengua. No se los reconoce como tales, sino que los expertos se
refieren a ellos como a “adjetivos sustantivados en singular”, que es como decir que son unos
adjetivos a los cuales no les gusta verse como tales y se esfuerzan por parecer
sustantivos: una especie de adjesuachos[1]; seguramente si tuviéramos
que verlos, los pintaríamos de rosado, con trusa y jugando bádminton, bien
maquilladitos y muy cadenciosos. A estos personajes no se les puede adjudicar
un artículo determinado, como “el” o
“la” (de algún modo el tema de
nuestros dos artículos anteriores) sino el oscuro, solitario e indeterminado
artículo “lo”, el cual, aparte de
carecer de género, nunca se ve acompañado de un sustantivo sino de otros tipos
de palabras. Y, para rematar, en general se refieren a algo abstracto y
subjetivo (y prácticamente inexistente en el mundo real, en nuestra definición
propia). Podemos decir que son algo así como los drag queen del idioma, ni más ni menos o que de la mano del libre
desarrollo de la personalidad irá el libre desarrollo del lenguaje.
Esta
cosa, que se ve tan peluda, se aclara con unos ejemplos, que no abundan pues corresponden
afortunadamente a una escasa minoría y que al ser utilizados para estos fines
pedagógicos, vendrían a ser como unos supositorios para esas hemorroides de la
lengua:
1. Lo bueno, lo malo y lo feo. Nótese que no
se refieren a “el bueno, el malo y el feo”
(como en la película de los años 70) ni a “la
buena, la mala y la fea”, como en la fiesta de fin de año de la oficina. Lo
bueno siempre es prohibido, engorda, hace daño, es caro o se acaba pronto (a
veces todas las anteriores). Lo malo es que lo bueno usualmente está solo al
alcance de unos pocos: los de la rosca, el círculo, la mafia, el anillo o los
amigos de los demás. Lo feo es lo que les toca a los que no tienen suerte. Y
es ahí donde acaba la subjetividad.
2. Uno podría decir que “lo importante” no es ni “lo
uno” ni “lo otro”, sino todo “lo contrario”. Expresiones huecas que no
se refieren a nada concreto sino que dependen de lo que tenga en la cabeza
quien las dice. Lo importante es lo que dice el jefe, lo que opina la esposa o
lo que anuncia la radio. Cuando se está trabajando una herencia, lo importante
es lo que plantee el marrano al cual se persigue y si el asunto es aspirar a un
nuevo cargo, lo importante es lo que diga el entrevistador.
3. Algunos de estos neutros no han nacido así:
no son fruto de la genética, sino que “la sociedad los ha convertido en lo que
son ahora”, como lo legal, lo cotidiano, lo imposible (y su opositor lo
posible), lo grueso, lo increíble, lo soñado, lo tieso y por ahí derecho lo
probable, lo improbable, lo que sucede hoy en día. La eterna discusión gira en
torno a si un neutro nació así o fue producto de las circunstancias, de la sociedad,
del manoseo del lenguaje o del roce callejero. No se puede afirmar ni lo uno ni
lo otro, pero si asumimos que ancestralmente nuestra lengua ha definido tan
solo dos sexos, el tercero tuvo que hacerse por el camino, fruto de una
violación de alguna regla o de la intrusión indebida de un miembro extraño o de otra lengua ajena a la nuestra.
Curiosamente,
encontramos que todos los sustantivos neutros son masculinos que se convierten
en tales con sólo agregarles el artículo “lo”;
es decir, que este artículo desempeña en el lenguaje un perverso papel de
quitarles el género (¿“desgenerar”?) a ciertos sustantivos, cuando se les pone
por delante, por detrás o por donde sea. Introducirle lo a un sustantivo
masculino lo desgenera, pero en cambio eso no sucede al introducírselo a un
femenino, pues al contrario lo refuerza, como cuando alguien pregunta ¿Ha visto
lo buena que está Clarita, lo mala que se volvió esa niña y lo fea que se puso la vecina?
De
otra parte, existen ejemplos de sustantivos neutros o ambiguos que parecen algo
así como los hermafroditas de la lengua, es decir, atienden por las dos
ventanillas pues se les puede agregar el artículo masculino o el femenino sin
que haya diferencia. Tales son:
Armazón
Interrogante
Lente
Mar
Margen
Sartén
Y
de forma similar, existen los epicenos, a los cuales se les diferencia
anteponiéndoles el artículo y entonces, por arte de magia adquieren el mismo
género del artículo. Es decir, estos bisexuales se comportan de una manera o de
otra dependiendo de si están con la o con él; por lo general nos gustaría que
estén en el día a día pues resultan apetecibles:
Amante
Artista
Atleta
Cantante
Comediante
Cónyuge
Deportista
Estudiante
Humorista
Joven
Modelo
Un
sustantivo entonces, está en graves dificultades si es neutro, pues no puede
optar por ser masculino ni por ser femenino. Así que se rebela y decide no ser
ni “lo uno” ni “lo otro” (finalmente no podrá serlo), sino todo “lo contrario”. Y entonces se cree con
derechos especiales y desprecia y vilipendia a los unos y a las otras y se
declara mejor que ellos (ahora se agrega “y que ellas”), hasta cuando se vuelva
a descubrir que “el neutro no es propiamente un tercer género del español, equiparable a los otros dos,
sino más bien el exponente de una clase gramatical de palabras que designan
ciertas nociones abstractas”.
Consideramos
que es una circunstancia afortunada que estos indeterminados no sean la mayoría
de la población de sustantivos, pues en otro caso se dificultaría enormemente
la comunicación. De hecho, acá describimos muy pocos ejemplos porque no es
fácil encontrarlos, aunque los veamos todo el tiempo y cada vez con más
frecuencia salir del clóset lingüístico.
Y sin embargo, vemos que los comunicadores van eliminando cada día más el empleo de los artículos de género determinado, pues se han convertido en los metrosexuales de la comunicación.
Y sin embargo, vemos que los comunicadores van eliminando cada día más el empleo de los artículos de género determinado, pues se han convertido en los metrosexuales de la comunicación.
No lograste el objetivo de entretener.lo cual es malo..con o sin genero...bla bla
Querido amigo, a veces no solo queremos entretener, sino también hacer reflexionar y, si resulta divertido, mucho mejor.